Desperté asustada y con los tímpanos sacudidos por el ruido de la persiana manipulada por el enloquecedor viento. El bombeo de mi corazón rivalizaba con la desaforada labor que ejercían los pulmones y apenas si lograba que una porción de aire entrase en ellos.
Encendí la luz de la mesilla y tras una detenida exploración visual, me obligué a tranquilizarme. Exhalé e inspiré cada vez más lentamente, hasta que por fin noté como mis órganos se calmaron.
Me tumbé y alargué la mano para dejar de nuevo la habitación en penumbras, pero ésta se quedó suspendida a mitad de camino. Algo no iba bien. Volví a incorporarme y, como arrastrada por un hilo invisible, me dirigí hacia la ventana. Levanté con premura la celosía y abrí de par en par las amplias cristaleras. El gélido aire me castigó el rostro revolviéndome el cabello, pero el anhelo lo desechó a un lado mientras oteaba con avidez y terror el exterior y la corriente invernal se mudaba en una tibia impregnada de humedad.
La calle estaba desértica y sin embargo tenía el pálpito de que alguien o... algo —tragué temerosa ante esta última idea tan absurda— estaba ahí, observándome.
No pude reprimir un escalofrío cuando una fresca gota cayó en mi frente, seguida de otra y de otra, hasta que la parte de mi cuerpo que sobresalía del ventanal quedó empapado. Quise resguardarme, cerrar los cristales y ocultarme en la calidez del dormitorio, mas no pude, me encontraba clavada en el sitio.
Mis ojos quedaron incrustados en el hombre que, como arte de magia, había aparecido en medio de la carretera.
Me quedé sin aliento contemplando como se acercaba con zancadas largas y seguras y con la amplia capa que le cruzaba el ancho torso ondeando tras él. Con cada paso que daba, mi corazón palpitaba frenéticamente y la piel se electrificaba calentándome por dentro.
¿Se podía una morir ahogada por el magnetismo de una persona? Parecía que si, porque notaba como conforme se aproximaba todo mi ser agonizaba presa de la fascinación.
Plegué los párpados por un instante para intentar mitigar la cegadora fuerza y al separarlos le encontré tan cerca de mi que nuestras respiraciones se ligaban, tal y como mis labios querían hacerlo con los suyos.
—Te encontré —proclamó él con una voz tan abrasadora como los grisáceos orbes.
1 comentarios:
genial historia espero con ansias la segunda parte
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