miércoles, 31 de agosto de 2011

EL PRECIO DEL AMOR - CAPÍTULO 24



Entró en el coche y lanzó un puñetazo al volante, no estaba siendo un buen día, había estado vigilando durante varias jornadas el edificio armándose de paciencia, esperó a que la muy perra saliera de casa y cuando por fin lo hizo se topó con que la cerradura ya no era la misma, maldiciendo —pues esperaba que la muy estúpida la hubiese dejado tal cual— fue hasta la floristería, tal vez una visita sorpresa la hiciera entrar en razón, pero esta estaba cerrada a cal y canto. Se disponía a regresar a su puesto de observación cuando la vio entrar al edificio de la policía, sonrió con soberbia, esa puta nada podría decir de él, su identidad estaba más que a salvo, era un profesional y sabía que no había dejado ni un trozo de piel al descubierto. Nuevamente aguardó a que saliera, ahora que la tenía localizada era fácil seguirla y provocar un “amable” encontronazo. Se pasó la lengua por el labio saboreando el placer que le provocaba producir miedo, contemplar el terror en esos ojos era como tener un orgasmo, un delicioso manjar ver las caras palidecer..., casi paladeaba nuevamente su próxima victoria cuando se percató que iba con ese bastardo rubio que últimamente solía acompañarla. Tragándose la ira se puso en marcha tras ellos, tomando la precaución de ir a una distancia prudencial para que no pudieran percatarse de su presencia. Los vio estacionar y acaramelados perderse tras el portón, se llevó la mano a la entrepierna y apretó, sin duda esos iban a darse un buen revolcón y joder se excitó al pensar que tal vez él pudiera disfrutar de ella también. ¿Por qué no? Las órdenes eran no lastimarla y sin duda la zorra lo iba a pasar muy bien mientras se la follaba y él mucho mejor oyéndola gritar. Rió casi malévolamente presionando su erección.

Un buen rato más tarde vio salir al rubiales cabrón y supo que era su oportunidad, se apeó para ir hacia su gozoso destino cuando el ruido de un motor lo hizo girar la cabeza, conocía la motocicleta que avanzaba hacia él y al hijo de puto que iba sobre ella, gruñendo se metió raudo en el coche para evitar ser visto. Volvió a golpear el volante frustrado, lanzando un exabrupto trató de calmarse para evitar llamar la atención. Lo mejor era irse y volver más tarde, ese día poco iba a lograr aparte de perder el tiempo y además la presión de los huevos lo estaba matando. Decididamente, asintió metiendo la llave en el contacto y girándola para arrancar, lo mejor era desaparecer y echar un buen polvo con alguna fulana bien dispuesta, después de todo el ratoncillo estaba en la ratonera y no iba a ir a ninguna parte.

óóóóó

La papelera hizo un sonido sordo al estrellarse contra la pared desparramando su contenido por el suelo, haciendo caso omiso del desastre que había ocasionado, se paseó de un lado a otro como león enjaulado, estaba irritado y mucho, por una parte no podía de dejar sentir dolor ante la imagen de Rae abrazada a Theo, los celos le mordían haciendo presa en él, pero era otra cosa lo que le superaba en aquellos momentos, algo que no acababa de encajar y que no lograba ver por más que se estrujaba el cerebro. Se detuvo de repente como si una luz hubiese brillado dándole la solución. Tan rápido como le fue posible cambió el uniforme por sus vaqueros, su camiseta y las botas, agarró la chaqueta de cuero y el casco de su taquilla, cerró y sin despedirse salió de la comisaría.

La moto recorrió la distancia en menos tiempo de lo aconsejado, aparcó junto a un Sedan, justo al lado del edificio de Rae y se dirigió al portón por la acera limpia de nieve, subió los escalones y empujó la enorme mole de hierro que cedió ante su fuerza, frunció el ceño, tendría que hablar con ella sobre esa falta de seguridad, apretó el botón del ascensor y mientras este llegaba se quitó los guantes guardándolos en los bolsillos traseros de sus jeans, en cuanto el acero se abrió se introdujo en su interior y pulsó el numero del piso. Una vez en el corredor caminó a grandes zancadas y tocó el timbre impaciente una, dos, tres veces. Esperó unos segundos y pegó la oreja a la madera, un leve ruido de pasos le llegó desde el interior, está vez golpeó con los nudillos fuertemente.

—¡Rae abre la puerta! —exclamó aporreando violentamente—, sé que estás ahí.

El sonido metálico del pestillo al correr y el chasquido de la de la cerradura al abrirse lo detuvieron, tan pronto ella asomó empujó la puerta y se coló dentro de la vivienda cerrando tras él. Observó a la mujer que lo miraba con el rostro lleno de sorpresa tratando de controlar la ira que lo consumía. Para no agarrarla y zarandearla se dirigió, con Rae a su zaga, hacia el salón. Una vez allí se volvió como un resorte.

—¡Mentiste! —gruñó encarándola.

Rachelle lo miró parpadeando, percatándose de la rabia que lo atenazaba y sin entender muy bien su actitud ni sus palabras.

—Maldita sea —acercándose a ella la aferró por los hombros y resbaló las manos hasta los antebrazos presionándolos entre sus dedos—, todo este tiempo has sabido quien hay detrás de esas llamadas ¿verdad?
—Estás loco, si lo supiera...
—¡Deja de mentir! —bramó zarandeándola.
—Suéltame —sollozó presa del pánico.

Se detuvo al percibir como el miedo iba tomando posesión de la bonita cara, como los ojos se abrieron de par en par y la piel iba tomando un tono blanquecino, se llamó estúpido por su falta de tacto pero sentía tanto coraje porque ella le hubiese ocultado algo como aquello, tan imbécil por no haberse dado cuenta que estaba descargando toda su frustración de la peor manera posible. Aflojó la presión lo justo para atraerla contra él.

—Lo siento no quería asustarte —murmuró contra su coronilla que ahora descansaba bajo su barbilla—, solo quiero su nombre.
—No hay ninguno —insistió ella pegando la mejilla al amplio tórax, mientras inhalaba el olor a su perfume y a hombre que él emanaba—,  no...—, se interrumpió y casi protestó cuando él la separó de repente alejándola de su calor.

Charlie contempló nuevamente el rostro de la mujer que amaba, pudo vislumbrar durante un nanosegundo la duda brillar en los zarcos iris, pero esta fue tan rápidamente suplantada por la determinación que fue consciente que no le diría nada, ¿por qué? ¿A quién estaba encubriendo? Tenía tantas preguntas y ella le negaba las respuestas. Con pausada lentitud fue subiendo sus palmas hasta los hombros, la columna del cuello hasta acunar la cabeza entre ellas poniendo especial cuidado en no tocar la herida. ¿Es que no se daba cuenta que sólo quería protegerla de cualquier mal que se ciñera sobre ella?

—Rae —susurró embebiéndose de su belleza—, deja que te ayude.

Un sonido extraño surgió de la garganta femenina mientras las retinas se le aguaban, su respiración se agitaba y sus labios se entreabrían. Ante aquello el corazón comenzó a galopar entre sus costillas tan rápido que pensó que le iba a estallar el pecho, el deseo empezó a poseerlo tan rápido que barrió de un plumazo toda la rabia que traía de la calle olvidando lo que realmente lo impulsó a visitarla, fue acortando la distancia hasta que sus labios se rozaron.

