miércoles, 27 de abril de 2011

EL PRECIO DEL AMOR - CAPÍTULO 7



Apoyó las palmas sobre las empapadas baldosas y dejó que el agua se deslizara por su cuerpo arrastrando el jabón junto con el sudor de las horas pasadas y devolviéndole con lacerante anhelo al recuerdo de Rae. Dejando caer la cabeza hacia adelante, cerró los ojos con fuerza intentando frenar el deseo que se estaba apoderando de él. ¿Qué estaba ocurriéndole? ¿Dónde estaba el hombre que nunca volvía a recordar los momentos vividos por muy apasionados que fuesen? Maldita fuera su estampa y la de ella por hacerle esto.

Unos cálidos brazos le envolvieron y su pecho fue acariciado con lentitud a la vez que un suave beso era depositado en su espalda.

—Buenos días —murmuró una dulce voz.
—Me estaba duchando, Rae —respondió duramente.
—Perdona... yo sólo... —se separó de él—, te dejaré terminar.
—Espera —se volteó sujetándola por el hombro—, siento la mala contestación, por las mañanas no estoy de buen humor.

Mentira, una jodida mentira, pero es que no le gustó que su sangre fluyese alterada al percibir su roce. Ella era su amiga y punto, sólo que escucharla toda apurada le había desgarrado por dentro, pero en cuanto la vio mojada y con las mejillas coloreadas supo el error que había cometido al ablandarse.

—No pasa nada, iré a...

Su boca cayó posesivamente sobre la suya impidiéndole continuar, mientras empujaba la lengua entre los sonrosados labios. Dejó escapar un ahogado sollozo cuando Rachelle le besó con voracidad, enredó las falanges en su pelo y se acercó más a él apretando los turgentes pechos contra su tórax. Enfebrecido por el gesto agarró las nalgas atrayéndola hacia su erección. Jadeó como un poseso cuando frotó las caderas contra él. Esa mujer sabía como volverle loco.

—Lo siento, no aguanto más —murmuró cogiéndole una de las piernas para enredarla a su alrededor, pero el ademán de pronto quedó a medio camino—. Oh, mierda, anoche no utilizamos protección.
—No hace falta —bisbiseó mordisqueándole la barbilla—, estoy con anticonceptivos desde hace tiempo.
—Hermosas palabras las que acabas de pronunciar —musitó colocando la palpitante cabeza en la acuosa entrada—, lo último que quiero es dejarte embarazada.
—Relájate poli —pidió sonriendo mientras se separaba levemente de él.
—¿Qué me relaje? ¿Tú has visto como estoy? —indicó señalándose.
—Te he visto, ahora déjame sentirte.
—Eso es justo lo que pretendía cuando tú... —calló al percibir los largos dedos cerrándose sobre el lloroso pene—. Dios...

Respiró hondo posando la frente en el hueco de la clavícula y poco a poco dejó que el aire abandonara su cuerpo, para volver a aspirar con fuerza cuando la trémula palma se deslizó arriba y abajo.

Serpenteó a lo largo del cuello de ella paladeando el alocado pulso, se abrió camino a través de la satinada piel depositando incandescentes besos hasta bajar a la curva de los senos. Dibujó círculos con la lengua sobre una de sus aureolas y dejando un reguero de humedad se posicionó sobre el otro pezón, lo cubrió con los labios mordisqueándolo y disfrutando con la sensible hinchazón y la ahogada exclamación que brotó de Rae. Necesitando más, transfirió su atención al otro pecho provocándola el mismo delicioso suplicio, mientras la mano que sujetaba el muslo reptaba ansiosa hasta hallar el centro de sus deseos. Le acarició el sexo hasta que quedó impregnado de su esencia y los oídos se le llenaron de intermitentes gemidos.

Introdujo un dedo a la vez que los de ella rodearon la sensible cabeza esparciendo a lo largo de su embravecido miembro las viscosas lágrimas. Otra falange se unió a la primera mientras le succionaba diligentemente el henchido pico y frotaba el clítoris con el pulgar, aumentando el ritmo con cada frenética embestida.

Cuando el cuerpo de Rae se tensó bajo los descompensados jadeos, amenazando con alcanzar la cumbre, detuvo sus movimientos y con un bajo gruñido envolvió el sedoso cabello alrededor de su muñeca y tiró de su cabeza tomando posesión de los enrojecidos labios, empujando con su lengua dentro de la febril cavidad.

Esa mujer iba a explotar con él en su interior, su falo se llevaría sus jugos y su boca el gemido de su orgasmo.

Unos golpes le sacaron de la cautivadora ensoñación, trayéndole de golpe al presente.

—Tío, te vas a arrugar como una pasa y vamos a tener que prejubilarte.
—Vete a la mierda, Rick —espetó con voz ronca molesto por la interrupción.
—Estamos sensibles ¿eh?
—Cuando salga te demostraré lo sensible que estoy.
—Oh cariño, no me digas esas cosas que me acaloro —replicó abanicándose con la mano.
—Caliente se te va a quedar el culo, pero de la patada que te de en él y ahora ¡lárgate, gilipollas!

La risa de su compañero se fue apagando conforme se alejaba y Charlie soltó un suspiro de frustración al contemplar el estado en que se hallaba, el Empire State a su lado no era nada. Cubrió con los dedos el dolorido miembro y lo movió arriba y abajo dejando escapar un gemido conforme la intensidad iba aumentando. El sonido de voces acercándose hizo que interrumpiese el bombeante vaivén. <<Joder, que poca intimidad hay en este lugar>> pensó dejando en libertad el quejoso “edificio”. Fijó la vista en la grifería y soltando un sollozo giró la llave hacia el lado azul.

—¡Me cago en la puta! —bramó cuando el agua helada enfrío de golpe la templanza que hacía unos instantes embargaba todo su ser.
—¿Qué te pasa? —preguntó Rick preocupado.
—¡Nada!
—Ok.

