Apoyó las palmas sobre las empapadas baldosas y dejó que el agua se deslizara por su cuerpo arrastrando el jabón junto con el sudor de las horas pasadas y devolviéndole con lacerante anhelo al recuerdo de Rae. Dejando caer la cabeza hacia adelante, cerró los ojos con fuerza intentando frenar el deseo que se estaba apoderando de él. ¿Qué estaba ocurriéndole? ¿Dónde estaba el hombre que nunca volvía a recordar los momentos vividos por muy apasionados que fuesen? Maldita fuera su estampa y la de ella por hacerle esto.
Unos cálidos brazos le envolvieron y su pecho fue acariciado con lentitud a la vez que un suave beso era depositado en su espalda.
—Buenos días —murmuró una dulce voz.
—Me estaba duchando, Rae —respondió duramente.
—Perdona... yo sólo... —se separó de él—, te dejaré terminar.
—Espera —se volteó sujetándola por el hombro—, siento la mala contestación, por las mañanas no estoy de buen humor.
Mentira, una jodida mentira, pero es que no le gustó que su sangre fluyese alterada al percibir su roce. Ella era su amiga y punto, sólo que escucharla toda apurada le había desgarrado por dentro, pero en cuanto la vio mojada y con las mejillas coloreadas supo el error que había cometido al ablandarse.
—No pasa nada, iré a...
Su boca cayó posesivamente sobre la suya impidiéndole continuar, mientras empujaba la lengua entre los sonrosados labios. Dejó escapar un ahogado sollozo cuando Rachelle le besó con voracidad, enredó las falanges en su pelo y se acercó más a él apretando los turgentes pechos contra su tórax. Enfebrecido por el gesto agarró las nalgas atrayéndola hacia su erección. Jadeó como un poseso cuando frotó las caderas contra él. Esa mujer sabía como volverle loco.
—Lo siento, no aguanto más —murmuró cogiéndole una de las piernas para enredarla a su alrededor, pero el ademán de pronto quedó a medio camino—. Oh, mierda, anoche no utilizamos protección.
—No hace falta —bisbiseó mordisqueándole la barbilla—, estoy con anticonceptivos desde hace tiempo.
—Hermosas palabras las que acabas de pronunciar —musitó colocando la palpitante cabeza en la acuosa entrada—, lo último que quiero es dejarte embarazada.
—Relájate poli —pidió sonriendo mientras se separaba levemente de él.
—¿Qué me relaje? ¿Tú has visto como estoy? —indicó señalándose.
—Te he visto, ahora déjame sentirte.
—Eso es justo lo que pretendía cuando tú... —calló al percibir los largos dedos cerrándose sobre el lloroso pene—. Dios...
Respiró hondo posando la frente en el hueco de la clavícula y poco a poco dejó que el aire abandonara su cuerpo, para volver a aspirar con fuerza cuando la trémula palma se deslizó arriba y abajo.
Serpenteó a lo largo del cuello de ella paladeando el alocado pulso, se abrió camino a través de la satinada piel depositando incandescentes besos hasta bajar a la curva de los senos. Dibujó círculos con la lengua sobre una de sus aureolas y dejando un reguero de humedad se posicionó sobre el otro pezón, lo cubrió con los labios mordisqueándolo y disfrutando con la sensible hinchazón y la ahogada exclamación que brotó de Rae. Necesitando más, transfirió su atención al otro pecho provocándola el mismo delicioso suplicio, mientras la mano que sujetaba el muslo reptaba ansiosa hasta hallar el centro de sus deseos. Le acarició el sexo hasta que quedó impregnado de su esencia y los oídos se le llenaron de intermitentes gemidos.
Introdujo un dedo a la vez que los de ella rodearon la sensible cabeza esparciendo a lo largo de su embravecido miembro las viscosas lágrimas. Otra falange se unió a la primera mientras le succionaba diligentemente el henchido pico y frotaba el clítoris con el pulgar, aumentando el ritmo con cada frenética embestida.
Cuando el cuerpo de Rae se tensó bajo los descompensados jadeos, amenazando con alcanzar la cumbre, detuvo sus movimientos y con un bajo gruñido envolvió el sedoso cabello alrededor de su muñeca y tiró de su cabeza tomando posesión de los enrojecidos labios, empujando con su lengua dentro de la febril cavidad.
Esa mujer iba a explotar con él en su interior, su falo se llevaría sus jugos y su boca el gemido de su orgasmo.
