EL PRECIO DEL AMOR - CAPÍTULO 8 - 1ª PARTE

Con el corazón destrozado y los ojos velados por el llanto salió a todo correr sin preocuparse contra que o quien chocaba. Alguien la sujetó, alzó la vista para encontrarse con Theo, no tuvo que decir nada, sólo con observar su semblante se percató que estaba al tanto, que sabía de la burla a la que había sido sometida, de un tirón se soltó y continuó su avance. Sin mirar cruzó la calle se metió en la floristería y cerró por dentro. Se fue tras el mostrador y se sentó en el suelo ovillándose sobre si misma, dejando que las lágrimas le quemaran las mejillas, que las palabras, que había escuchado de los propios labios del hombre que amaba, se clavaran como un puñal en su cerebro y su alma. Había aceptado acostarse con ella por un puñado de asqueroso dinero, habían tenido que pagarle para..., sus pensamientos se perdieron entre los sollozos y la vergüenza.

óóóóó

Clavado en el suelo mantenía la respiración en suspense y la vista fija en la figura que se perdía peligrosamente entre los coches, había gritado su nombre pero no era capaz de moverse, no después de ver la angustia en el demudado rostro. Joder hubiese preferido que ella arremetiera contra él, que lo hubiese golpeado, insultado…. Se giró cuando una mano se apoyó sobre su hombro, la risueña faz de Ricky apareció ante él.

—Mierda tío —dijo con sorna—, pensé que iba a montar un escándalo o que se iba a poner a llorar como una loca.

—Richard.

—Uff menos mal que se conformó con irse —bromeó imitando el gesto de Rae—, sal de mi vida, vamos como si pensaras quedarte en ella.

—Cállate Martínez —aconsejó Dylan acercándose.

—¿Habéis visto su cara? —se volteó hacia los otros que permanecían en silencio observando la escena—, joder era todo un poema.

Apretó los puños en los costados mientras escuchaba como su compañero continuaba burlándose de Rae sin piedad.

—Bueno tío, de buena te has librado —rió el poli dándole una amistosa palmada—, para mi que esa chica se ha colgado de ti. Dios mío mirad—, señaló el suelo—, si hasta te ha traído flores.

Bajo la vista hacia el piso, una solitaria y amarillenta orquídea permanecía tirada sobre uno de los escalones, dando unos pasos se agachó y la tomó, los suaves pétalos le acariciaron las falanges, recordándole el tacto de la piel de Rachelle. Con furia la estrujó entre sus dedos antes de guardarla en el bolsillo del pantalón.

—Creo que ya está bien —dijo revolviéndose hacia sus amigos, tratando de aparentar una tranquilidad que no poseía—, volvamos a lo nuestro, aquí no ha pasado nada.

—Así se habla con dos cojones —terció Ricky siguiéndole hacia el interior—, O’Sullivan eres mi ídolo, te has quedado con nuestros ahorros y le has hecho un favor a la floristera—, soltó una carcajada que retumbó por la habitación—, ya por lo menos no morirá virgen, gracias a ti sabe lo que es estar con un hombre, no creo que ningún otro tenga las agallas de volver a llevarla a la cama, joder que asco se me revuelven las tripas sólo de pensar en foll...

Como movido por un resorte se abalanzó hacia su irritante colega y lo empujó hasta pegarlo a la pared.

—¿No sabes cuando parar? —interrogó agarrándolo por la pechera—, ¿no tienes límite?

—Vamos Charlie suéltalo —requirió J.J—, ha sido una broma ya le conoces.

—Pues no tiene ni puta gracia —gritó apretándolo con más fuerza contra el muro.

—Déjalo O’Sullivan.

—¿Te gusta? —bromeó Martínez un tanto rojo—, ¿tan bien se lo monta?

—¡Basta los dos! —ordenó Michael tirando de ambos—, Ricky cierra el pico de una vez y tú—, señaló la puerta con la cabeza—, será mejor que te de un poco el aire.

Por un momento quiso hacer oídos sordos al consejo de su compañero y patearle el culo al desgraciado de Martínez, pero lo pensó mejor, después de todo él había aceptado la maldita apuesta. Conteniendo la rabia separó los dedos y le alisó la tela en el pecho.

—Perdona —masculló rechinando dientes—, han sido los nervios.

—Olvídalo —respondió el agredido más tranquilo.

Sin decir nada más se encaminó hacia la puerta y salió dando un portazo. Con paso cansado se dirigió hacia los baños, no necesitaba aire, lo que realmente le hacia falta era estar solo, pensar o mejor no hacerlo y encontrar la manera de volver a mirar a Rachelle a la cara y darle una explicación convincente.

