Abrió los ojos lentamente y trató de estirarse en la cama, pero el pesado brazo aprisionando su cintura y la poderosa pierna sobre las suyas se lo impidieron. Giró la cabeza para observar al hombre que dormía boca abajo a su lado, las pieles le cubrían hasta las caderas y tenía el rostro vuelto por lo que se desilusionó al no poder ver sus hermosos rasgos.
Curvó los labios satisfecha al recordar que se habían amado como salvajes la noche anterior. Deseosa de ver que le deparaba el presente, con mucho cuidado de no despertarlo apartó los miembros que la tenían presa entre ellos y puso los pies en suelo de piedra. Miró para abajo al notar algo raro y casi se echa a reír, si tenía alguna duda de donde estaba esta desapareció al ver los juncos que plagaban el terrazo. El gesto de felicidad se le borró cuando al incorporarse todo su ser protestó dolorido. Volvió a sentarse en el lecho soltando un leve gemido. Quiso despertar al causante de sus males y darle una paliza por dejarla en ese lamentable estado, pero la sangre le hirvió en las venas cuando al cambiar ligeramente de posición, los desarrollados músculos de su espalda se contrajeron mostrándole los pequeños arañazos que los cubrían, dignas secuelas fruto de la pasión y el deseo compartidos.
Suspiró y desechó la idea de sacarlo del sueño, no podría resistir otro asalto de sexo impetuoso en ese momento, así que se dedicó a examinar el cuarto. La estancia era enorme, de gruesos muros cubiertos de tapices con escenas de batallas, una enorme chimenea ocupaba el frente y en su repisa descansaban varios cabos de velas a medio consumir, una enorme silla de gruesas patas y alto respaldo estaba apoyada en una de las paredes, una mesa con más pavesas apagadas un par de jarras y una copa, otra silla gemela a la anterior, una jofaina, un cubo de madera, un viejo espejo y una especie de arcón ricamente labrado eran todo el mobiliario. Alzó la vista hacia las pequeñas ventanas, dos para ser exactos, que dejaban entrar el aire fresco y por cuyos huecos todavía podía ver algunas estrellas brillar en el firmamento.
Se levantó de nuevo y fue hacia la más cercana, algo enredándose en sus pies la hizo detenerse, bajó la vista para encontrarse con sus vaqueros, un poco más allá estaba el sujetador y la camiseta, en la misma puerta hecho un revoltijo estaba el kilt de Aldair. Dio una patada al pantalón y se agachó a tomar su camiseta, fue hacia la jofaina y la humedeció en el agua fría con intención de pasarla por entre sus muslos para aliviar el escozor, se detuvo a contemplar su imagen en el reducido espejo, su cara mostraba signos de fatiga por la falta de sueño, su pelo estaba revuelto como si una ventisca hubiese pasado por él, justo en la mitad del cuello tenía una huella roja que en poco tiempo estaría morada, lo mismo que las que se dibujaban sobre sus senos, la señal de los dientes de su fogoso amante formaban un circulo sobre su hombro derecho y estaba segura que encontraría copias de esas marcas sobre su cuerpo si se dedicaba a revisarlo.
Después de escurrir la prenda la llevó hacia su entrepierna y gimió de alivio al sentir la frescura. La suave brisa que se colaba por las ventanas y la sensación del frío líquido le pusieron la piel de gallina. Fue hacia el lecho y con sutileza tiró de las pieles con las que se tapaba Aldair hasta arrebatárselas y dejarlo literalmente con el culo al aire. Se la enrolló lentamente alrededor mientras observaba con detenimiento y deleite aquella maravillosa desnudez masculina, desde el oscuro cabello rubio enredado hasta las plantas de los pies, más que un hombre parecía una estatua –con cada ligamento esculpido a la perfección- o mejor aún un sueño. Colmó nuevamente las ávidas retinas con cada centímetro de piel, saciándose de su belleza y la perfección de lo que veía, deseando que se girara y le mostrara el resto de lo que poseía. Parpadeó al percibir el lunar que adornaba su nalga derecha, sintiéndose juguetona se arrodilló en el tálamo, bajó la cabeza y lo mordió dejando que su lengua acariciara aquella pequeña mancha.