Unos golpes le sacaron de la cautivadora ensoñación, trayéndole de golpe al presente.
—Tío, te vas a arrugar como una pasa y vamos a tener que prejubilarte.
—Vete a la mierda, Rick —espetó con voz ronca molesto por la interrupción.
—Estamos sensibles ¿eh?
—Cuando salga te demostraré lo sensible que estoy.
—Oh cariño, no me digas esas cosas que me acaloro —replicó abanicándose con la mano.
—Caliente se te va a quedar el culo, pero de la patada que te de en él y ahora ¡lárgate, gilipollas!
La risa de su compañero se fue apagando conforme se alejaba y Charlie soltó un suspiro de frustración al contemplar el estado en que se hallaba, el Empire State a su lado no era nada. Cubrió con los dedos el dolorido miembro y lo movió arriba y abajo dejando escapar un gemido conforme la intensidad iba aumentando. El sonido de voces acercándose hizo que interrumpiese el bombeante vaivén. <<Joder, que poca intimidad hay en este lugar>> pensó dejando en libertad el quejoso “edificio”. Fijó la vista en la grifería y soltando un sollozo giró la llave hacia el lado azul.
—¡Me cago en la puta! —bramó cuando el agua helada enfrío de golpe la templanza que hacía unos instantes embargaba todo su ser.
—¿Qué te pasa? —preguntó Rick preocupado.
—¡Nada!
—Ok.
Cerró el grifo y con los dientes castañeando miró hacia abajo, respiró aliviado al comprobar que había merecido la pena pasar por esa tortura. <<Prohibido pensar en Rae, imbécil, sólo existen las Hannah, Lauren, Emma, Chloe...>> se recordó alzando el brazo para coger la toalla, pero sólo palpó la puerta. Blasfemó su puñetera mala suerte. Si se la habían quitado mataría al bromista de turno. Abrió la mampara y el aire templado del exterior le calentó la aterida piel. Un bulto blanco en el suelo atrajo inmediatamente su atención.
—Ahí estás traidora —masculló aliviado agachándose a por ella, al incorporarse se quedó con la suave prenda pegada a su pecho, Martínez acababa de cerrar su taquilla—. ¿Qué andabas cotilleando?—, demandó acercándose a él mientras se secaba.
—¿Yo? Nada —se sentó atándose los cordones de las deportivas.
—El que nada no se ahoga chaval y a ti te veo cubierto de agua —replicó comprobando que todo estaba en orden dentro de su armario.
—Vale, está bien, me has descubierto —confesó levantando las manos—, te iba a hacer una pequeña putadilla dejándote sin un centavo por lo de antes, pero me has cortado el rollo—, se levantó palmeándole el hombro—. Gracias amigo.
—Eres un capullo, tío, además de un sensiblero —afirmó poniéndose los slips Uomo blancos.
—Sí, pero me amas —aseguró pestañeando coqueto intentando aguantarse la risa.
—Ni siendo gay lograrías semejante proeza.
—Si lo fuésemos, caerías bajo mi atractivo influjo.
—Hasta yo lo haría —dijo J.J. apareciendo de pronto junto con los otros amigos.
—¿Eso lo sabe Jenny? —interrogó Dylan.
—¿Por quién me tomas? Claro que lo sabe. Antes de casarnos le dije, cariño, si un día Rick y yo nos hacemos maricones caeré bajo su atractivo cuerpo, avisada quedas.
—Que sincero, hombre.
—Sinceridad es mi cuarto apellido.
—Y el quinto es cagado —aseguró Michael—, porque seguro que cuando te dijo que si eso ocurría alguna vez os cortaba los huevos a los dos, manchaste uno de esos horrorosos boxers que siempre llevas.
—Compañero —enlazó un brazo sobre los hombros de su moreno amigo—, entrarás a formar parte del club de los eunucos si mi chica te oye decir eso.
—¿Ella te los compra?
—Sí.
—Que buen gusto tiene —aseveró con sorna.
—Se casó conmigo ¿no le ves?
—Me reafirmo en mis palabras.
El eco de las fuertes carcajadas retumbó atronador en el caldeado cuarto. Charlie miró a sus colegas mientras la risa fluía a través de él. Se sentía orgulloso de tener a esa panda de locos como amigos, cada con una personalidad distinta y sin embargo tan parecidos. Pondría su vida en las manos de cualquiera de ellos sin dudarlo ni por un momento.