Le temblaban las rodillas tanto que pensó que no se sostendría cuando la boca de Charlie se posó sobre la suya tierna y suave, echaba tanto de menos sus besos, sus caricias que quiso abandonarse a él y lo habría hecho si el sonido de las llaves en la cerradura no los hubiese interrumpido. Avergonzada se separó mientras Charlie mascullaba un exabrupto por lo bajini.

óóóóó

Era una suerte el que ese día no hubiese casi trabajo y su jefe decidiera cerrar con bastante tiempo de antelación, así que pasó por el súper compró una buena remesa de chucherías, galletas y otros alimentos no especialmente sanos y se fue rauda a casa de Rachelle, intentaría convencerla de ver una buena peli y charlar de cosas divertidas. Era consciente que a pesar del esfuerzo por parte de su amiga en disimular que estaba bien, no lo estaba consiguiendo, por un lado las pesadillas no dejaban de atormentarla y por otra cada vez estaba más delgada y más aislada en si misma, cosa que no le gustaba nada.

Haciendo malabares para no soltar su cargamento de dulces abrió, cerró con el talón y recorrió el pasillo con una pícara sonrisa ante la sorpresa que le iba a dar. Se detuvo en seco al llegar al salón y ver a Charlie allí.

—Hola —saludó mirando a uno y otra, sin que se le pasara por alto el nerviosismo de ambos ¿acaso interrumpió algo?
—Hola —respondió el policía secamente.
—Amy, es temprano ¿sucedió algo? —preguntó su amiga en un tono preocupado.
—No nada, hace frío y la gente no le apetece emperifollarse para estar en casa —contestó dejando su carga sobre la mesa—, mira traje algunas cosas light.

Un tanto tenso ante la situación Charlie optó por poner tierra por medio, no se le escapaba las miradas interrogantes y nada amables que la guapa morena le lanzaba, ni los nervios de Rachelle.

—Creo que será mejor que me marche.
—Te acompaño a la salida —dijo Rae casi con alivio.
—No es necesario —acercándose le dio un beso en la mejilla y murmuró para que solo ella pudiera oírlo—, volveré a por ese nombre—, luego en tono normal añadió—. Me alegro mucho que estés mejor. Amanda.
—O’Sullivan.

En cuanto estuvo segura que se marchó se giró hacia Rach.

—¿A qué ha venido?
—Supongo que ha sido cortesía —mintió descaradamente—, hoy estuve en la comisaría prestando declaración.
—Vaya eso es una buena noticia.
—Y también fui a visitar al doctor Gordon.
—¡Eso es estupendo! —chilló Amanda—, tienes que contarme como te fue. Mmm ¿qué tal si hago café y me pones al tanto?
—Yo lo haré —río contagiada del entusiasmo—, ve y ponte cómoda mientras.

Amy tomó dirección de su cuarto y ella de la cocina, se detuvo en el dintel y miró la tetera volteada que había soltado al oír los golpes en la puerta, entró, se agachó y la recogió, instintivamente la llevó a su pecho cuando comenzó a sonar el timbre del teléfono, uno, dos timbrazos y se paró. Sacudió la cabeza y dejó el utensilio sobre la encimera, abrió el grifo y metió las manos bajo el agua fría, era una manía idiota pero la tranquilizaba, cortó el chorro, se secó y sacó la cafetera, llenó el cacillo con el aromático producto y la puso sobre la vitrocerámica. Mientras esperaba la imagen de Charlie se dibujó en su mente, allí en su salón tan macho, tan imponente que el deseo la había mojado con solo mirarlo. Frunció el ceño al recordar sus últimas palabras y un escalofrío le recorrió la medula. Se llevó el puño a la boca y se mordió un nudillo.

—No puedo hacerle eso —se advirtió a si misma—, a él no.

Ya estaba medio desnuda cuando el martilleante repiqueteo del teléfono la sorprendió, iba a pasar pero pensó en Rach así que alargó el brazo antes del tercer tono y se lo llevó a la oreja.

—Mi preciosa Rachelle, cuanto siento que te infligieran daño —dijeron desde el otro lado—, sabes que yo nunca quise eso para ti, pero no te has portado bien.
—¿Quién es? —demandó alarmada—. ¿Oiga quién hay ahí?—, sólo obtuvo un clic por respuesta.

Abrió la palma y dejó que el auricular cayera al suelo emitiendo un sonido sordo al estrellarse contra la alfombra, antes de mirar hacia la puerta del cuarto tras el cual se encontraba su amiga. ¿Dios Santo qué estaba ocurriendo allí? 

Continuará...




miércoles, 24 de agosto de 2011

EL PRECIO DEL AMOR. Capítulo 23



Se quitó la humedad del cabello y enrolló la toalla sobre su melena, luego hizo lo mismo con su cuerpo y se dirigió al lavabo, con la mano limpió el vaho condensado en el espejo lo suficiente para mirarse en él. Gimió al ver su imagen reflejada, su rostro parecía más el de un cadáver que el de una persona, las oscuras ojeras hablaban por si misma de las noches de insomnio y pesadillas, su tez pálida y sin vida parecía surcada por arrugas que habían aparecido de repente y que no correspondían a su edad. Varios días llevaba encerrada a cal y canto en su casa, sin querer ver a nadie, sin querer oír a nadie, con la única compañía del silencio, sus inquietos pensamientos y la paciencia de Amy que en cuanto dejaba el trabajo corría a su lado para compartir las largas noches en vela.

Suspirando se dio la vuelta apoyándose en la encimera de mármol,  debía salir de su cascarón y afrontar la vida a pesar de los temores que la embargaban, del miedo a que su agresor volviera a atacarla cualquier día y está vez no tener la suerte que alguien la socorriera. De todos modos permanecer entre aquellas paredes de lo que llamaba hogar no era garantía de seguridad, ya traspasaron el umbral de su casa una vez y nada aseguraba que no pudieran hacerlo de nuevo y desconectar el teléfono durante toda la jornada para volverlo a enchufar pocos minutos antes de que su amiga regresara tampoco era una solución, si alguien quería matarla lo haría pusiera las barreras que pusiera. Tembló al imaginar su cuerpo roto tirado en un callejón sucio. Pero debía ser fuerte, por ella misma y sobre todo por su amiga por que su pesar y su angustia la estaban arrastrando y condenando también a ella y no era justo.
Se dirigió al cuarto y de la mesita de noche sacó la tarjeta que días atrás Amanda le había dado, recordaba la charla, los consejos de que buscara ayuda. Repasó con el índice las letras impresas, no podía seguir negando lo evidente iría antes que nada a visitar a ese profesional. Era hora de volver a tomar las riendas de su vida nuevamente y lo haría ese mismo día, abriría su negocio, reiría con sus clientes, regresaría a las flores, a su mundo con valentía.