Cerró el grifo y con los dientes castañeando miró hacia abajo, respiró aliviado al comprobar que había merecido la pena pasar por esa tortura. <<Prohibido pensar en Rae, imbécil, sólo existen las Hannah, Lauren, Emma, Chloe...>> se recordó alzando el brazo para coger la toalla, pero sólo palpó la puerta. Blasfemó su puñetera mala suerte. Si se la habían quitado mataría al bromista de turno. Abrió la mampara y el aire templado del exterior le calentó la aterida piel. Un bulto blanco en el suelo atrajo inmediatamente su atención.

—Ahí estás traidora —masculló aliviado agachándose a por ella, al incorporarse se quedó con la suave prenda pegada a su pecho, Martínez acababa de cerrar su taquilla—. ¿Qué andabas cotilleando?—, demandó acercándose a él mientras se secaba.
—¿Yo? Nada —se sentó atándose los cordones de las deportivas.
—El que nada no se ahoga chaval y a ti te veo cubierto de agua —replicó comprobando que todo estaba en orden dentro de su armario.
—Vale, está bien, me has descubierto —confesó levantando las manos—, te iba a hacer una pequeña putadilla dejándote sin un centavo por lo de antes, pero me has cortado el rollo—, se levantó palmeándole el hombro—. Gracias amigo.
—Eres un capullo, tío, además de un sensiblero —afirmó poniéndose los slips Uomo blancos.
—Sí, pero me amas —aseguró pestañeando coqueto intentando aguantarse la risa.
—Ni siendo gay lograrías semejante proeza.
—Si lo fuésemos, caerías bajo mi atractivo influjo.
—Hasta yo lo haría —dijo J.J. apareciendo de pronto junto con los otros amigos.
—¿Eso lo sabe Jenny? —interrogó Dylan.
—¿Por quién me tomas? Claro que lo sabe. Antes de casarnos le dije, cariño, si un día Rick y yo nos hacemos maricones caeré bajo su atractivo cuerpo, avisada quedas.
—Que sincero, hombre.
—Sinceridad es mi cuarto apellido.
—Y el quinto es cagado —aseguró Michael—, porque seguro que cuando te dijo que si eso ocurría alguna vez os cortaba los huevos a los dos, manchaste uno de esos horrorosos boxers que siempre llevas.
—Compañero —enlazó un brazo sobre los hombros de su moreno amigo—, entrarás a formar parte del club de los eunucos si mi chica te oye decir eso.
—¿Ella te los compra?
—Sí.
—Que buen gusto tiene —aseveró con sorna.
—Se casó conmigo ¿no le ves?
—Me reafirmo en mis palabras.

El eco de las fuertes carcajadas retumbó atronador en el caldeado cuarto. Charlie miró a sus colegas mientras la risa fluía a través de él. Se sentía orgulloso de tener a esa panda de locos como amigos, cada con una personalidad distinta y sin embargo tan parecidos. Pondría su vida en las manos de cualquiera de ellos sin dudarlo ni por un momento.

ó ó ó ó ó

Nerviosa, limpió el mostrador por décima vez. ¿Por qué las dudas formaban parte de su vida? El tomar una simple decisión no debería ser difícil.

—Oh, vamos Rachelle, sólo tienes que echarle un poco de valor, no tienes nada que perder —se animó soltando el trapo—, o tal vez sí.

No quería estropear lo que parecía empezaba a surgir entre ella y Charlie. Su mundo había girado siempre en torno a él y ahora que había conocido el paraíso entre sus brazos no quería abandonarlo jamás, si eso llegase a suceder lo poco que tenía de autoestima desaparecería sin remisión.

Se acabó, estaba cansada de tenerse tan poco aprecio y de ser una cobarde. En sus 30 años el único sueño que había sido capaz de hacer realidad era su pequeña floristería y ahora que el sabor de los labios de O´Sullivan impregnaba los suyos no iba a dejar que se le escurriese de entre los dedos el mayor anhelo de todos, no ahora que el destino parecía haberle dado una oportunidad.

Con decisión se quitó el delantal, fue al baño, le dio un toque de color a sus mejillas con el colorete que apenas había utilizado y se peinó el pelo hasta conseguir algo de brillo. Medio satisfecha con el resultado, porque de donde no hay no se puede sacar, fue hacia la nevera y sin pensarlo sacó una orquídea amarilla, de entre toda la gama de colores ese era el ideal, no sólo adoraba a ese hombre, también su erotismo. Complacida con la elección y más decidida que nunca, se puso la gruesa chaqueta, apagó las luces y cerró para ir en busca de su sino.
El timbre del teléfono quedó atrás, atenuado por el enérgico bombeo de su corazón.

ó ó ó ó ó

Y pensar que hacia unos minutos había pensado lo mucho que apreciaba a sus compañeros, cuando ahora sólo quería patearles el culo por pesados. Llevaban un buen rato intentando sacarle información y cuanto más se cerraba en banda más insistían ellos.

—Pero ¿qué trabajo te cuesta contarnos los pormenores de la faena? —inquirió Dylan—, te hemos dejado en paz mucho tiempo y va siendo hora de que largues.
—No.
—Tú no eres de los que guardan secretos y menos los relacionados con faldas.
—En eso tienes razón, Michael —indicó J.J. entrecerrando los párpados—, sospechoso que ahora lo haga.
—Podéis suponer lo que queráis, no hablaré.
—¡Hubo gatillazo! —bramó el pelirrojo haciendo que muchos de los que estaban en la comisaría les mirasen.
—No seas gilipollas —espetó el afectado andando hacia la salida.
—Ohh si que lo hubo, mirad, si hasta se está poniendo rojo.

Charlie puso los ojos en blanco y siguió avanzando ignorando las risas, necesitaba aire y dejar atrás a esa panda de imbéciles.

—¡Lo tengo! —dijo Rick saliendo al exterior seguido por los otros—. Te has enamorado y por eso no nos quieres contar nada.
—¿Qué? —preguntó parando de golpe y volteándose para mirarle.
—Con todas las tías que te has cepillado y vas y caes bajo las redes de Rachelle, te creía con mejor gusto —declaró Michael.
—¿Os habéis vuelto locos?
—Loco tú, amigo mío —aseveró Martínez intentando no reflejar la alegría que sentía al darse cuenta que por fin conseguirían aplacar su curiosidad.
—No os voy a negar que Rae se lo monta bien, pero si queréis que me la vuelva a follar tendréis que subir la apuesta, el dinero que me distéis el otro día fue una limosna.

