
Brianna estaba completamente agotada y hambrienta, pero miró satisfecha su cuarto, había retirado los tapices y los juncos podridos del suelo, así como la vieja y gastada piel que cubría la ventana, frotó la mesa y la silla hasta que consiguió quitarle todo el polvo y la mugre, ahora las paredes y el suelo de piedra estaban desnudos, ya se preocuparía mañana de conseguir algún adorno o alguna piel para recubrirlas. Un suave aroma a lavanda le llenó la nariz, miró orgullosa los pequeños ramos que estaban colocados sobre la mesa y la repisa de la chimenea. Terminó de trenzarse el cabello, alisó la falda de su vestido y se dirigió hasta el salón para cenar.
Se le borró la sonrisa tan pronto puso un pie en él, los hombres comían y bebían como verdaderos animales, los eructos se sucedían después de un largo trago de cerveza, así como los gritos, las carcajadas o las conversaciones soeces, la bebida corría por sus barbillas hasta sus pechos, arrancaban los pedazos de carne a tirones con las manos, e incluso algunos perros se peleaban por los huesos a los pies de los hombres que los miraban entre risas. Algunos levantaron la vista unos segundos antes de proseguir con lo suyo, otros simplemente la ignoraron. Miró al frente, allí estaba su esposo, una mujer rubia estaba sentada a su derecha- el lugar que le correspondía a ella- contemplándolo con adoración mientras él le daba bocados de carne y cerveza con sus propias manos, no la conocía pero supo que era su amante, continuó caminando con la mirada fija en la escena, él levantó la cabeza y al verla, se puso en pie.
-¿Venís a cenar señora? -le preguntó con una sonrisa burlona.
-No -contestó, miró a la mujer que sonreía y luego a él-, acabo de perder el apetito al ver semejante pocilga.
-¿Sois tan delicada que no podéis comer rodeada de mi gente? –comenzó a ponerse furioso ante sus palabras.
-No me importa comer con vuestra gente señor, pero si rodeada de animales - contestó sosteniéndole la mirada-, esto es sencillamente repugnante.
-Jajaja -la carcajada resonó en el silencio que se había ido apoderando del salón tan pronto comenzaron a hablar-, ¿habéis oído?
-Creo que cenaré en mis aposentos -dijo ella dándose la vuelta.
-¡No, señora! -gritó él parándola en seco-, o cenáis aquí o no cenáis, así que sentaos.
-No podéis obligarme a comer -contestó ella.
-Pues veréis como comemos los demás -fue hasta ella, la tomó del brazo y la sentó a su izquierda-, sentaos aquí y mirad.
-¡No! -ella se levantó, tirando la silla a su espalda, recorrió con la vista a los presentes que la contemplaban boquiabiertos, al fondo vio a Margaret que la miraba con pena, ese hombre la estaba humillando delante de todos y no lo iba a permitir, bajó la vista hasta los ojos azules llenos de rabia y dio un tirón para soltarse de la mano grande que la sujetaba-, no voy a permitir esto.
-¡Sentaos! -gritó él-, ¡ahora!
-No -le sostuvo la mirada-, no me importa que sentéis a vuestra amante en mi lugar, después de todo me sois indiferente, no me importa que me tomarais como un animal, hicisteis uso de vuestro derecho, no me importa que vuestros hombres coman como salvajes, pero no voy a consentir que me tratéis de este modo, ni voy a tolerar que me humilléis de esta manera.
-¡Brianna! -gritó encolerizado al verla caminar hasta la puerta.
-Lo siento señor -dijo ella por encima del hombro-, pero creo que erraron en vuestro apodo, más que un Lobo, parecéis un Cerdo.