Tres horas más tarde, vestida con unos vaqueros, un jersey de lana roja de cuello vuelto, botas negras, con el abrigo y el bolso en su regazo esperaba pacientemente en la sala de espera del consultorio del psicólogo que le recomendara el doctor que la atendió en urgencias, no le había comunicado a nadie su intención de visitar al especialista. Nerviosa observó a la señora que amablemente la había atendido y que se afanaba tecleando en el ordenador, la secretaria —una guapa y elegante mujer entrada en la treintena—, alzó la cabeza y le sonrió antes de volver a su trabajo, unos minutos después la puerta lacada en negro de su derecha se abrió por ella apareció un hombre de unos cincuenta años, no era demasiado alto aunque tampoco podía decirse que era bajo, vestido con un traje gris marengo, camisa blanca y corbata oscura se dirigió a ella invitándola a pasar.

Sin dudar se levantó y entró en la sala contigua, para su asombro no era como esperaba, no tenía diván, ni biombos, ni títulos rimbombantes que mostraran los estudios del medico, por el contrario era una habitación luminosa, decorada en tonos calidos, muebles claros que le daban un aire hogareño y acogedor. El escritorio tras el cual tomó posición el galeno no estaba atiborrado de papeles, solo un teléfono, un ordenador y un pequeño tiesto de violetas africanas junto a un porta retratos ocupaban el amplio espacio, el sillón que crujió bajo el peso del hombre al sentarse era de piel marrón al igual que el que le señaló para que ella se sentara en cuanto entraron. Asimismo el caballero no se asemejaba a la idea que llevaba en mente, no es que pensara que sería un ogro ni nada parecido, pero para su agrado el rostro que tenía enfrente, aunque mostraba las señales de la edad, era apuesto y los ojos marrones claros trasmitían calor y confianza. Suspiró y se relajó cuando la voz pausada del doctor la saludó.

—Buenos días señorita Adams, soy Roger Gordon, me alegro que haya decidido visitarme —alargando el brazo por encima de la mesa tendió la mano—, un placer conocerla por fin.
—Gracias por recibirme sin cita —respondió aceptando el saludo un tanto confusa—, para mi también es un placer doctor Gordon.
—Llámeme Roger —añadió volviéndose hacia su computadora—. Lo cierto es que la esperaba hace días, mi colega, el doctor Smith me puso en antecedentes.
—Bueno él me lo recomendó…
—Sí, lo sé —afirmó pulsando algunas teclas—, me habló de su caso y que le prometió visitarme.

Asintiendo recordó la charla con el profesional que la atendió tras el asalto, con los resultados de los análisis en la mano le había hecho unas cuantas preguntas que ella, aturdida por el momento y las medicinas, respondió sin pensar dejando patente más de lo que quería. <<No puedo contarle esto a nadie sin su permiso, soy como un cura atado al secreto de confesión, pero le sugiero que ponga remedio pronto o…>> <<Lo haré, lo prometo>>, fueron sus palabras llenas de vergüenza ante el gesto sombrío. Parpadeó al percatarse que se encontraba perdida en sus pensamientos haciendo caso omiso de lo que su interlocutor le decía.

—Es consciente que tiene un problema ¿verdad? —al verla asentir se llevó un dedo a la sien que ya comenzaba a teñirse de canas—, eso es bueno, ahora relájese, póngase cómoda y yo le haré unas preguntas.

óóóóó

Maldijo por lo bajini y depositó el auricular sobre su base con un golpe seco, era la enésima vez en esos días que llamaba a Rae y la enésima que el sonido de comunicando le llenaba los oídos, quería saber como se encontraba. Amanda les informó a Theo y a él que poco a poco iba recuperándose pero también les hizo saber las pesadillas que la embargaban por la noche, que se despertaba entre gritos aterrorizados y empapada en sudor. Se pasó las manos por el pelo, Dios sabía lo impotente que se sentía por no poder hacer nada, lo que daría por estar con ella y acunarla entre sus brazos, murmurarle palabras de consuelo, y asegurarle que la protegería que la protegería, que nadie, nunca más le haría daño pero ella se escondía tras las paredes de su casa, aislándose del mundo, alejándose de él. Volvió a maldecir agarrando el auricular para insistir una vez más, iba a pulsar el primer número cuando el grave tono de Theo le obligó a levantar la cabeza.

—¡Rachelle!

Desde su mesa vio a su compañero correr hacia la puerta, siguiéndolo con la mirada se detuvo en la figura que estaba parada en medio del corredor. Su corazón se saltó un latido y se incorporó con tanto ímpetu que estuvo a punto de volcar la silla, sin dudarlo avanzó hasta la pareja, al llegar junto a ellos contempló a la mujer que amaba y se le cayó el alma a los pies, estaba más delgada, pálida y unas grandes ojeras azuladas se dibujaban bajo los tristes iris, el apósito aun decoraba su pómulo como recordatorio de la violencia sufrida. Tragó saliva y metió las manos en los bolsillos, le picaban los dedos por tocarla pero sabía que aquello no era una buena idea, así que se limitó a observarla mientras ella hablaba con su colega.

—Hola Rae, ¿Qué tal te encuentras?

Se giró un poco al escuchar la voz de Charlie a su lado y todo su cuerpo se estremeció al ver la calida mirada que el dedicaba, en aquellos orbes color del chocolate volvía a encontrar no al hombre, ni al amante, sino al amigo perdido meses atrás. Quiso recostarse contra él como cuando era una niña y la consolaba hasta hacerla reír. Dio un paso atrás asombrada por sus propios pensamientos y sintió las manos de Theo sosteniéndola por la cintura.

—Estoy bien, gracias —respondió con voz pausada—, he venido a prestar declaración.
—No es necesario que sea ahora —aclaró Lewis acercándola más a él—, podemos esperar a que estés recuperada.
—Me encuentro perfectamente —recalcó sonriendo—, y me gustaría acabar con todo esto de una vez.
—Entonces iremos a una de las habitaciones de interrogatorios —señaló Charlie indicando hacia el fondo—, estaremos más tranquilos.
—De acuerdo.

Una punzada de celos lo recorrió cuando se percató como el rubiales pasaba el brazo sobre los hombros de Rae y ella se recostaba sobre el cuerpo de su colega. Se tragó el amargo sabor de bilis que le subió a la garganta y controló a duras penas el deseo de apartar al gilipollas de un empujón y gritarle que no la tocara, apretando la mandíbula se encaminó tras ellos.

La sala donde la llevaron era pequeña y casi aterradora, un espejo de grandes dimensiones ocupaba una de las paredes, las otras estaban desnudas, una mesa en el centro con un par de sillas, una enorme lámpara pegada al techo que derramaba su luz blanca y potente sobre ella era todo el mobiliario. Tomó asiento mientras Theo salía con la promesa de volver en unos minutos. Nerviosa se mordió el labio inferior sintiendo el calor de la mirada de Charlie, alzó los párpados y todo su cuerpo vibró ante el ardor que ahora se reflejaba en sus orbes. Tembló cuando él suavemente recorrió con los nudillos la mejilla ilesa, dio un respingo cuando de golpe se cortó la caricia al abrirse la puerta, dando paso a Lewis que portaba un vaso con agua y al comisario que traía varios papeles y una grabadora que depositó sobre la superficie plana frente a ella. Bajó la vista avergonzada al encontrarse con las verdosas retinas llenas de demandas.
Tras el saludo de rigor y la pregunta de cortesía sobre su estado el jefe de policía comenzó a interrogarla. Las palmas de Lewis se cerraron sobre sus hombros regalándole tibios apretones para animarla a recordar y para calmarla al llegar a los momentos tensos, por su parte O’Sullivan permanecía apoyado en la pared con un pie sobre el otro y los brazos cruzados, distante pero era consciente que a pesar de la actitud despreocupada que mostraba no estaba perdiendo ni uno solo de los detalles.