Esperaba sonrisas socarronas, alguna carcajada y por supuesto más interrogatorio, no ese silencio sepulcral que se formó alrededor.

—¿Treinta minutos de acoso y ahora os quedáis callados?

El gesto que hizo Dylan antes de bajar la vista, como el resto del grupo, hizo que se le erizara la piel de los brazos y la cabeza le martillease. Se dio la vuelta lentamente sabiendo lo que se encontraría tras él, aunque nada le preparó ante el dolor que reflejaban los clareados orbes.

—Rae —murmuró con el corazón en la garganta.
—No... no digas nada —sollozó dando marcha atrás, intentando retener las lágrimas.
—Todo tiene una...
—Sólo desaparece de mi vida —exigió tirando al suelo lo que llevaba en la mano y echando a correr.
—¡Rae! 

Continuará...





 

sábado, 23 de abril de 2011

EL PRECIO DEL AMOR - CAPÍTULO 6 - 2ª PARTE



Cinco minutos más tarde aparcó frente a la casa de Rachelle, las luces estaban apagadas excepto una, la de su habitación, lo que le indicó que estaba despierta leyendo, haciendo cualquier cosa o..., negó con la cabeza y apartó de un manotazo mental la imagen de Theo y Rae en la cama, ninguno era ese tipo de gente, aunque si este le había contado lo de..., no, Lewis no tenía las suficientes pelotas como para hacer algo así ¿o sí? Enfurecido cruzó la calle y se dirigió al portal, maldijo al empujar y encontrárselo abierto ¿es que la gente no era consciente de los delincuentes que pululaban por la ciudad? En dos zancadas cruzó le vestíbulo y se coló en el ascensor, pulsó el botón que lo llevaría a su destino y golpeó impaciente con la punta de su bota cuando este se puso en movimiento. Tras abandonar el cromado habitáculo acortó la distancia que lo separaba de su meta y golpeó una y otra vez con los nudillos intentando controlar la ansiedad que vibraba por sus venas ante su tardanza. Cuando al fin escuchó su voz, apretó los puños al negarle la entrada con la tonta excusa de la hora, se tragó la bocanada de bilis que ascendió por su garganta al creer que la verdadera razón era que su compañero estaba dentro. Rechinando los dientes masculló una sutil amenaza y tan pronto vio su faz por la escueta abertura, la abrió de un empujón, se coló dentro y cerró con un estruendoso portazo sumiéndolos en la oscuridad. Llevó la mano hacia la pared y presionó el interruptor llenando de una mortecina luz el diminuto recibidor. Frente a él, con una vieja camiseta como camisón, con el pelo un poco alborotado y los pálidos ojos abiertos como platos, Rae lo contemplaba mitad sorpresa, mitad inquietud.

—¿Y Theo? —interrogó deslizando la mirada de arriba abajo y de abajo a arriba lentamente.
—No... no sé —respondió tironeando de la prenda intentado tapar sus enormes muslos, sin comprender—, supongo que en su casa.

Nerviosa y avergonzada por las pintas y la forma en que él la miraba le dio la espalda encaminándose hacia el salón. El estómago se le retorció de expectación al oír sus pasos tras ella.

La siguió por el pasillo perdido en el balanceo de sus caderas, tragándose el gemido que pugnó por salir de su garganta al imaginar aquel trasero respingón entre sus palmas. Su miembro dio un respingo dentro del pantalón y se endureció casi hasta la plenitud al recordar el calor y la humedad que desprendía aquella mujer que lo precedía. Aspiró profundamente llenándose del sutil perfume que desprendía y sintiendo como todo su cuerpo se tensaba por tenerla. Las imágenes que durante dos noches lo habían torturado pasaron a cámara lenta por su cabeza y su instinto animal tomó posesión de él. Como una fiera en celo la sujetó por los brazos y la empujó hacia la pared, oyó el grito de sorpresa cuando posesionándose tras ella se restregó sin piedad contra aquel exuberante culito haciéndole saber lo excitado que estaba. Sin ningún miramiento enredó las falanges en la maraña del sedoso pelo y girándole lo suficiente el cuello la besó rudeza.

Acababa de llegar a la penumbra del salón cuando sin previo aviso se vio pegada al muro. Esbozó una leve protesta que quedó acallada cuando él de forma brusca se frotó contra su cuerpo. Asombrada al percibir la dureza de su miembro al final de su columna, se obligó a silenciar el gemido que pugnaba por querer salir y no así la protesta ante semejante trato, abrió la boca cuando un ligero tirón de sus cabellos la hizo voltear la testa para encontrarse con los duros labios del sexy policía sobre los suyos. Con vehemencia la volteó posicionándose de nuevo sobre ella y friccionándose sobre su vientre.
Un poco aturullada y abochornada por la rapidez con que su entrepierna se humedeció, posó las temblorosas palmas sobre el pecho masculino y sin mucha convicción empujó en vano para que se apartara. Cerró los puños arrugando entre ellos la oscura camiseta cuando él nuevamente la invadió con la lengua rozándole el paladar e hizo lo único que quería hacer, abandonarse a su calor y salir a su encuentro.

Sin dejar de besarla, de morder y lamer tomó, con una mano, las muñecas femeninas y le alzó los brazos dejándolos por encima de su cabeza, abandonó los jugosos labios para atacar su mandíbula, el lóbulo de la oreja... mientras deslizaba las yemas por el sedoso muslo perdiéndose bajo el dobladillo de la ajada tela, se detuvo un segundo al rozar el algodón de las braguitas que acarició lentamente desde la cadera hacia el monte de Venus antes de seguir su ascenso por el contraído estómago hasta bordear el seno, gruñó de satisfacción al no encontrar el sujetador y tras masajearlo con la palma abierta, atrapó el endurecido pezón entre el pulgar y el índice tironeando con suavidad, obteniendo la repuesta que andaba buscando, el arqueo de la pelvis de Rae buscándolo.