Aldair se sobresaltó y se dio la vuelta violentamente, soñaba que estaba enterrado en el cuerpo de Liana cuando sintió una dentellada en el trasero, oyó un pequeño grito y abrió los ojos despavorido al ver a su mujer envuelta en la piel y despatarrada en el suelo.
— ¿Qué hacéis ahí mi señora? —preguntó apoyándose en un codo.
—Eres un salvaje –gruñó poniéndose en pie con esfuerzo— me has tirado de la cama.
—Disculpad mi torpeza –sonrió al ver su ceño fruncido—es que sentí que me atacaba un animal, aunque debéis recriminárselo a la fiera que trataba de alimentarse de mis posaderas.
—Ah —bajó la cabeza para ocultar su risa—, debió ser horrible.
—No tanto —contestó burlón— no obstante debo reconocer que si agarrara a ese bicho podría acabar con él, interrumpió un buen sueño.
—Espero que no lo encuentres, seguro que el pobre animalito no quiso hacerte daño —se ajustó aun más su improvisado atuendo.
—Siento discrepar —dijo con la diversión bailando en sus verdes orbes—, semejante osadía reclama un escarmiento—, —se sentó en el borde—, acercaos pequeña arpía.
—Ni hablar —dio un paso atrás al ver sus ojos llenos de deseo.
—Está bien —se puso en pie, mostrándole su palpitante erección—, iré yo a vos.
—Por favor Aldair —continuó caminando de espaldas hasta que chocó contra la pared.
—Debéis pagar vuestra afrenta —murmuró apoyando sus manos a ambos lados de su cuello— nadie ataca a Aldair McRea y queda impune.
—Fue una broma —musitó con la voz entrecortada cuando él comenzó a deslizar los labios por su mandíbula—. Oh para, por Dios.
—Shhh —dibujó con la lengua el contorno de la oreja— os haré mía como represalia por vuestra temeridad.
—No —protestó pegándose a su cuerpo—, te juro que no podré, me dejaste dolorida para un par de semanas.
—Podréis —aseveró tomándola en brazos para acostarla en el centro del enorme lecho— yo haré que podáis.
—Por…fav…—gimió cuando se cernió sobre ella llenando su rostro de besos— te juro…
—Dejad de protestar —de un tirón le arrancó la tela que la cubría dejándola desnuda— me habéis atacado, me habéis despertado y por ello debéis entretenerme hasta el alba.
—Estoy cansada —se mordió el labio para evitar jadear al sentir los largos dedos subir por la cara interna de sus muslos—, escocida.
—Y húmeda —agregó con voz ronca al hurgar entre sus pliegues—, empapada de deseo.
—Estás loco —alzó los brazos, se agarró a sus hombros y levantó las caderas— completamente chiflado.
—Vos me volvéis loco mujer —añadió penetrándola lentamente— loco de pasión, loco de amor.
El sol ya lucia cuando volvió a despertarse, se dio la vuelta buscándolo pero estaba sola en la cama, se estiró y bostezó con ganas hasta despejarse, iba a levantarse cuando la puerta se abrió. Una mujer entró en el cuarto. Liana la miró un momento antes de taparse hasta la barbilla. La recién llegada la miraba con los ojos entornados y un mohín de disgusto en los labios. Ella también la estudió, no era muy alta, por las arrugas que surcaban su cara tendría unos 50 años, sus ojos azules brillaban intensamente con algo parecido al desden, el cabello rubio salpicado por algunas hebras grises, lo recogía en un moño, era robusta, de anchos hombros, abundante pecho y prominentes caderas. Caminó hacia ella hasta que estuvo a unos pocos pasos de la cama.
—Nuestro señor me ordenó que os trajera esto —caminó hasta que estuvo a unos pocos pasos de ella—. Bajad cuando estéis vestida, os espera en el salón.
—Gracias —contestó.
—Daos prisa —añadió la mujer yendo hacia la puerta.
—Mi nombre es Liana —dijo, la otra se encogió de hombros y salió sin mirarla siquiera—. Adiós simpática.