—¿Podría decirnos algo que sirva para identificar al agresor?, cabello, alguna cicatriz… —inquirió el inspector.
—No pude verle la cara, la llevaba cubierta con un pasamontañas —se restregó las manos sudorosas sobre la tela de los pantalones— y guantes.
—¿Pudo verle los ojos o los llevaba cubiertos?

Rachelle intentó retener el escalofrió al recordar la fiera mirada.

—Siempre me perseguirán —musitó tragando—, eran pequeños, oscuros y llenos de maldad.
—Sé que está nerviosa, pero intente decirnos algo más que pueda servirnos —insistió el jefe irguiéndose sobre ella.
—No me fijé en nada más, ya le he dicho que iba cubierto y estaba asustada.
—¿Cree que podría tratarse del mismo hombre que la ha estado amenazando?
—Sí… no… —tomó el vaso y bebió un sorbo—, quiero decir que no es la misma persona pero la envió él.
—¿Quién es él? —atosigó el capitán apoyando golpeando la pulida superficie con ambas palmas provocándole un sobresalto.
—Yo… —buscó la mirada de Charlie y se encogió algo intimidada por la actitud del interrogador—, no lo sé.

No había dicho una palabra aunque desde su posición permanecía atento a todo lo que acontecía en la habitación, desde su silencio iba asimilando los cambios en la faz de Rae, desde la palidez de su piel al recordar al insurrecto que casi acaba con ella, al miedo en los claros orbes ante la desmesurada actuación de su superior, sin dudas ese hombre en su afán por conseguir información estaba pasando el límite y la estaba intimidando de tal manera que la tenía al borde del llanto y no iba a permitirlo.

—¡Basta! —barruntó apartándose del muro—, deje de tratarla como si fuera la agresora en vez de la agredida.
—Discúlpeme si he sido algo tosco, señorita Adams —dijo el hombre poniéndose en pie un tanto avergonzado, mirando a unos y otra—, es deformación profesional.
—No se preocupe.
—Bien esto es todo por ahora —tendió la mano abierta que ella estrechó—, cualquier cosa que recuerde, aunque crea que es una tontería sin importancia, no dude en venir, y por favor perdone mi comportamiento.

Una vez el capitán hubo salido se incorporó, sus rodillas parecían gelatina y apenas la sostenían pero necesitaba salir de allí, no soportaba estar aprisionada entre esas cuatro paredes que simulaban querer tragársela mientras recordaba lo sucedido.

—Quiero ir a casa —suplicó a Theo que la rodeó con sus fuertes brazos.
—Ya está —murmuró este sobre su cabeza acariciándole suavemente la columna—, ya pasó.
—Por favor, sácame de aquí —sollozó enterrando la cara sobre su pecho.

El sonido de un portazo la hizo dar un respingo, aferrándose con más fuerza a la camisa del hombre que la sostenía, rompió a llorar.

Continuará…


miércoles, 17 de agosto de 2011

EL PRECIO DEL AMOR - CAPÍTULO 22



Al escuchar un largo carraspeo detrás de él, parpadeó intentando dispersar la humedad que se aposentó en sus ojos y soltando a Theo se giró para encontrar un malhumorado médico que con los brazos cruzados les miraba con cara de pocos amigos.

—No sé si saben que esto es un hospital y no un ring de boxeo.
—Perdóneles, por favor —pidió Amy dando un paso adelante—, son los nervios.

El galeno los observó durante unos interminables segundos, para terminar asintiendo al comprender la situación.

—Sé que están preocupados por su amiga, pero el pelearse no ayuda en nada, excepto que puedan necesitar la mía para que atienda a uno de ustedes —señaló a los hombres—, o a los dos por heridas.
—¿Cómo está? —preguntó Charlie impaciente.
—La señorita Adams se encuentra estable, sufre magulladuras y un pequeño corte en la mejilla izquierda que necesitó un par de puntos.
—Gracias a Dios.
—Sin embargo...
—¿Sin embargo qué? —inquirió Lewis al ver que se callaba.
—Seguramente necesite ayuda, está muy afectada por lo sucedido.
—Se la daremos —aseguró Amanda.
—La de los amigos está muy bien, pero en este caso será mejor una de un profesional —especificó dándole una tarjeta—, es el mejor que conozco en el campo.

Ella asintió agradecida, leyendo el nombre del psicólogo impreso en la cartulina, antes de guardársela en el bolso. Si su amiga necesitaba ayuda la recibiría, cualquier cosa para que se recuperase del susto.

—¿Podemos verla?
—Sólo puede pasar una persona —levantó las manos al ver como los dos policías se disponían a protestar—, ya le he dado de alta, la verán en unos minutos.
—En ese caso iré yo, me necesitará para vestirse —dijo Amy para mirar a Theo enseguida—, lo siento, quizá debas ir...
—No, mejor que vayas tú es lo más apropiado en este caso.
—¿Estás seguro? —preguntó alzando una ceja—, que el que la atacase un hombre no significa que te vaya a rechazar.
—No es por eso, es que nosotros... no... —tartamudeó nervioso diciendo más de lo que deseaba—, seguro está más cómoda contigo.
—Bien —sonrió sin poderlo evitar al darse cuenta de lo que eso significaba—. Saldremos enseguida—, avisó echando a andar tras el doctor.

Apretó los puños para evitar aplaudir como un loco y se mordió el labio inferior para no gritar de alegría, no sólo estaba eufórico al saber por fin que Rae estaba bien permitiéndole a su corazón latir con normalidad, sino que averiguar que ese exuberante cuerpo aún le pertenecía era una sensación que nunca antes había sentido. Ella seguía siendo suya y por lo más sagrado que haría lo imposible para que así siguiese.
Miró a su colega, las ganas de restregárselo era demasiado tentador, pero había otra cosa mucho más importante.
—Que fue lo que pasó —requirió en cuanto Amy desapareció tras la puerta.
—No sé mucho, pregunté a los compañeros pero no supieron decirme nada aparte que Rachelle se encontraba presa de un ataque de nervios —se encogió de hombros—, el tipo que corrió en su ayuda les comentó que vio a un hombre atacándola pero poco más, ahora está prestando declaración en la comisaría, supongo que tendremos que esperar a leer el informe.
—¿Crees que ha sido el que le acosa?
—No lo sé, quizá fue un atraco de tantos —respondió Theo frunciendo el ceño—, pero después de las amenazas que sufrió no descarto nada—, se cruzó de brazos—, tal vez sea simple mala suerte, aunque no creo en las casualidades.
—Cabrón, tenemos que hacer algo para pillarle y rápido.
—La denuncia sigue su curso y en breve se pondrá pinchar sus teléfonos, estoy seguro que en nada será arrestado.
—Si, pero mientras tanto está libre y asustándola.
—Ojalá supiera quien es.
—Le reventaría de un puñetazo —masculló golpeándose la palma con su puño.
—Pide número, yo voy primero.
—Ni en sueños ocupas ese lugar —bufó Charlie.
—Soy yo el que está con ella y no tú —indicó apuntándole con un dedo en el pecho.
—Habló el santo padre.
—¿Qué quieres decir?
—Pues que presumes mucho y no te comes ni un rosco.
—El rosco tiene nombre y oídos —dijo una voz conocida que hizo que Charlie se encogiese.