óóóóó

Golpeó por cuarta vez el cristal con los nudillos, cada vez de forma más insistente. La había seguido cuando, tras colisionar y ver el dolor demudando su rostro huyó a la carrera sorteando peatones y vehículos, uno de estos coches lo hizo detenerse, impidiéndole alcanzarla antes de que se encerrara en la tienda. Ahora a pesar de la fuerza con que aporreaba Rachelle no daba señales de vida. Mierda, no necesitaba ser un lumbreras para darse cuenta que algo muy grave debió suceder en la comisaría y estaba seguro de saber que, sin lugar a dudas, alguno de aquellos idiotas que tenía por compañeros se había ido de la lengua.

—Rachelle, sé que estas ahí —vociferó Theo—, ábreme por favor.

Los gritos de Lewis y los porrazos a la cristalera se mezclaban con el implacable sonido del teléfono y los lamentos que escapaban de ella. No quería ver y mucho menos hablar con nadie, sólo deseaba que se abriera la tierra, se la tragara y volviera a cerrarse sin dejar rastro de su mísera existencia, pero con su mala suerte eso no iba a pasar y por mucho que quisiera no podía seguir escondiéndose de todos y de todo para siempre. Restregándose los pómulos para limpiar la humedad que los bañaban se puso en pie, observando durante unos segundos al agente que seguía aporreando para que le abriera, provocando un alboroto. Lo último que necesitaba era que todos los transeúntes se pararan frente a su establecimiento movidos por la curiosidad. Fue hasta el cerrojo y lo descorrió. Una vez que este entró le dio la espalda.

Durante unos segundos Theo se dedicó a contemplar en silencio a la mujer que se ocultaba de él, no necesitaba verla para saber que tenía los ojos hinchados por el llanto. Tragó saliva y dio un paso hacia ella, alargó la mano pero la dejo caer sin llegar a tocarla.

—Rachelle.

—Lo sabías ¿verdad? —musitó quedamente—, ahora comprendo todo lo que me dijiste el otro día.

—Yo... —rebuscó en su mente intentando encontrar las palabras adecuadas—, en realidad...

—No es necesario que mientas.

—No lo haré —afirmó encarándola, se le encogió el corazón al ver la amargura bañar los zarcos iris—, es cierto que oí algo, al principio creí que era sólo un chisme de muchos—, respiró profundamente—, luego comprobé que era una apuesta pero..., te juro que traté de hablar con él, de convencerlo que no siguiera adelante.

—¿Por qué no me lo dijiste? —demandó alzando la cabeza.

—Quise hacerlo —aseguró en tono contrito—, incluso se lo comenté a Amanda...

—¿Amy lo sabía? —interrumpió dando un paso atrás confusa al verlo asentir.

Si le hubiesen echado una jarra de agua fría por encima no se hubiese quedado más helada. No sólo había sido un juguete para Charlie si no que todos los que la rodeaban estaban al tanto de lo que iba a suceder y nadie, ni siquiera la que consideraba su mejor amiga, había tenido la decencia de avisarla. Se le revolvió el estómago y las lágrimas volvieron a empañarle la visión. ¿Por qué? ¿Qué había hecho tan mal para que todos quisieran burlarse de ese modo de ella? Dio un respingo cuando las grandes palmas del rubio policía le agarraron los antebrazos, pero era tanta la vergüenza y el dolor que la atenazaba que era incapaz de mirarlo de frente, mas no opuso resistencia cuando la atrajo hacia él y la fundió en un abrazo. Lloró sobre el amplio pecho hasta que no le quedó ni una sola gota en el interior.

—Lo siento mucho —susurró Theo arropándola tiernamente.

Apoyando la barbilla sobre la trigueña coronilla y sin saber que decir, dejó que los sollozos le llenaran los oídos, que la humedad que desprendían sus iris le empaparan la camisa.

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Abandonó la comisaría con ganas de matar a alguien, a Richard más específicamente, ese tío era un bastardo insensible, al menos el resto habían tenido la decencia de parecer apenados ante la situación. Suspiró y se mesó el cabello al llegar al final de los escalones, tenía que hablar con Rae y decirle... ¿decirle qué?, ¿acaso no había dicho suficiente un rato antes? Tal vez lo mejor sería dejar parar unos días hasta que se calmara o pasar del tema como si nada hubiese ocurrido. No, la conocía bien y ella no asimilaría la cruda verdad que había escuchado de sus propios labios y por otro lado, aunque era un cabrón sin escrúpulos también era de los que hacía frente a los errores y sin duda acostarse con su amiga fue el mayor de todos, uno por el que pagarían ambos. Tomando aire cruzó la calle y una vez frente al local abrió la puerta. Desde el dintel observó la escena. Theo sostenía entre sus brazos a Rae que parecía muy cómoda acurrucada contra su pecho mientras este besaba su cabello y le regalaba caricias a su espalda.

Continuará el próximo sábado...