A pesar de la furia con la que la besaba, como si quisiera castigarla, notó como toda ella se derretía bajo sus toques, creyó ahogarse cuando las hábiles falanges iban recorriendo su dermis, se saltó un latido al percibir las yemas sobre el tejido de sus bragas ya húmedas y a pesar de que le permitió el avance él no la tocó ahí, por el contrario continuó ascendiendo provocando que los músculos abdominales se contrajesen bajo el ardiente tacto, jadeó de placer y alivio cuando aprisionó entre los dedos las enhiestas puntas que coronaban los sensibles pechos.

Borracho de lujuria abandonó los plenos montículos y comenzó a subirle la camiseta para disfrutar de su desnudez y hacer que su sentido del gusto paladease lo que con tanto placer había tocado, pero su anhelo quedó bloqueado a mitad de camino cuando Rae se lo impidió.

—Espera —musitó sin apenas aliento.
—Me exiges mucho, pequeña —respondió en el mismo estado de agitación.
—No... no es necesario desvestirme.
—No digas tonterías —ronroneó tironeando de la prenda—, quiero tenerte desnuda.
—Pero...
—Quiero saborearte entera —prosiguió con la voz ronca—, comerte viva.
—Yo...
—Shh, eres hermosa y mi amigo te lo puede confirmar —aseguró restregándose contra su monte.
—Idiota —dijo riéndose.
—Me gusta tu risa y me gusta tu cuerpo y quiero ambas cosas ya.
—Charlie...
—No tengas miedo —masculló sacándole la tela que la cubría por la cabeza—, confía en mi.

El tórrido huracán en que se habían convertido sus pensamientos se aplacó en cuanto notó como el aire refrescaba su piel. No, él no podía verla tal cual era o se marcharía dejándola rota, quiso aferrarse a Charlie intentado ocultarle la redondez de su figura, pero se lo impidió con sus palabras y con su raudo gesto, al agarrarle los brazos y levantándoselos dejándola totalmente expuesta a su escrutinio. El frío envolviendo la sudorosa dermis y los abrasadores orbes deslizándose por ella le aceraron aún más los sensitivos picos. Jadeó cuando la lengua de él lamió el punto donde su clavícula se unía a su cuello y creyó volverse loca cuando los labios se cerraron sobre su pecho, mordisqueando y soplando, lamiendo y succionando. Las rodillas amenazaron con fallarle bajo el húmedo músculo que ahora jugueteaba con su ombligo al tiempo que los arqueados dedos ladeaban el algodón y rozaban su mojado centro. Osciló la pelvis bajo el pulgar que recorría lentamente la hendidura de su femineidad, mientras por encima de la tela la lengua trazaba círculos sobre su hinchado clítoris. Gritó cuando tironeó levemente con los dientes a la vez que sumergía lentamente dos dedos en ella, entrando y saliendo, doblándolos en su interior. Protestó cuando estos la abandonaron cerca del orgasmo, pudo oír la risita de él mientras le deslizaba las bragas por los muslos y las sacaba por los tobillos al de arrodillarse ante ella.

Con la mandíbula apretada, masajeó el bulto que se dibujaba en el frente de su pernera, soltó el botón y bajó la cremallera para aligerar la tensión, por debajo de sus calzoncillos podía ver la cabeza de su glande lloroso por aliviarse, pero antes quería que ella se entregara, que se corriese para él y así poder degustar el dulce sabor de Rae.

—Ábrete para mi —ordenó con la voz pastosa amarrándola por las corvas.

Cuando obedeció ascendió hasta sus nalgas y tras un leve apretón las deslizó hacia delante, con los pulgares separó sus labios vaginales dejando expuesto el inflamado y rosado clítoris, aspiró profundamente el olor a deseo que emanaba antes de enterrar la cara en ella. Suspiró mientras su aroma le embargaba la nariz y su esencia le impregnaba el paladar, trazó pequeños círculos, disfrutando con las suaves convulsiones que se iban apoderando de ella con los apretados lametones. Encerró su falo en un ceñido puño, masajeándolo al ritmo de los envites de la lengua en el interior femenino, pausadas caricias que fueron acelerando la cadencia conforme ella se acercaba al clímax. Soltó su verga y asiéndola del trasero la pegó más a él cuando los temblores de Rae se acrecentaron. Siguió dedicándole acuosas caricias aun cuando las uñas femeninas se clavaron en su cuero cabelludo, aun cuando los espasmos se hicieron incontrolables y continuó tras escuchar su nombre en el grito ahogado que emitió al quebrase contra su saciada boca.

Aferrándose al postrero atisbo de cordura que le restaba y con el fin de no caer de bruces al suelo, enredó las yemas en el oscuro cabello cuando la espiral que había empezado a envolverla se convirtió en una bola de fuego que explotó arrasándola con un fuerte orgasmo, dejándola desmadejada.
Temblando y sin acordarse de respirar dejó resbalar la espalda por la pared, sin que el agarre de las grandes manos a su trasero se desprendiese a la vez que la ávida boca ascendía regando la rociada piel de lacerantes caricias, jadeó al sentir la punta de la lengua entre el valle de sus senos, en su cuello, en su barbilla, la mandíbula. Se asió con ganas a los anchos omoplatos cuando Charlie volvió a besarla.

