jueves, 24 de noviembre de 2011

EL PRECIO DEL AMOR - CAPÍTULO 32



Bufó al llegar al cruce, la carretera hacía rato era intransitable y viendo el sendero que tenía ante sus ojos las cosas iban a peor. Alargó la mano al asiento del copiloto, agarró la botella y le dio un largo trago, entre la tos que le provocó el ardiente líquido bajando por su garganta que hizo que se le empañara la vista, volvió a observar el camino lleno de nieve, barro y baches que se desplegaba ante él. Maldiciendo con furia su jodida suerte, se obligó a encender el contacto para continuar la marcha. 

A paso de tortuga se fue adentrando en la estrecha carretera bordeada de grandes árboles, a pesar de lo lenta velocidad iba dando ligeros botes debido a los socavones que iban encontrándose los neumáticos. Blasfemó contra el cielo cuando grandes gotas de lluvia comenzaron a salpicar la luna del automóvil. Encendió el limpiaparabrisas, que debido a su suciedad era de poca ayuda, mientras no perdía detalle del paisaje, sonrió con desdén, una mierda de postal de Navidad, todo blanco y verde, joder faltaba que apareciera Santa Claus con su trineo y sería la estampa perfecta. Golpeó el volante con el puño cuando el coche patinó y casi lo lleva a la cuneta. Paró y tomó el trozo de papel que descansaba sobre el mugriento salpicadero, con el índice repasó detenidamente el dibujo que se grababa en él, levantó la vista y volvió al plano, según aquello apenas estaba a media hora de su destino, tendría que conducir un poco más y luego aparcar y continuar a pie o sería descubierto. Volteó la cabeza hacia el sillón de atrás donde descansaba una bolsa de deporte, en ella iba una manta, unas botas de repuesto y algunas latas de comida que había llevado por precaución, junto a ella un enorme anorak especial para grandes alturas y que estaba deseando ponerse para aliviar el jodido frío que iba ya calándole los huesos, pero si lo hacía cuando bajara del auto sería mucho peor.

Condujo perdido en sus pensamientos hasta que encontró un lugar donde estacionar y que creyó que podría servirle al mismo tiempo de escondite y centro de operaciones. El sitio era un pequeño claro lo suficientemente amplio para que cupiera el sedan que conducía pero la vegetación que poblaba los alrededores le daba la intimidad necesaria, no es que tuviera miedo de ser descubierto, por aquellos parajes apenas iba nadie y menos con las bajas temperaturas y el mal tiempo reinante, pero no podía estar seguro de que algún imbécil sin seso se adentrara, aunque no fuera temporada, en busca de alguna pieza de caza, así que más valía prevenir que curar.

Se colocó la prenda de abrigo y descendió, jadeó cuando la gélida brisa abofeteó su rostro y tras alzarse las solapas hasta cubrir el mentón se caló un gorro de lana junto con unos gruesos guantes y comenzó a caminar siguiendo la dirección que había marcado con un círculo rojo en el tosco mapa que recibió, en busca de la estúpida cabaña donde su presa estaría bien caliente y creyéndose a salvo. Curvó los labios con malicia, no iba a llegar hasta la casa tan solo quería echar un vistazo, estudiar lo más posible el terreno. Se detuvo y se agachó tras unos pequeños matorrales al ver que la puerta se abría y por ella hacía su aparición el policía que la acompañaba, se percató como oteaba a un lado y otro antes de rodear por completo la construcción, volver a mirar hacia el horizonte y perderse de nuevo en la acogedora vivienda, un ramalazo de envidia lo recorrió al pensar en aquellos dos junto a una chimenea llevándose algo caliente al estómago, mientras él estaba allí fuera aterido de frío por culpa de la maldita rubia. El odio por la mujer se acrecentó a marchas forzadas, sacudiéndose la nieve que se pegaba a su chaquetón y haciendo el gesto de un arma con los dedos simuló un disparo hacia la nada, se dio la vuelta hacia el coche con un solo pensamiento en la cabeza. La detestaba, sí por culpa de aquella ramera no conseguía acabar su trabajo, si la muy puta hubiese colaborado no hubiese tenido que aguantar los aires de grandeza de su jefe ni las humillaciones a las que lo sometía cada vez que llegaba con las manos vacías. Lograría su objetivo, se prometió y tomó una decisión que le hizo sonreír de forma cabrona mientras asentía. Si, era la mejor de las ideas y la llevaría a cabo, ahora estaba convencido. <<Ella debía morir>>.