<<Genial>> pensó al ver la forma en que la había tratado, <<mi primera amiga>>. Abandonó la cama, fue a la jofaina y se aseó un poco dispuesta a no hacer esperar mucho a Aldair, tomó las prendas y las observó, una falda de lana marrón, una camisola blanca y un corpiño pardo algo ajado, igualito al vestido del baile de Cenicienta, rió tirándolo todo como si quemase, sonrió feliz al ver su mochila, que creía perdida sobre una de las sillas, fue hacia ella y tras comprobar que estaba todo sacó unas braguitas negras y el sujetador a juego, luego se colocó la camisola y el corpiño y después la falda que le llegaba a los pies , señor parecía algo raro con aquellas ropas, se rascó la pierna allí donde la vasta tela le rozaba, aquella maldita saya le picaba, se la sacó tomó sus vaqueros y se calzó sus zapatillas. Sí, ahora estaba mucho mejor y mucho más cómoda, decidió antes de salir al enorme corredor.
Guiada por las voces que provenían de abajo, y con los nervios atenazándole el estomago pues no sabía con lo que se iba a encontrar ni, ni como sería recibida, Liana fue al encuentro de Aldair sin dejar de maravillarse con los detalles que iba descubriendo, las pequeñas ventanas, los enormes tapices, las antorchas que descansaban en sus bases, los muebles que encontraba a su paso y relucían de limpios, así como el suelo que parecía emanar un delicioso aroma a lavanda de entre sus juncos frescos.
Bajó las empinadas escaleras en dirección al lugar donde la gente reía y hablaba. En el último peldaño se obligó a levantar la cabeza y ver que la deparaba, se encontró ante una multitud que poco a poco empezaron a guardar silencio y que la miraban fijamente. El corazón le martilleó en el pecho, por primera vez desde que había llegado era consciente que estaba en la Edad Media —alucinante— y de que los que la rodeaban eran completos desconocidos.
Aldair se puso en pie en cuanto la vio llegar, maldijo para dentro al ver su vestimenta, los pantalones se ceñían a sus muslos y caderas de forma pecaminosa, el corpiño se le ajustaba a la cintura y había apretado tanto las cintas que los pechos asomaban por encima del cuadrado escote escapando de la protección de la camisola. ¿Dónde diablos estaban las prendas que ordenó que le enviasen? ¿Las que personalmente había escogido de la lavandería?, algo decente y discreto para la ocasión. Apartó la silla y caminó a su encuentro examinando con detenimiento a su gente, no sabía si reír al ver el asombro reflejado en sus rostros, o sacar su espada y comenzar a dar mandobles a diestra y siniestra hasta que todos y cada uno de sus hombres cerraran la boca y dejaran de mirar a su mujer de aquella lujuriosa manera. Cuando llegó al pie de las escaleras estiró el brazo y le ofreció la mano que ella aceptó temblorosamente, le dio un ligero apretón para hacerle saber que estaba a su lado.
—Venid Liana —dijo en voz alta y clara— quiero que conozcáis a mi gente, que de ahora en adelante también será la vuestra.
Asida a su mano caminó por entre aquellas personas que parecían haber visto a un monstruo de dos cabezas, los susurros se intensificaron conforme iba atravesando el salón hasta que él la llevó la gran mesa y la instó a sentarse, restregó las sudorosas palmas en sus vaqueros y ojeó a los presentes asombrándose de la diversidad de gestos que mostraban sus rostros, unos fruncían el ceño, otros la miraban pasmados, muchos mostraban su disgusto y sólo unos pocos sonreían abiertamente.
Aldair permaneció de pie estudiando a su vez la reacción de los suyos, la noticia de su regreso, así como que había traído a una mujer de otro tiempo corrió de boca en boca. Desde que el sol empezó a salir por el horizonte hombres, mujeres y niños habían ido llegando para saber y sobretodo para ver a aquella muchacha. Llevaban horas esperando, pero entre las emociones, el susto y el cansancio de la noche en vela, prefirió dejarla dormir y reponerse. La miró de soslayo y la vio cabizbaja, retorciéndose los dedos convulsivamente. Tomó su jarra y bebió un largo trago. Nadie se movía, nadie hablaba, el silencio era ahora tal que se podía cortar, todos esperaban expectantes que comenzara su discurso.
Continuará...
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