Se volteó y la imagen de la mujer que estaba a su espalda le impactó, demacrada, con el rostro bañado de una mortecina palidez era una sombra melancólica de su Rae. Observó con furia el apósito que cubría la mejilla, se clavó las uñas en las palmas al ver el dolor y el miedo que brillaba en la profundidad de los vidriosos ojos. Quiso abrazarla, consolarla, pero tras su metedura de pata supo que lo mejor era bajar la cabeza y disculparse.

—Rae, perdona yo...
—Déjalo, no estoy de humor para tus tonterías —se acercó a Lewis—, quiero ir a casa.
—Y a casa iremos —afirmó pasando con delicadeza un nudillo por el señalado pómulo—. ¿Cómo estás?
—Muy cansada, ¿nos vamos?

Theo asintió y enlazándola de la cintura echó a andar hacia la salida.

—Increíble, pero comienzas a darme pena, O´Sullivan —musitó Amy parándose a su lado.
—Yo me doy asco —sentenció viendo como la pareja desaparecía tras la puerta.
—Si, de eso también hay bastante.
—Y con razón.
—¿Theo te arreó mientras estaba fuera y te colocó tus escasas neuronas? —preguntó sorprendida por sus afirmaciones.
—Debí permitirle que lo hiciese, así no hubiese abierto mi bocazas como siempre hago. ¿Cómo puedo ser tan gilipollas?
—Bueno basta ya —le paró alzando una mano—, harás que te coja simpatía y eso ni borracha. Me voy o se irán sin mí.

Charlie contempló la espalda de la morena mujer, normal que no le cayese bien, desde el principio fue un bastardo y por más que lo intentaba no lograba cambiar. <<Mierda>> se golpeó en la frente.

—¿Le puedo ayudar en algo?

Torció la testa hacia la bonita enfermera que le miraba con un fulgor lujurioso en los grises ojos que lo dejó frío. Curioso como hace unos meses hubiese hecho que su instinto de cazador se pusiese en marcha, pero ni para eso servía ya.

—Aquí no pueden ayudarme.
—Tal vez yo si pueda —sus labios se curvaron provocativos mientras una de sus rojas y cuidadas uñas descendía lentamente por su pecho.
—Gracias por el ofrecimiento —le pellizcó la barbilla—, quizá en otra ocasión.

Dejando a la pasmosa mujer con la boca abierta, caminó con grandes zancadas buscando el gélido aire que le oxigenase. Aspiró con fuerza una vez fuera, se acercó a su moto, se puso el casco y antes de poner en marcha el vehículo tomó una determinación. Nadie haría daño a Rae. Nadie.

óóóóó

Estaba empezando a ponerse nervioso y tras eso siempre venía el cabreo. Tanto silencio no era habitual en una persona que por lo general hablaba sin parar, además de que él no estaba habituado a que le ignoraran. ¿Qué se había creído ese delgaducho? Sean Simpson era mucho mejor y no sólo en tamaño. Le miró de arriba abajo. Con el pelo lacio y castaño claro, unos huesos anchos, pero sin apenas músculos que rellenase ese 1,80 de estatura era poca cosa a su lado.

—Si te vas a quedar todo el día mirando a través de la ventana y sin decir nada, me largo.

Un músculo vibró en la mandíbula del hombre que le daba la espalda, conocía a Sean desde hacía unos meses y la sensación que tuvo al verle esa primera vez se volvió a acentuar al escuchar el tono con que le habló. No era de fiar, demasiado orgulloso para doblegarse del todo a alguien, pero también demasiado avaricioso, le enseñabas un billete de los grandes y babeaba como un perrito ante un hueso, y eso le venía muy bien. Aunque de poco le sirvió esta vez, el muy estúpido no había hecho bien su trabajo. Con deliberada desidia se dio la media vuelta y lo observó durante unos segundos. El tipo era grande —le sacaba más de una cabeza— y corpulento, que unido a un rostro nada agradable donde los depravados oscuros orbes predominaban bajo unas pobladas cejas, hacía que uno se pensase dos veces como hablarle, sin embargo ahora mismo no se encontraba con ganas de pensar.

—¿Yo a ti para que te pagué? —inquirió mascullando.
—Para conseguir el sobre.
—Exacto, y no sólo no lo has conseguido sino que encima la marcaste.
—Te dije que fue sin querer, además si no te lo hubiese dicho no sabrías nada de eso.
—Siempre se te olvida una cosa y es que soy más listo que tu.
—No te atrevas a insultarme —amenazó dando un paso adelante.
—Quien tiene el dinero tiene el poder y de los dos tú eres el pobre.
—¡Me importa una puta mierda tu dinero! —voceó con la respiración agitada.
—Si es así, la puerta la tienes detrás de ti —le subrayó tranquilamente con un gesto hacia ella mientras se cruzaba de brazos.

Contempló, intentando aguantarse la sonrisa que pugnaba por brotar, como Sean dirigió una mirada de soslayo hacia la salida, podía imaginarse a las codiciosas neuronas formando un corrillo para decidir que hacer, como si no supiese de antemano cual sería la decisión que tomarían.

—Quiero más pasta —exigió acercándose a él.
—Cuando me des lo que quiero, la tendrás.
—Trato hecho, Devon —afirmó adelantando la palma abierta.
—Trato hecho, Simpson —declaró cerrando el pacto con un fuerte apretón de manos.

óóóóó

A través de la oscuridad que regia en el dormitorio apenas podía distinguir la silueta de Rachelle, pero la acelerada respiración y los suspiros que lanzaba de vez en cuando le confirmó sus sospechas.

—¿No puedes dormir? —preguntó acariciándole el brazo.
—No.
—Te voy a traer la pastilla que te mandó el doctor.
—No me dejes sola —pidió sujetándole la mano.
—Tranquila, estoy a tu lado ahora y siempre —confirmó abrazándola.
—Gracias.
—¿Para qué están las amigas, eh?
—Por lo visto para soportar mis penurias.
—Te recuerdo que esto es como un matrimonio, es tanto para lo bueno como para lo malo.
—Sólo que siempre es malo.
—Siempre no, acuérdate de nuestras vacaciones de verano y lo bien que nos lo pasamos.
—Parece que fue hace un siglo —se quejó exhalando.
—Eso tiene fácil solución.
—¿Quieres que veamos las fotos?
—Es buena idea, pero también podríamos hacer las maletas e irnos por ahí unos días.