óóóóó

Sobre el hombro de Theo, Amy aguardaba impaciente poder hablar con su amiga. Era el tercer intento en vano por parte de Lewis para comunicarse con los desaparecidos y hasta ahora la suerte no parecía acompañarles pues siempre le saltaba el mensaje de apagado o fuera de cobertura.

—Inténtalo otra vez —inquirió cuando el policía le mostró el móvil negando—, hazlo por mi.
—Cariño, deben estar en un lugar sin señal —respondió dulcemente ante la demanda—, más tarde volvemos a insistir.
—Pero…
—Están bien —aseveró sonriendo y revolviéndose hasta quedar frente a ella—, si algo hubiese pasado ya tendríamos noticias, son las malas las que vuelan.
—Sí lo sé, pero tengo una extraña sensación aquí —dijo llevándose la mano al pecho—, como si…
—Rachelle no está sola y Charles es un buen profesional —cubrió con la palma la femenina—, no te preocupes, la cuidará bien.
—Lo sé, aunque eso no quita que me sienta inquieta.
—Mmmm —exhaló apoyando frente contra frente—, tendremos que hacer algo para que dejes de pensar cosas raras.
—¿Alguna idea? —preguntó curvando los labios sin que la alegría llegara a sus iris.
—Unas cuantas —le alzó la cara y bajó la cabeza hasta capturar su boca.

Algo en su interior la avisaba que debía estar en alerta, pero cuando la lengua de Theo acarició la suya se olvidó de su amiga, de su vida e incluso de respirar, con un suspiro se aferró al hombre que amaba y se dejó arrastrar por la pasión.

óóóóó

Atada a la cama contempló la abrasadora mirada de Charlie recorriendo su cuerpo, un electrizante escalofrío de deseo la sacudió, sin poderlo evitar tironeó en un vano intento de alargar la mano y tocarlo. Gruñó al sentir la mordida del metal en su piel y ver la sonrisa depredadora que se dibujaba en los labios del hombre que seguía sentado sobre sus muslos.

—No hagas eso —renegó irritada.
—¿Qué no haga qué? —se inclinó hacia delante hasta que apenas lo separaba unos centímetros de su cara.
—No me mires así como si...
—¿Cómo si quisiera comerte? —rozó levemente sus labios deslizándolos por la mandíbula hacia el lóbulo de la oreja que lamió sutilmente—, ¿devorarte?—, sin abandonar la piel del cuello alzó los brazos hasta sujetar los de ella, dejando que los dedos resbalaran por encima de la camisa—, ¿y si te digo que es eso exactamente lo que quiero hacer?

Suspiró al sentir la suavidad de los ósculos que Charlie iba regalándole, su cuerpo vibró involuntariamente cuando él comenzó a acariciarla sobre la ropa, primero las extremidades, más tarde los hombros para bajar hasta las caderas y detenerse ahí en lo que le pareció una eternidad. Un hondo gemido escapó de ella, cuando tras con un brusco tirón le sacó la camisa de los pantalones y percibió el calor de las palmas masculinas sobre su vientre, para un segundo después comenzar a ascender pausadamente hasta llegar al valle de sus senos. Por entre las pestañas contempló como el hombre que amaba alzaba la testa y la observaba con tal fuego en la mirada que podrían derretirse ambos Polos a la vez. Abrió la boca para protestar, pero cualquier cosa que fuera a decir se vio ahogada por los labios masculinos que la tomaron arrasando hasta el más mínimo indicio de cordura que pudiera restarle.