Estaba ebrio de su calor, del delicioso sabor que había emanado como líquida miel y que todavía vibraba en el paladar. Deseaba que se entregase plenamente, que se corriese oprimiéndole entre las paredes vaginales y balbucease su nombre mientras se vaciaba en ella. Su miembro saltó y sus testículos se endurecieron ante la expectativa, tenía que darse prisa o eyacularía allí de rodillas, con Rachelle a horcajadas sobre sus muslos. Con una calma que no creía poseer se giró con ella en brazos y la tumbó en el suelo.
Postrado entre las piernas abiertas contempló a la mujer que hasta hace apenas unos pocos días no era más que una amiga y a la que no le hubiese dedicado ni un segundo de sus noches y sin embargo durante dos jornadas lo había obsesionado hasta el delirio.
Con un bufido se quitó la camiseta y la lanzó lejos, se puso en pie y se quitó las botas, los vaqueros y los slips, aunque las sombras no le permitían verle el rostro. La gula de su mirada danzando eróticamente sobre su cuerpo hizo que se descontrolase, con impaciencia volvió a su posición entre las extremidades, retuvo el aire en los pulmones cuando las suaves palmas se posaron sobre su tórax, su estómago, las caderas hasta ir descendiendo y capturar su erguido pene que palpitó entre las pequeñas falanges que lo aprisionaban. Rechinó los dientes al percibir el delicado sondeo al que lo sometía y del cual le hubiese gustado seguir disfrutando si no estuviese tan al límite.

Tan extasiada se encontraba que hasta que no se vio acostada en el piso no se percató que él continuaba vestido. Se embelesó viéndolo desnudarse. Con la prisa de la necesidad se había ido arrancando prenda a prenda para mostrarle todo el esplendor de su bien formada figura, antes de volver a hincarse ante ella. Su mirada quería abarcarlo todo, guardar cada detalle, cada forma de cada músculo en sus retinas, pero estas se centraron en el bálano que cual mástil la apuntaba. Alargó los brazos y deslizó las manos desde el ancho pecho hasta cerrarlas sobre aquella espada desafiante, se mordió los labios al sentir el tacto aterciopelado y duro, tragó saliva al notar como el ardor que emanaba le prendía fuego haciendo quee un calor pegajoso se instalase en el centro de su vientre hasta empaparle los muslos. Sonrió al ver como Charlie la sujetaba por las muñecas y la apartaba para, como un famélico león, abalanzarse sobre su presa.

Como si de un maldito reloj de arena se tratase, se le había acabado el tiempo. Cerró un puño sobre su verga y la guió allí donde quería estar, con parsimonia rozó una, dos y hasta tres veces el clítoris hinchado y mojado con el glande, Rae enarcó las caderas dándole permiso, suplicando por la invasión. Encajando los dientes y de un solo empujón de caderas se clavó profundamente en ella. Se detuvo un segundo para mirarla antes de comenzar a bombear en pausados movimientos, saliendo casi por completo para volver a hundirse hasta el fondo. Resopló de placer hincándose más hondo cuando ella dobló las rodillas y se acompasó a sus envites. Tomándola por las lumbares le alzó más las nalgas, embistiendo incansablemente sin apartar la mirada uno de otro, sin dejar de emitir sollozos de puro gozo. Fue cambiando la velocidad de los empujes al verla temblar, al notar como las uñas se crispaban incrustándose en la carne sus hombros, como murmuraba palabras inteligibles a la vez que su cabeza oscilaba frenéticamente de un lado a otro y los talones de Rachelle se clavaban en sus nalgas mientras se rompía en mil pedazos aprisionándolo en su interior engulléndolo salvajemente.
Aulló su nombre convulsionándose, chocando con furia pelvis contra pelvis comenzó a eyacular hasta quedarse vacío, antes de desplomarse sobre ella con los espasmos recorriéndole y el oxígeno entrando a pequeñas dosis en los candentes pulmones.

Enamorada era la única palabra que encontraba para definir el estado en que se encontraba y en el cielo para señalar el lugar donde estaba. No importaba que estuviera tumbada en el frío suelo de su salón, que a su izquierda estuviera el pasillo y a la derecha la parte trasera del sofá, que el techo se cerniera sobre ella o que Charlie la aplastara, no, estaba levitando entre vaporosas nubes rodeada por los brazos del hombre que amaba y si prestaba atención incluso podía oír las flautas y arpas de los ángeles tocando su sinfonía celestial. Suspiró mordiéndose el labio inferior cuando él, apoyándose sobre los antebrazos, la alivió de su peso para buscar su mirada.

Se izó un poco para mitigar el yugo de su cuerpo y contemplarla, pestañeó al ver los celestes ojos brillantes y el terso rostro resplandeciente, rozó suavemente los labios hinchados por los besos compartidos antes de volver a clavar las pupilas en las suyas, le asustó lo que vio porque encontró el amor reflejados en ellos —era tan transparente— quiso decirle que dejara de mirarlo así, que él jamás correspondería a sus anhelos. Lo mejor era tomar sus ropas, vestirse y salir por piernas de allí, pero las palabras murieron en su garganta y los hechos se esfumaron de su mente, cuando ella  deslizó la mano hacia su nuca y tiró de él buscando sus besos, apenas tomó posesión de su boca todo su ser la deseó de nuevo, gruñendo rodó dejándola encima, rodeó su talle elevándola y la dejó caer sobre el inhiesto estoque empalándola profundamente. Apretó los párpados ante la realidad, ella le hacía el amor y él desahogaba su libido para arrancar su obsesión. Sabía que era un cabrón por usarla de aquel modo, pero después de todo, era un cabrón con suerte. 

Continuará...




miércoles, 20 de abril de 2011

EL PRECIO DEL AMOR. Capítulo 6. Parte 1ª.


A las 6 de la tarde se despojó del delantal que usaba cuando hacía los centros, lo dobló pulcramente y lo colocó bajo el mostrador. La jornada había mejorado bastante con el paso de las horas, las ventas habían sido buenas, tenía varios encargos para el día siguiente e iba a salir a tomar algo con un tipo guapo. Frunció el ceño al recordar la actitud machista de Charlie al enterarse, como si le importara que ella pudiera ver a otro hombre, que tontería. Alzó la vista cuando el tintineo del móvil que colgaba del techo le avisó que alguien había entrado, sonrió al ver a Theo, vestía de paisano con unos jeans negros que se le ajustaban a los muslos y las caderas, una camiseta blanca de manga corta y sobre el hombro sostenía una cazadora oscura, con el pelo aún húmedo y los ojos brillando intensamente le devolvió la sonrisa mientras se acercaba.

—¿Estás lista?
—Dame unos minutos —respondió dirigiéndose a la trastienda—, cojo el bolso, apago las luces y podemos irnos.