La tensión era tal que se podía cortar, todos los ojos estaban fijos en Niall McInroy, al cual le hervía la sangre de furia, se levantó, con pasos largos y los puños apretados fue detrás de su esposa, aquella pequeña arrogante lo iba a escuchar, nadie lo ponía en ridículo, nadie. Brianna corría hacía su cuarto con los ojos cuajados de lágrimas sintiéndose muy desgraciada, pero sin ella saberlo, había comenzado a ganarse el respeto del clan McInroy, la gente que ahora era su gente.
La agarró del brazo y le dio la vuelta con tanta violencia que la trenza golpeó su cara, alzó la vista hasta aquellos ojos azules oscurecidos por la ira. Sintió los dedos de su esposo clavarse en su piel tan fuerte que pensó que le rompería el brazo, gimió de dolor pero no se amilanó, no sólo él estaba furioso, ella también.
Niall observó con detenimiento el rostro de su esposa, no vio arrepentimiento por lo que acababa de hacer, al contrario, parecía desafiarlo con la mirada, podía ver el brillo de la ira refulgir en las esmeraldas de sus iris, aquello lo enervó aún más, él era el dueño y señor del castillo, él imponía la ley, ella era una simple e insignificante mujer a la que él enseñaría el lugar que debía ocupar. La zarandeó haciendo que la larga trenza ondulara a su espalda.
- Jamás -dijo enfurecido-, jamás volváis a hacer algo como lo que habéis hecho hoy.
- Soltadme -se retorció tratando de zafarse de su mano.
- Escuchadme pequeña boba -volvió a sacudirla sujetándola por ambos brazos-, aquí mando yo, si digo que os sentéis os sentareis, si digo que vengáis vendréis, si digo que desaparezcáis desapareceréis, no os levantareis de la mesa sin mi permiso, ¿habéis entendido?
- Sí -contestó tragándose las lágrimas de la impotencia, él la soltó y ella dio unos traspiés.
- Bien -bajó los ojos hasta sus labios y percibió su temblor.- Una cosa más, tratareis con respeto a Muriel, ella es importante para mi, más de lo que vos llegareis a serlo nunca.
- Soy vuestra esposa -Brianna le dio la espalda indignada-, pusisteis a otra mujer en mi lugar delante de todo el mundo.
- Sí, sois mi esposa -cruzó los brazos sobre el pecho-, una esposa impuesta, pero Muriel es la mujer que amo.
- ¿Por qué os casasteis conmigo? -se volvió mirándolo tan fijamente que Niall dio un paso atrás-. ¿Por qué no os negasteis a este matrimonio?
- Me distéis una alianza provechosa - se acercó a ella hasta que apenas los separaron unos centímetros- ahora ya sabéis el motivo.
- Estáis advertida, si no queréis recibir mis órdenes manteneos alejada de mí, haceos invisible si os place. Pero estad dispuesta para complacerme cuando me apetezca ir a vuestros aposentos-, ella lo miró con ojos desorbitados-, no os preocupéis señora, en cuanto me deis un hijo dejaré de molestaros.
- ¿Un hijo? -instintivamente se llevó las manos al abdomen-. No, jamás os lo daré señor, prefiero morir a llevar en mis entrañas el vástago de una bestia.
- No soy un hombre paciente Brianna, os aviso -ella caminó hacia atrás para alejarse de él-, no juguéis conmigo señora, os puede costar muy caro.
Él se alejó de ella, perdiéndose por el oscuro pasillo. Brianna no entró a su cuarto, corrió hasta que llegó a las almenas, dejó que el cálido viento del verano le acariciara la cara, clavó los ojos en la oscuridad, era tan infeliz, tan desgraciada…, permitió a las lágrimas derramarse libremente por sus mejillas, deseaba estar muerta. Descansó la espalda sobre el frío muro y se abrazó a sí misma, detestaba a Niall McInroy con todas sus fuerzas, odiaba a aquel Lobo de las Tierras Altas con todo su corazón y no le iba a permitir que la denigrara por mucho que le hubiera dicho, puede que él fuera el dueño y señor, pero ella tenía su orgullo.
CONTINUARÁ...