Una tenue sonrisa iluminó la faz de Rachelle al pensar en ello, poder viajar y dejar atrás lo que se había convertido su vida, si, eso es justo lo que necesitaba

—Sería estupendo.
—Pues no se hable más. Mañana hablaremos del tema tranquilamente frente a una humeante taza de café y unos deliciosos bollos.
—De acuerdo.
—Pero ahora me levantaré, te calentaré un vaso de leche y te lo tomarás junto con la medicina.
—Nooo.
—Shh —la separó—, necesitas descansar esa cabecita—, dijo tocándosela antes de encender la lámpara de la mesilla y levantarse —, regreso enseguida.

Soltando otro de sus involuntarios suspiros, se cubrió la cara con el antebrazo y en cuanto sus párpados se cerraron el cubierto rostro del hombre la asaltó de nuevo, sus pérfidos orbes se reían de ella mientras con el filo de la navaja le recorría la mandíbula con exasperante  lentitud, subiendo por su pómulo hasta posarse en uno de sus ojos presionando la punta en él.

—No —jadeó incorporándose mirando alrededor.

Estaba en casa y aun así no se sentía segura, ya no estaría a salvo en ningún lado, <<en ninguno>> se repitió a si misma dejando que una solitaria gota se deslizase por su mejilla.

—Bueno, ya estoy a... oh cariño —se acercó rápido al verla así—, todo va a ir bien—, le aseguró abrazándola.
—No es verdad —sollozó contra su pecho.
—Si lo es, mañana será otro día y lo verás todo bajo otro prisma.
—El prisma se jodió hace tiempo, justo cuando Charlie... —el nudo en la garganta le impidió continuar.
—Ese pasó a segundo lugar, pero ¿qué digo? Está en el décimo quinto como mínimo.
—Que más quisiera que fuese así, pero no logro arrancármelo de aquí dentro —se señaló la cabeza.
—Con los años perdemos memoria.

Se separó y la miró con pesar.

—¿Y de aquí? —se llevó las palmas al corazón—, ¿cómo lo saco de aquí?
—Con mucha fuerza de voluntad y dejando que el tiempo actúe.
—El tiempo ha pasado y no hizo nada, me obligo cada mañana a olvidarle, pero siempre sucede algo que me le recuerda y aunque hago que regrese la jugarreta que me hizo para odiarle, ¡no lo consigo! —recalcó donde un golpe en el colchón.
—Según como lo veo tienes dos opciones, o te lo arrancas o le abrazas.
—Tiene que ser lo primero, ya viste antes en el hospital lo imbécil que es.
—Lo vi, pero... —recordó la noche que coincidió con él en ese bar.
—¿Pero qué?
—Ahh... —se miró la mano que aún sostenía el vaso—, pero debes dormir, así qué tomate esto antes de que termine derramándolo, que conociéndome lo haré en nada.

Rachelle cogió la leche y la pastilla, lo mejor era tomársela y dejar que el sueño la abrigase durante unas horas. Sin pensarlo mucho se la tragó y bebió el níveo líquido. Dejó que Amy le quitase el recipiente y la arropase cuando se tumbó. Cerró los párpados antes de que la oscuridad absorbiese la habitación y rogó porque la medicina hiciese pronto efecto. No quería pensar en nada, ni ahora ni nunca.

Tras arroparla se recostó a su lado y fijó la vista en el techo, esperando pacientemente a que el medicamento hiciera efecto y Morfeo la apresara tan fuertemente que estuviera segura que dormiría sin preocupaciones. Suspiró en la penumbra del cuarto al ver que la respiración de su amiga se iba regulando, sin duda pronto encontraría la placidez del  reparador sueño que tanto necesitaba. Se arrebujó bajo la manta dejando que las palabras de la conversación que habían mantenido regresaran a su cerebro, la inocente y confidencial confesión le taladraba el pensamiento. Rachelle amaba a Charlie, sus sentimientos por él no habían disminuido ni un ápice a pesar de la vergonzosa actitud del policía. Se había tenido que morder el labio para no preguntarle en voz alta qué significaba Theo para ella. Quizá fuera un flotador al que agarrarse en ese momento de deriva, tal vez un amigo por el que sentía aprecio pero nada más, ella no lo quería, no como una mujer desea al hombre que ama, no como ella lo deseaba. Curvando los labios cerró los párpados, aún quedaba esperanza para ella y ahora que sabía que no traicionaría a su amiga lucharía por él. Sin más dejó que la bruma del sueño la envolviera.


Continuará...




miércoles, 10 de agosto de 2011

EL PRECIO DEL AMOR - CAPÍTULO 21



El inesperado impacto la dobló por la mitad y le cortó la respiración, sin entender o más bien pensando que aquel tipo era un ladrón de poca monta, le tendió el bolso con una mano mientras con la otra se sujetaba el vientre, no llevaba mucho y no iba a arriesgar la vida por unos pocos dólares.

—No tengo nada más —dijo sin aliento.

Sollozó cuando el hombre agarró el complemento y lo lanzó lejos antes de enredar los dedos en su pelo y tirar hasta que izó la cabeza para mirarlo.

—Zorra estúpida —masculló el desconocido con los dientes apretados—, no me interesa tu dinero.
—Pero... —gimió cuando el tironeo se hizo más fuerte, tanto que pensó que le arrancaría el cuero cabelludo.
—¿Dónde está el sobre? —preguntó sujetando y presionando sus mejillas entre las largas falanges.

Por un instante el corazón dejó de latirle al escuchar la demanda, ya no sentía el dolor que le producían las violentas sacudidas que su agresor le propinaba, ni el miedo a verse golpeada por un ladrón de poca monta para arrebatarle las pocas monedas y billetes que reposaban en un rincón de su bandolera, ahora era otro tipo de terror el que la invadía.

—Responde —ordenó el delincuente presionando con más fuerza su mandíbula.
—No tengo ningún...

Una bofetada con el dorso la hizo girar la testa antes de que pudiera siquiera acabar de responder, sintió el sabor oxidado de su sangre en la lengua y las lágrimas empapar sus pómulos. Un nuevo agarre la obligó a mirar nuevamente hacia el rostro cubierto de aquel hombre, el maléfico destellar de sus iris la hizo temblar, pero fue el brillo acerado de la navaja que portaba en la diestra lo que la hizo encogerse por dentro.

—Respuesta incorrecta —gruñó posando la punta del arma sobre la nívea frente ahora perlada de sudor—, haré como que no te escuché. ¿Dónde está el sobre?—, insistió.
—Le juro que no sé de que me habla —jadeó al percibir como la fría hoja se deslizaba por encima de la ceja hasta el ojo—, digo la verdad.
—No te creo.
—Pero... es... cierto.
—No soy una persona con mucha paciencia y tu hace rato rebosaste la  barrera —increpó rabioso—, él me dijo que no te hiciera daño y a mi pesar prometí cumplir con su deseo—, paseó el cuchillo por las pálidas mejillas hasta la barbilla—, pero quizá deba olvidarme de ella para que colabores.
—No me haga daño —suplicó entre lágrimas.
—Tal vez pueda desfigurarte el rostro —lánguidamente ascendió por la comisura de los labios hasta la sien—, o puede que te rebane una oreja—, resbaló la punta por el lóbulo—. No—, añadió con la voz ronca plena de satisfacción, como si hubiese encontrado el lugar adecuado apoyando el extremo junto al ojo haciendo presión—, mejor uno de estos, sí, me gustará verte gritar cuando vacíe una de tus cuencas, me divertiré viendo como te retuerces como la puta que eres mientras te desangras.