Tras el intenso baile de lenguas, volvió a sentarse a horcajadas sobre ella. Dios estaba tan hermosa allí tumbada, con el cabello revuelto, los pómulos sonrojados, los labios hinchados y entre abiertos..., y el hecho de que estuviera atada la convertía en la imagen misma del erotismo, y a pesar de estar vestida era una promesa, una tentación para sus sentidos a los cuales pensaba saciar hasta que ambos quedaran exhaustos. Con un gruñido de impaciencia agarró las solapas de la camisa y tiró haciendo que los frágiles botones salieran despedidos, con los puños llenos de tela miró los hermosos senos atrapados en el negro encaje del sujetador, su pene palpitó aún más dentro de la cárcel de sus pantalones, pero a pesar de la necesidad que lo apremiaba quedó prisionero de los montículos que subían y bajaban rápidamente a causa de la respiración agitada de Rae.

—Dios mío que bonita eres —exclamó al tiempo que soltaba la prenda y acunaba ambos pechos apretándolos suavemente—, preciosa.

Sintió como el sonrojo cubría cada una de sus células al percibir el escrutinio de Charlie. Por un instante el ardor del deseo la abandonó presa del temor, odiaba no ser como esas modelos que aparecían en las portadas de las revistas, pero al ver como él se deleitaba mirándola, el escuchar las palabras llenas de entusiasmo volvió a sentir la pasión abordarla. Jadeó cuando los pulgares masculinos rozaron sus pezones que reaccionaron irguiéndose aún más bajo el experto toque de las yemas.

Envalentonado por los gemidos y por las ansias apartó las manos y dejó que sus labios tomaran el lugar de estas. Sin apartar siquiera el sujetador mordisqueó primero una de las crestas y luego la otra logrando que ella levantase el tronco en busca de más y sí, mucho más iba a darle, de hecho iba a entregarle todo. Con desgana dejó de juguetear con las aureolas y trazó un reguero de saliva con su lengua por su abdomen paladeando las suaves sacudidas que iba provocando en Rae, al llegar a su ombligo introdujo la sonrosada punta, sonrió al percatarse como las femeninas caderas se levantaban del colchón. Masculló una maldición por lo bajini al toparse con la cinturilla del pantalón, quería más piel. Soltó el botón, bajó la cremallera y jugueteó con la suave tira superior de sus braguitas antes de zambullir los dedos para encontrar el sexo húmedo y caliente. Con decisión acarició el mojado clítoris presionando levemente, oyó el jadeó y como las piernas femeninas se abría un poco más. Joder no le bastaba eso, quería darle más. Sacó las falanges, se incorporó y con gran rapidez le quitó las botas antes de sacarle los pantalones a tirones.

Desde los pies de la cama escudriñó el cuerpo yaciente, piel clara sobre la gastada colcha oscura, curvas de infarto sobre algodón, un pecho de cine atrapado en un sujetador tan erótico como su portadora y un diminuto triángulo a juego con el sostén entre unas piernas que se abrían llamándolo a gritos.
Llevó una palma a su entrepierna para acomodar la erección que pedía ser liberada, pero tendría que esperar, antes iba a hacer lo que tanto había querido desde la última vez que fue suya. Comérsela viva.

Aprisionada por las pulseras de acero, con solo su ropa intima, una camisa que ya era inservible y el cuerpo ardiendo en llamas aguantó el detallado examen al que estaba siendo sometida, sollozó de placer cuando los chocolateados orbes acariciaron su dermis, vislumbró el deseo que brillaba en ellos y por un instante se sintió la mujer más hermosa del mundo. Su centro ya palpitante se convirtió en una bola de lava incandescente anhelante por explotar. Cerró las piernas y frotó los muslos intentando calmar el incesante latido, sus pechos se hincharon aún más y los pezones se endurecieron tanto, que el solo roce de la satinada tela era una verdadera tortura. Santo cielo, estaba a punto de tener un orgasmo y él ni siquiera la estaba tocando.