Mientras la esperaba Theo se entretuvo observando la tienda, de las paredes pintadas de un amarillo pálido, colgaban algunos tiestos con plantas ornamentales, en el suelo de terrazo descansaban grandes vasijas con todo tipo de flores, pudo reconocer algunas como jacintos, tulipanes, margaritas…, pero otras le resultaban totalmente desconocidas, se giró cuando la oyó salir y sin pensarlo la recorrió con la mirada, un pantalón vaquero muy ancho, una blusa gris demasiado grande y un rostro excesivamente triste para una chica bonita. Con decisión tomó una enorme gerbera blanca de su recipiente y se la tendió.

—Para ti.
—Gracias —respondió tomándola y llevándola a la nariz—, a propósito son 2 dólares —declaró aguantándose las ganas de reír al ver su expresión
—Claro perdona —dijo llevándose la mano al bolsillo.
—Eres más inocente que yo —carcajeó sujetándole el brazo.
—Vaya pensé que hablabas en serio —murmuró divertido— por cierto, tienes una risa preciosa, deberías usarla más a menudo.
—Puedes coger todas las flores que quieras, invita la casa y ahora ¿nos vamos? —demandó echando a andar sonrojada por el ultimo comentario.

Desde el aparcamiento, escondido tras dos coches los vio salir, ella le tendió las llaves y él cerró la floristería antes de devolvérselas, apretó los puños cuando Theo en un alarde de caballerosidad le acomodó los cuellos de la chaqueta y de paso, le acarició el rostro con los nudillos. Gruñó y se regañó a si mismo por estar ahí espiando a la pareja como si fuera un adolescente celoso, en realidad le importaba poco lo que hiciera Rae, con quien saliera o con quien durmiera, ya era mayorcita y él ya tenía lo que quería, además no dudaba de que el interés de su compañero no estaba centrado en la mujer que iba a su lado, lo más probable es que tratara de sonsacarle información sobre esa casquivana de Amy que lo traía medio loco. Entonces ¿por qué le molestaba que ella hubiera accedido a la cita? Y sobre todo ¿por qué sentía como se le encogía el estómago al verla con Theo?
Renegó cuando el teléfono sonó, miró la pantalla y al ver el nombre que aparecía su boca se curvó, bueno al menos la noche podía arreglarse pensó antes de descolgar y responder a la belleza morena que esperaba al otro lado.

óóóóó

Lo que en un principio iba a ser un café, se convirtió en una cena. El restaurante no era nada del otro mundo, un pequeño bar dos calles más allá donde servían las mejores patatas fritas a la barbacoa y la mejor ternera de la ciudad, aunque ella se pidió una triste ensalada de lechuga y tomate, aliñada con vinagre de Módena. La velada resultó agradable, Theo la entretuvo contándole anécdotas y otras vivencias que ella escuchó con atención, y aunque creyó que la invitación era para hablar sobre Amy el nombre de su amiga brilló por su ausencia. Al final, tras un delicioso postre la acompañó a casa.

Theo estaba muy a gusto en compañía de Rachelle y aunque había pensado en la posibilidad preguntar cosas sobre Amanda, el oírla reírse con sus historias le alegró el alma y se olvidó por completo de la mujer que se filtraba en sus sueños y para la que en la vida real ni existía. Si su corazón no tuviese ya dueña, estaba seguro que no le costaría trabajo alguno enamorarse de la chica que a su lado andaba en silencio camino de su vivienda.

óóóóó

La noche estaba siendo una mierda, una jodida mierda para ser más exactos, su plan de tomarse unas cervezas y más tarde echar un buen polvo con la chica que, sentada sobre su regazo deslizaba una mano bajo su camiseta y con los dedos de la otra jugueteaba bajo la cinturilla de su pantalón, ya no le parecía tan bueno. Lo cierto que aunque la joven se estaba esmerando y de lo lindo por ponerlo a cien, no estaba teniendo mucho éxito. <<Joder>> —pensó removiéndose en el asiento de skay negro del garito, en otro momento y con mucho menos ya la tendría en su cama y estaría profundamente hundido en ella. Con un suspiro de desagrado apartó las inquietas palmas de su cuerpo y puso espacio entre ellos.

—¿Qué sucede? —demandó la chica sorprendida por el rechazo.
—Nada —gruñó más que respondió poniéndose en pie—, creo que será mejor que me largue.
—Pero pensé…
—Otro día —tomó el botellín  que había sobre la mesa y lo apuró— lo siento preciosa, no soy buena compañía esta noche.
—Charlie.
—Nos vemos.

Sin darle tiempo a replicar se alejó de la atónita hembra y atravesando la multitud se encaminó hacia la puerta. Una vez en la calle dejó que la brisa nocturna le despejara los pensamientos, con pasos largos y firmes se dirigió por el aparcamiento hacia su moto. Lo más razonable era que se fuera a casa, se diera una larga ducha y se metiera en la cama, tal vez el nuevo día resultara más favorable. Tomando el casco se lo puso y tras acomodarse en el asiento le dio el contacto y se perdió entre el tráfico de la ciudad.

óóóóó

Una vez en el portal de su casa, Theo se despidió de Rachelle con un beso en la mejilla y con la promesa que la llamaría pronto para repetir la salida, se marchó calle abajo. Ella por su parte entró en su vivienda, encendió la luz y se recostó sobre la puerta, no pudo evitar sonreír.