Aterrorizada por sus palabras se encogió aún más al ver un sádico placer revolotear en los oscuros iris, ese ser no sólo hablaba en serio sino que además estaba disfrutando y mucho. Rogó que la tierra se la tragara, que algún espíritu se apiadara de ella y le nublara el pensamiento, deseó poder desmayarse o mejor aún que un rayo cayera del cielo y la fulminase, cualquier cosa antes que soportar el dolor que le infligiría cuando la cortara a trocitos, porque si de algo estaba segura era de que él no mentía.

Dios Santo, iba a morir allí en una calle estrecha y sucia por algo de lo que no tenía ni la más remota idea, a manos de un desconocido por algo de lo que no tenía la más remota idea. Apretó los párpados con fuerza e hizo algo que llevaba años sin hacer, rezó y esperó la primera punzada de dolor que acabaría con ella.

Contempló a la mujer postrada en el suelo, temblando, derrotada, esperando como una oveja que acabara con ella. La muy puta parecía una mártir ahí con la cara cubierta de llanto y el hilillo de sangre manando del pequeño corte que sin querer había hecho en la mejilla. Joder, o era muy idiota o decía la verdad. A él le importaba una mierda realmente esa zorra llorosa, pero su jefe le había ordenado no tocarla. Era una basura tener que acatar mandamientos de otros, pero al fin y al cabo quien pagaba mandaba y el buen puñado de dólares que se embolsaría compensaba tener que tragarse las ganas de rajarla en canal. Unos pasos a la entrada de la callejuela llamaron su atención, guardó el cuchillo cuando alguien le increpó y echó a correr hacia el otro extremo sin volver la vista atrás, ya habría otra oportunidad, él nunca fallaba y tenía otra orden que cumplir, recuperar un sobre de papel marrón que contenía algo de vida o muerte.

Al oír las pisadas que se alejaban mezclados con otros que se acercaban abrió los ojos y sin incorporarse se arrastró hasta el muro. Amparada por la fría piedra que helaba su espalda, se agarró las rodillas y comenzó a balancearse sobre si misma, no entendía nada, no sabía nada, solamente deseaba quedarse allí en el refugio de aquel sucio callejón.

—Señorita ¿está bien?

Elevó las pestañas para encontrarse con un rostro masculino en el que ya empezaban a surcar las arrugas, asintió o creyó hacerlo antes de bajar la vista y continuar con su interminable vaivén.

—Señorita —el hombre se había acuclillado y trataba de tocarla, se pegó más a la pared—, tranquilícese, ¿está herida?

Negó sin mirarlo y volvió a negar al ver la palma tendida frente a ella.

—Cálmese por favor —aconsejó el desconocido que rebuscaba en el bolsillo de su abrigo, sacó un pañuelo perfectamente doblado y se lo tendió—, límpiese, voy a llamar a la policía.  

óóóóó

La comisaría era ese día un hervidero, los teléfonos no dejaban de sonar, la gente deambulaba nerviosa de mesa en mesa y todo porque un grupo de adolescentes con hormonas revolucionadas habían decidido realizar sus protestas contra el sistema armados de sprays, su brillante idea de decorar las fachadas de las casas de la urbanización donde residía el alcalde terminó con las costosas edificaciones llenas de obscenos graffiti y una veintena de detenidos.

Levantó la vista del informe que estaba llevando a cabo y observó a esos jóvenes, más de la mitad sólo eran muchachos irresponsables con ganas de juerga, de hecho en los rostros casi infantiles de algunos podían contemplarse surcos producidos por las lágrimas, otros como un joven que aguardaba en un rincón soportaba estoicamente la vergüenza de la regañina a la que estaba siendo sometido por la que creía era su madre, y sí también había alguno, como el chico moreno y mirada desafiante que parecía ser el cabecilla y el único que iba armado, que a pesar de su corta edad ya apuntaba maneras, era un delincuente en potencia, carne de cañón llevaba escrito en la frente y no le extrañaría nada verlo a menudo por las dependencias policiales eso si un día no lo veían en el depósito de cadáveres con un tiro entre ceja y ceja. Con cierta lástima y con el cabreo circulando por sus venas porque por culpa de ellos no pudo ir a buscar a Rae, apartó la vista del chaval que ahora le dedicaba una socarrona sonrisa para reanudar su tediosa tarea cuando escuchó su nombre. J.J se acercaba a su mesa, parecía alterado, claro que con el caos que estaban viviendo tampoco era de extrañar.

—Eh respira hondo tío —indicó divertido cuando su colega llegó hasta él y apoyó las palmas sobre la madera, su gesto adusto le intrigó—. ¿Qué te pasa?
—Hace media hora se ha recibido aviso de un 245 en Linconl con la séptima —calló un segundo para añadir en tono grave—, se ha identificado a la víctima como Rachelle Adams. Vine en cuanto me enteré, pensé que querrías saberlo.

La estilográfica resbaló entre sus dedos, la sonrisa se borró de su tez mientras se le congelaba la sangre. Ni siquiera fue capaz de ponerse en pie, se mantuvo allí sentado como si la silla se hubiese adherido a su trasero con pegamento extra fuerte a la vez que el nombre de Rae unido a víctima martilleaba en su cabeza. Un 245 era un asalto a mano armada, apretó los párpados con fuerza, ese tipo de atracos podía ser fatal, los llevaban a cabo sobre todo yonkies desesperados por conseguir una dosis, gente nerviosa que disparaban presas de la necesidad. <<Dios no, ella no podía...>>. Clavó los marrones orbes en los de J.J suplicando información.

—No sé mucho —contestó el policía ante la muda demanda—, un ciudadano avisó, una patrulla se presentó en el lugar de los hechos y la trasladaron al hospital.
—Tengo que ir —susurró incorporándose como un resorte, en su empuje la silla acabó estampándose contra el suelo.
—Cálmate —insistió J.J—, quizá sería mejor esperar a saber más, no estás en condiciones de conducir y Theo ya se desplazó a la clínica, llamará de un momento a otro.
—¿Él ya se marchó? —apretó los puños a los costados para no soltar un exabrupto, <<maldito cabrón>>—. ¿Por qué nadie me avisó antes?
—Ella... —se interrumpió, sabía lo que O’Sullivan sentía por aquella mujer, tragó saliva y añadió—, no estoy seguro de nada, pero según me han dicho pronunció su nombre cuando los compañeros estaban ahí.

Aquella información dolió, percibió el desgarro que sufrió su alma, escuchó nítidamente el crujido de su corazón al partirse en pedazos. Rae, su Rae, sola, asustada y malherida había llamado a otro. Se clavó las uñas en las palmas y apretó los dientes hasta que le dolió la mandíbula.

—Charlie, tranquilízate y aguarda —aconsejó su amigo—, es lo mejor y además no puedes abandonar tu puesto ahora.
—¿Ah no? —respondió apartándolo de un empellón y dirigiéndose a la salida—, impídemelo.