—Suéltame —suplicó con voz trémula removiéndose sobre el edredón—, déjame sentirte, por favor.
—No —respondió sacándose el grueso jersey por la cabeza, tras lanzarlo sin cuidado se acercó al tálamo le separó las rodillas y se acomodó entre ellas—, eres mí prisionera—, sonrió agachando la cabeza hasta que los alientos se entremezclaron—, eres mía Rae.

Su nombre fue lo último que creyó escuchar antes de verse sumida en un torbellino de pasión cuando con una inusitada violencia su boca se vio arrasada por la del policía en un beso tan posesivo como lo habían sido sus palabras. Una lucha de lenguas y dientes, leves mordiscos que marcaban, un toma y daca a partes iguales, venciendo y al mismo tiempo derrotando.

Toda ella protestó cuando él, con un gruñido, dio por finalizado el ósculo. Un leve gemido escapó de ella y se le erizó la piel al percibir que las húmedas caricias se deslizaban ahora por la columna de su cuello, la clavícula…, alzó el torso ofreciendo los plenos senos que necesitaban ser tocados, pero haciendo caso omiso de su ofrenda continuó su descenso sin pausa regalando besos a la dermis que iba encontrando en su camino, haciéndola estremecer.

Con toda la calma que fue capaz fue resbalándose hacia abajo, sonrió al ver los pechos expuestos ante sus ojos, negó y continuó, ya volvería para darse un festín con ellos más tarde, ahora era otra cosa lo que tenía en mente, jugueteó con el redondez de su ombligo y saboreó la salinidad que iba impregnando sus poros. Al llegar a la cinturilla de las braguitas levantó la vista, aferrada a los barrotes de la cama ella le miraba por entre las largas pestañas con el velo del deseo brillando en sus orbes. Llevó las palmas a la caderas y enlazando los pulgares en la suave tela comenzó a tironear despacio al tiempo que sus labios mimaban un muslo y luego el otro, cuando estas llegaron a la altura de las articulaciones pasó la cabeza por debajo de manera que quedó rodeado por ella. Podía sentir el roce del algodón de la prenda íntima, la humedad que las impregnaba en la espalda. Lanzó una nueva mirada al rostro amado antes de abrir con los pulgares la carne rosada de su centro, bajó la cara embelesándose, aspirando y embebiéndose del olor almizclado de su deseo antes de que su lengua tomara posesión, lamiendo e invadiendo cada rincón.

La expectación la estaba matando, ya era una hoguera bajo las suaves caricias y ahora allí expuesta para él creía que estallaría en llamas sin darse cuenta. Sus caderas se izaron de la cama cuando el húmedo músculo entró en contacto con el hinchado clítoris, eran toques lentos, circulares que hacían que sus terminaciones nerviosas mandaran descargas eléctricas a cada una de su células, jadeó cuando aprisionó el sensible montículo entre sus dientes al tiempo que daba ligeros envites. Se agarró con todas sus fuerzas a los barrotes del cabecero y creyó que los arrancaría de cuajo cuando la lengua dejó lugar al pulgar que trazó círculos mientras esta invadía su interior, entrando y saliendo en ella llevándola más allá de la cordura. Una oleada de placer estalló dentro de su vientre y la sacudió como un terremoto de pies a cabeza mientras el nombre de él reverberaba en la habitación. Desmadejada por el clímax cayó en el colchón exhausta, tomando grandes bocanadas de aire en un vano intento de recuperarse ya que Charlie parecía no tener bastante, seguía jugando con sus pliegues, bebiendo de ella, introduciéndose despacio para después dar largas lamidas antes de volver a entrar una y otra vez hasta que un nuevo orgasmo oteó en su horizonte para partirla por la mitad entre gemidos y espasmos. Aún temblaba cuando la boca del policía tomó la suya por sorpresa en un beso atolondrado que aceptó como una sedienta tomando lo que él le daba. Se saboreó en los labios carnosos de su hombre y quiso abrazarlo para no dejarle ir jamás.