óóóóó

Gruñendo de frustración condujo hacia su apartamento, mierda había echado a perder una buena noche de sexo con una mujer más que dispuesta a compartir su cama, solo por que tenía a otra metida en la cabeza, una que además no era su tipo. Aceleró, no Rae no era la clase de fémina con la que él follaba, ella era de las decentes, de las que buscaban casa, marido y niños, si no hubiese sido por la necesidad de dinero jamás se hubiese acercado en ese plano, su amiga no hubiese dejado de ser eso, una agradable gordita a quien apreciaba, así que no entendía muy bien que le estaba pasando, por que esa jodida obsesión desde que se la había beneficiado. Tal vez fuera la mala conciencia de sus actos pero lo cierto era que llevaba dos días con sus gemidos clavados en el cerebro, con sus labios entreabiertos y sus ojos velados por el deseo, cuando había alcanzado el clímax impresos en las retinas, y el calor de su piel abrasándole las manos. Disminuyó la velocidad y llevó una de las palmas a la entrepierna tratando de acomodarse la erección que presionaba tras la cremallera de sus vaqueros. Sin importarle el bocinazo y el insulto que le lanzó el conductor del Ford rojo que circulaba tras él, de una brusca maniobra cruzó el carril. Removiéndose inquieto sobre el asiento decidió que iba a poner fin a aquello de una buena vez, no iba a pasar otra noche en vela, masturbándose recordando como ella se lo había metido entero en la boca y pensaba en las increíbles curvas que se escondían bajo las vaporosas telas que siempre llevaba. Iba a tenerla una vez más, luego como solía ocurrir el interés se esfumaría y podría seguir con su vida tal y como la llevaba hasta ahora con un único problema que resolvería en breve.

óóóóó

Tras darse una ducha rápida, ponerse una de las amplias camisetas con las que dormía y secarse el cabello, se acomodó en el sofá sin encender las luces, tomó el mando de la tele y fue cambiando de canal una y otra vez, apagó el aparato hastiada y se recostó en el respaldo, rodeada por la oscuridad cerró los párpados y se adormiló. Los golpes en la puerta la sobresaltaron, miró el reloj digital del DVD que en parpadeantes latidos verdes le mostraban las 23:25h. ¿Quién podría ser? Era muy tarde para visitas, pero los insistentes aporreos la instaron a levantarse, encendió la pequeña lámpara de pie y fue hacia la entrada.

—¿Quién es? —preguntó cuando tras la mirilla sólo observo lobreguez.
—Abre Rachelle.
—Vete —se llevó una mano a la garganta—, es…es tarde.
—No querrás que monte un escándalo —un puño se estrelló contra la hoja— ¿Verdad que no pequeña?

Dejando escapar el aire, que tenía atascado en la laringe, e intentando controlar el temblor descorrió el cerrojo, quitó la cadena de seguridad y entreabrió una rendija, para acto seguido verse empujada hacia atrás por la fuerza con que la madera fue desplazada.


Continuará...

Si los hados y sobre todo el dios Cronos lo permite, el sábado podréis leer la segunda parte de este capítulo.


miércoles, 13 de abril de 2011

EL PRECIO DEL AMOR - CAPÍTULO 5




Por primera vez desde que abrió la tienda, el tiempo había transcurrido con una exacerbante lentitud.
Tom, puntual como siempre, fue a comprar el pensamiento para su mujer e intentar sonsacarle cosas, aunque sólo le dijo que salió con su amiga y que se divirtió, ¿por qué cómo le cuenta que hizo el amor apasionadamente con el hombre que ocupaba sus pensamientos desde hacía muchos años y que éste se había largado sin más? Ese anciano era de la vieja escuela y capaz era de ir a por él, obligarle a que le pidiese perdón y forzarle a arrodillarse para que le rogase se casase con él. La imagen que se le vino a la mente le hizo sonreír, un poli de 1,85 con un cuerpo de boxeador siendo arrastrado de la oreja por un jubilado 15 centímetros más bajo y con escasa masa muscular. Pero vaya si podría con él, menudo era el vejete de Anderson.

Sus labios descendieron y se oprimieron hasta convertirse en una fina y pálida línea. Charlie. No sabía que hacer al respecto, quizá sería bueno ir a verle y charlar, cierto que nunca habían hablado mucho pero al fin y al cabo eran amigos.
La escena en que se conocieron acudió rauda a su mente reconfortándola. Su madre le había mandado a comprar pan e iba corriendo porque estaban a punto de cerrar el establecimiento, al torcer una esquina se chocó con un chico cayendo al suelo, recordó perfectamente el daño que se había hecho cuando sus posaderas rebotaron contra el asfalto, pero el soez insulto que vino del causante de su caída y las risas por parte de sus amigos fueron más dolorosas. A punto de echarse a llorar e incapaz de moverse de donde estaba no se percató del silencio que de pronto se había generado, no fue hasta que alguien se colocó a su lado y le preguntó con una aterciopelada voz si se encontraba bien, que se dio cuenta de lo que sucedía. Así fue como conoció a Tony que la ayudó a ponerse de pie y a su hermano Charlie, que con las piernas abiertas y los brazos cruzados se encontraba a su espalda vigilando a la pandilla que la había molestado. Estos pronto se largaron sin decir nada y ella encontró dos amigos. Uno resultó ser un granuja, pero encantador y el otro un cautivador que apresó su corazón clavándose fuerte en él.

Decidido, después de lo sucedido debían de hablar. De repente un escalofrío le recorrió el espinazo y el rostro se le cubrió de rubor por la vergüenza al imaginar la escena, ella confesándole lo mucho que había gozado esa noche, que quería volver a repetirlo una y mil veces a la espera de hallar un hueco en su vida y él tomando una mano entre las suyas le diría que dejase de soñar antes de abandonarla para ir en busca de una de las numerosas admiradoras que accederían gustosas a compartir su cama. Definitivamente lo mejor era quedarse quieta, se comería la desilusión como lo hacía siempre hasta que llegase el momento de regurgitarla y expulsarla de su cuerpo.

Dispuesta a no pensar en el tema por ahora, siguió con el centro de flores que estaba preparando. El timbre del teléfono la obligó a dejarlo.

—Floristería la Inspiración de R.A.E. ¿dígame?—, suspiró enfadada al escuchar la agitada respiración a través de la línea—. No sé quien eres, pero como broma ya está bien.
—Hola pequeña, ¿me has olvidado?

Colgó de golpe apartándose del aparato sin desprender la vista de él. Tenía que ser su imaginación, no podía ser otra cosa ya que en caso contrario... <<¡Basta!>> se regañó a si misma, sólo se trataba del graciosillo de turno que buscaba ponerla nerviosa, nada más, y que por desgracia estaba consiguiendo.