ó ó ó ó ó
Nerviosa, limpió el mostrador por décima vez. ¿Por qué las dudas formaban parte de su vida? El tomar una simple decisión no debería ser difícil.
—Oh, vamos Rachelle, sólo tienes que echarle un poco de valor, no tienes nada que perder —se animó soltando el trapo—, o tal vez sí.
No quería estropear lo que parecía empezaba a surgir entre ella y Charlie. Su mundo había girado siempre en torno a él y ahora que había conocido el paraíso entre sus brazos no quería abandonarlo jamás, si eso llegase a suceder lo poco que tenía de autoestima desaparecería sin remisión.
Se acabó, estaba cansada de tenerse tan poco aprecio y de ser una cobarde. En sus 30 años el único sueño que había sido capaz de hacer realidad era su pequeña floristería y ahora que el sabor de los labios de O´Sullivan impregnaba los suyos no iba a dejar que se le escurriese de entre los dedos el mayor anhelo de todos, no ahora que el destino parecía haberle dado una oportunidad.
Con decisión se quitó el delantal, fue al baño, le dio un toque de color a sus mejillas con el colorete que apenas había utilizado y se peinó el pelo hasta conseguir algo de brillo. Medio satisfecha con el resultado, porque de donde no hay no se puede sacar, fue hacia la nevera y sin pensarlo sacó una orquídea amarilla, de entre toda la gama de colores ese era el ideal, no sólo adoraba a ese hombre, también su erotismo. Complacida con la elección y más decidida que nunca, se puso la gruesa chaqueta, apagó las luces y cerró para ir en busca de su sino.
El timbre del teléfono quedó atrás, atenuado por el enérgico bombeo de su corazón.
ó ó ó ó ó
Y pensar que hacia unos minutos había pensado lo mucho que apreciaba a sus compañeros, cuando ahora sólo quería patearles el culo por pesados. Llevaban un buen rato intentando sacarle información y cuanto más se cerraba en banda más insistían ellos.
—Pero ¿qué trabajo te cuesta contarnos los pormenores de la faena? —inquirió Dylan—, te hemos dejado en paz mucho tiempo y va siendo hora de que largues.
—No.
—Tú no eres de los que guardan secretos y menos los relacionados con faldas.
—En eso tienes razón, Michael —indicó J.J. entrecerrando los párpados—, sospechoso que ahora lo haga.
—Podéis suponer lo que queráis, no hablaré.
—¡Hubo gatillazo! —bramó el pelirrojo haciendo que muchos de los que estaban en la comisaría les mirasen.
—No seas gilipollas —espetó el afectado andando hacia la salida.
—Ohh si que lo hubo, mirad, si hasta se está poniendo rojo.
Charlie puso los ojos en blanco y siguió avanzando ignorando las risas, necesitaba aire y dejar atrás a esa panda de imbéciles.
—¡Lo tengo! —dijo Rick saliendo al exterior seguido por los otros—. Te has enamorado y por eso no nos quieres contar nada.
—¿Qué? —preguntó parando de golpe y volteándose para mirarle.
—Con todas las tías que te has cepillado y vas y caes bajo las redes de Rachelle, te creía con mejor gusto —declaró Michael.
—¿Os habéis vuelto locos?
—Loco tú, amigo mío —aseveró Martínez intentando no reflejar la alegría que sentía al darse cuenta que por fin conseguirían aplacar su curiosidad.
—No os voy a negar que Rae se lo monta bien, pero si queréis que me la vuelva a follar tendréis que subir la apuesta, el dinero que me distéis el otro día fue una limosna.
Esperaba sonrisas socarronas, alguna carcajada y por supuesto más interrogatorio, no ese silencio sepulcral que se formó alrededor.
—¿Treinta minutos de acoso y ahora os quedáis callados?
El gesto que hizo Dylan antes de bajar la vista, como el resto del grupo, hizo que se le erizara la piel de los brazos y la cabeza le martillease. Se dio la vuelta lentamente sabiendo lo que se encontraría tras él, aunque nada le preparó ante el dolor que reflejaban los clareados orbes.
—Rae —murmuró con el corazón en la garganta.
—No... no digas nada —sollozó dando marcha atrás, intentando retener las lágrimas.
—Todo tiene una...
—Sólo desaparece de mi vida —exigió tirando al suelo lo que llevaba en la mano y echando a correr.
—¡Rae!
Continuará...