Los temblores de Rae al culminar hicieron que todo su cuerpo se tensara, oírla gritar su nombre casi logra que llegase el también, tuvo que echar mano de toda su fuerza de voluntad para no correrse en los pantalones. Gruñó ante el doloroso empuje de su verga contra la tela, aunque continuó su cometido hasta lograr llevarla a lo más alto una segunda vez, quería una tercera pero su paciencia llevaba mucho tocando su fin. Como un adolescente se incorporó y buscó sus labios. Se sintió torpe besándola de aquel modo tan impetuoso, pero era así como se sentía como un chico recién salido del cascarón descubriendo el mundo, y su mundo era ella.

Sin poder abandonar su boca se removió dejando que percibiera el abultamiento de su pasión sobre el vientre, se tragó los casi imperceptibles sollozos que producían sus palmas al ascender y descender interminablemente por los costados deleitándose al mismo tiempo con la suavidad de su dermis.

—Rae —susurró con voz ronca—, mi preciosa Rae.

A pesar de haberse vaciado dos veces, de pensar que no podría más su ser volvió a calentarse al percibir el deseo no satisfecho de él, la sangre le hirvió en las venas y el corazón ahora pausado se le aceleró galopando en su pecho. Quería a O´sullivan dentro de su cuerpo, lo quería ya. Buscó sus ojos con desesperación, pidiéndole con la mirada lo que deseaba. Apretó los parpados cuando él pasó los nudillos por la sonrojada mejilla.

—Tómame Charlie —masculló débilmente—, hazme tuya de verdad, quiero sentirte dentro de mi, ahora.

Sonrió al escuchar las tímidas palabras, ella jamás le diría un “fóllame” como las mujeres con las que solía salir, pero joder si aquella forma de pedirlo no era mucho más placentero a sus oídos. Mierda, claro que iba a tomarla si se estaba muriendo por hacerlo. De un salto se levantó de la cama y se sacó casi a patadas los pantalones y los slips. Desnudo, con su erección señalando al cielo se plantó a los pies del tálamo y con prisas la despojó de las braguitas que aún continuaban enredadas en sus tobillos, abrió las piernas y se arrodilló entre ellas, llevó la mano a la base de su miembro erecto y lo guió hasta la resbaladiza hendidura, paseó la punta roma empapándose de su esencia antes de que con un solo golpe de caderas se hundiese hasta el fondo. Echó la cabeza hacia atrás sintiendo como la estrecha cavidad lo aprisionaba, como los músculos internos se ceñían sobre él y lo constreñían succionándolo, onduló la pelvis embistiendo lentamente primero, acelerando cuando le rodeó con las piernas y clavó los talones en sus lumbares al tiempo que se amoldaban al ritmo del otro. Los gemidos de ella se entremezclaban con los suyos, las apremiantes respiraciones hacían eco en el cuarto, el aroma del sexo y la pasión iba extendiéndose por el ambiente mientras dos cuerpos se perlaban de sudor. Dio más brío a sus envites al percatarse como Rae comenzaba a sacudirse mientras su seda interior lo apretaba como un puño exprimiéndolo. Un escalofrío nació en sus vértebras y lo recorrió hasta el coxis provocando que lanzara una última y poderosa acometida antes de estallar con un grito. Chorros de pasión escaparon de él, mezclándose con los espasmos de placer de la mujer que se aferraba a sus caderas.

Cuando aminoraron las convulsiones se dejó caer, sintiendo el suave roce del sujetador en la mejilla y el acelerado golpeteo de su corazón junto a la oreja. Un sentimiento de emoción le embargó, era ella, sólo ella.

—Déjame amarte Rae —susurró para si mismo. 

Continuará...




                                                                                             

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