óóóóó

Tumbada sobre la camilla del box de urgencias se dejaba hacer. Eran varias las manos que la palpaban, varias las voces que le hablaban, pero aún con los ojos abiertos la imagen del cuchillo sobre su piel era lo único que ocupaba su mente. Un escalofrío la recorrió haciéndola temblar.

—¿Le duele aquí? —demandó alguien, negó al sentir la presión sobre su abdomen—, ¿y aquí?

Fue negando y asintiendo con la cabeza según le iban preguntando incapaz de articular palabra, ni siquiera se quejó cuando alguien perforó su vena para tomarle una muestra de sangre.

—Parece que no hay lesiones, pero de todos modos haremos unas cuantas radiografías para asegurarnos —le indicó un hombre con bata blanca y pelo cano—, en unos minutos la llevaremos a rayos, ahora trate de descansar y relajarse.

Oyó los pasos alejarse así como el murmullo de voces que un segundo antes pululaban a su alrededor. Cerró los párpados y trató de hacer caso, pero la inquietud que la invadía era mayor a cualquier otra cosa. Fijó la vista en la enorme lámpara del techo como si ella pudiera responderle a todas las interrogantes que desfilaban por su cerebro. ¿Qué habría pasado si ese desconocido no hubiese corrido en su ayuda? ¿Por qué se empeñaban en que encontrara un sobre del que no tenía ni la más remota idea que existiera?..., suspiró en un vano intento de tragarse la lágrimas que comenzaron a recorrer sus sienes. ¿Por qué querían hacerle daño?

óóóóó

Paseó intranquilo arriba y abajo por el largo pasillo, sabía que tenía que aguardar en la sala de espera junto al resto de familiares de pacientes ingresados, pero no podía estar allí sentado sin hacer nada. Se detuvo cuando vio a un equipo médico abandonar una de las salas, las esperanzas de que le dieran noticias de Rachelle se desvaneció cuando vio al grupo torcer en dirección opuesta a la suya. Reanudó el vivaz caminar mientras maldecía por lo bajini.

Había acudido solícito en cuanto le comunicaron que había sido víctima de un ataque, y tras un breve encuentro con el galeno quedó tan ansioso como cuando llegó. Aún recordaba el tono frío del insulso doctor indicándole que estaba viva pero que hasta que no la examinara no podría darle más datos, que esperara y se tranquilizara. Era muy fácil decirlo mas imposible llevarlo a cabo. Joder era desquiciante permanecer en la ignorancia. Una mano sobre su brazo lo hizo pararse, se revolvió y vio a Amanda a su lado.

—Theo, he venido tan pronto he podido —en los oscuros orbes de la joven brillaba la preocupación—. ¿Cómo está?
—No sé nada aún —respondió encogiéndose de hombros y dándole la espalda.
—No desesperes —dijo dando un paso atrás—, pronto sabremos algo.

Lo vio asentir lentamente, quiso estirar el brazo y posarlo sobre la ancha espalda, pero se quedó inmóvil, viendo el pesar que ese hombre al que amaba más que a su vida cargaba sobre sus hombros a causa de otra mujer y le dolió en lo más profundo de su ser. Se sintió egoísta, su mejor amiga estaba en uno de esos boxer quizá luchando por su vida y ella pensaba en si misma. Dios, le preocupaba el estado de Rach, por supuesto que lo hacía pero..., se giró sobre sus pies y se dispuso a abandonar el corredor en el que clandestinamente se coló. La voz ronca de Theo pronunciando su nombre la hizo detenerse.

—Amanda —llamó al verla dirigirse a la salida.
—¿Si? —no se volteó, no era capaz de mirarlo a la cara.
—No te vayas —suplicó con voz contrita.

Se revolvió y se acercó a él, sin darse cuenta la había rodeado entre su brazos y la pegaba a su duro cuerpo, se estremeció de placer al sentirse envuelta por su calor, alzó las manos y las descansó sobre su columna.

—¿Qué voy a hacer si le pasa algo?
—No le va a pasar nada —afirmó digiriendo el amargo sabor de las lágrimas que le rebosaban en la garganta—, se va a poner bien y...
—Sí, tienes razón —inquirió rompiendo el abrazo—, pero es tan jodida esta silenciosa espera.

Como si todo el calor del mundo se hubiese esfumado cuando la soltó se limitó a mirarlo, luego se apoyó en el muro a su lado e hizo lo único que podía hacer, esperar.

óóóóó

La moto volaba sobre el asfalto sin respetar semáforos o señales de tráfico, sin duda había infringido más de 100 normas de circulación, pero le importaba una mierda. Sólo quería llegar y ver a Rae. Coleó al acelerar aún más, blasfemó pero no redujo la velocidad, a pesar que estuvo a punto de ir al suelo.

Al llegar, aparcó en uno de los espacios habilitados para los vehículos de dos ruedas y sin molestarse en poner el candado subió los escalones de dos en dos, a toda prisa se dirigió al mostrador de información, donde le indicaron que esperara en una sala atiborrada de gente. Resbaló la mirada por los presentes buscando a su colega pero no lo encontró, regresó hasta la recepción donde la misma señora desabrida y repintada le indicó que no tenía datos que darle sobre Rae y que debía esperar a que el doctor que la atendía saliera a darle la información. Inquieto y obviando las advertencias de la mujer se dirigió con determinación hacia las puertas blancas en las que se podía leer “Solo personal autorizado”, y que cedieron ante su empuje. Sin detenerse fue mirando en los huecos abiertos a ambos lados, habitaciones vacías u ocupadas por pacientes que aguardaban.

Le llamó la atención las dos personas al fondo que permanecían descansando en la pared, entornó los ojos y los reconoció, sin demora y con largas zancadas se dirigió allí. Amanda soltó una exclamación al verlo aparecer, Theo sin embargo se apartó como si hubiese visto al mismo Satanás en persona.

—¿Qué diablos haces aquí?
—¿Y Rae? —preguntó ansioso al ver la tez pálida y preocupada de su compañero.
—Lárgate Charlie.
—Maldita sea Lewis —un arranque de terror le hizo arrojarlo contra el muro donde segundos antes estaba apoyado-, dime que está viva—, suplicó con la voz rota. 

Continuará...





domingo, 7 de agosto de 2011

FELIZ CUMPLEAÑOS, MARIOLA



Tiempo atrás, un 7 de agosto, nació la que se
convertiría hace casi 3 años en mi querida primi,
una amiga a la que adoro.










he hablado durante horas  





y sobre todo he reído 
(eso lo atestiguan las numerosas arrugas 
alrededor de mis ojos, y no sólo por la edad, y la potente mandíbula que he desarrollado a consecuencia de las repetidas carcajadas, jajaja) 
   
      
Por eso hoy es un día grande, porque mi vida no sería lo mismo sin ti, Mariola.



¿Viste? Al final cayeron los ositos, jajaja.

Y ahora el vídeo que casi hace explotar mi cabeza, perdona si no está muy bien, pero una es principianta.




DIPLOMA CONCURSO BELLAS Y BESTIAS CON "EL BESO DE LA MUERTE"

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DIPLOMA CONCURSO EL BIEN Y EL MAL CON "EL ROSTRO DE LA INOCENCIA"

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