La entrada de un cliente le hizo olvidarse del asunto. Arrugó el entrecejo al ver de quien se trataba. Theo Lewis, el compañero de Charlie. <<Oh, dios mío>> se llevó las manos a la garganta <<que no le haya pasado nada>>

-Theo... ¿acaso le ha suce...?
—No, tranquila —se adelantó al verla tan pálida—, O´Sullivan está bien—, se mordió la lengua para no soltar <<por desgracia bicho malo nunca muere, el muy cabrón>>
—Uf, menos mal —exhaló aliviada—. Y dime ¿qué te trae por aquí?
—Es sólo que he llegado antes de tiempo al trabajo y se me ocurrió pasar a saludarte.
—¿A mi? —interrogó sorprendida señalándose a si misma.
—Si, a ti —contestó sonriendo—. Ya sé que no hablamos mucho, pero bueno.

Asintió sin saber que decir, entre la timidez que podía con ella y el poco trato que había tenido con él, tenía la mente en blanco.

—¿Has visto a Amy?
—¿Amy? Sí, ayer ¿por qué?
—Por nada, es sólo que... —calló sin saber si relatarle lo sucedido—, ¿te dijo algo?—, con sólo ver su cara de extrañeza supo que no fue así, si su amiga no lo había hecho, él no se veía con el valor de hacerlo.
—¿Qué me tenía que contar?
—Nada. ¿Confías en Charlie? —se encontró preguntando.
—Claro, es mi amigo ¿a qué viene eso?

Viene a que el hijo de puta jugó contigo, se apostó a que lograría hacerte el amor y te sacó una maldita foto para demostrar que lo consiguió. Fíjate lo buen amigo que es. Sin embargo se calló lo que cruzaba por su mente.

—Que flores tan bonitas —respondió cambiando de tema acariciando los pétalos de una morada margarita.
—Son las preferidas de Amy —aclaró ella colocando otro tallo.
—¿En serio?
—Te gusta ¿verdad?
—Ah... si... es guapa.
—Mucho y por dentro también lo es.
—Estoy seguro de eso, pero ella pasa de mi —declaró frunciendo el labio.
—No pierdes nada con intentarlo —posó la mano sobre la de él, que reposaba encima del mostrador.

Theo se quedó mirando la nívea palma y le sorprendió el cosquilleo que recorrió su piel bajo el liviano tacto, levantó los párpados y examinó a la mujer que tenía delante. Vista de cerca Rachelle no era fea, si se arreglase un poco, se cambiase esa horrorosa ropa y se pusiese alguna prenda que no fuese dos tallas más grandes, no le cabría duda que ganaría puntos. Sus ojos quedaron prendidos en los celestes de ella.

—¿Te gustaría que tomásemos algo luego? —quedó asombrado de las palabras que salieron por su boca y parpadeó para desprenderse de la hipnótica mirada, sólo para comprobar que a ella le había sucedido lo mismo.
—¿Tú y yo?
—Sí.
—Ummm... vale... hablaremos de Amy —dijo cayendo en la cuenta del motivo por el que le pedía salir.
—No, recuerda —aseveró besándole los nudillos—, tú y yo—, se dirigió a la salida y se giró una vez en ella—. Mi turno acaba a las 16.30, te recogeré cuando cierres.

Se marchó sin darle tiempo a reaccionar. Se cubrió las acaloradas mejillas sin poderse creer lo que había pasado.
¿Cómo era posible que el tío bueno de Theo, con ese cuerpo de modelo de revista le hubiese pedido una cita? Ese hombre de anchos hombros y cintura estrecha, de piernas largas y musculosas,  de figura fibrosa y rostro de ángel que lograba que las mujeres se giraran a su paso y suspiraran cuando sus labios plenos le dedicaban una sonrisa y no es que ella se hubiese fijado mucho él, es sólo que... qué demonios, una cosa es ser tímida y otra ciega y por ahora ni gafas necesitaba. Sin embargo la había invitado a salir, a ella, a la poca cosa de Rachelle o mucha, si se lo preguntaban a su báscula.


Desde el otro lado de la calle Charlie, con la mano en el manillar de la moto, no podía creer lo que estaba viendo, ¿qué mierda había ido a hacer su compañero a la floristería? No respondía de él si se le ocurría contarle algo a Rae, ahí no habría camaradería ni leches, le repatearía su culo gordo y mandaría a tomar viento fresco la amistad que a consecuencia del trabajo se había generado. ¡Odiaba su dichosa legalidad!
Relajando los agarrotados músculos se apartó de la Honda, dobló la rodilla y apoyó el pie en la pared observando como Theo se acercaba hasta él. No le gustaba nada la sonrisita que bailaba en esa fea cara. No entendía que podían ver las mujeres en él. Cuando llegó a su altura se paró y le dio un golpe en el hombro a modo de saludo.

—¿Qué? ¿Listo para empezar a trabajar? —sus labios se curvaron más enseñándole los dientes.
—Lo estaba, hasta hace unos segundos —respondió con sequedad.
—Tómate un café o algo más fuerte, o de lo contrario se te hará una jornada muy larga.
—¿Qué estabas haciendo ahí? —preguntó sin ambages señalando la tienda.
—Lo que a ti no te importa, O´Sullivan.
—Que te crees tu eso —afirmó irguiéndose.
—Ya la utilizaste y te reíste de ella, ahora déjala en paz —exigió sin rastro de humor.

Charlie cortó los escasos centímetros que los separaban y pegó su nariz a la de él.

—Admito lo primero —confesó rechinando los molares—, lo segundo está en tela de juicio y lo tercero... no voy a hacerlo.
—Relájate tío —le palmoteó el pecho dando un paso atrás—, que ya me encargaré yo de hacerla compañía.
—Que pasa ¿quieres ocupar mi lugar en la cama de Rae?
—Si así fuera es algo que no te incumbe —declaró enfurecido al ver el poco respeto que mostraba hacia ella.
—¿Crees que te preferirá a mí? —inquirió divertido—, mírate Theo no me llegas ni a la suela de los zapatos.
—No me compares contigo hijo de puta —agarrando en un puño la camiseta se acercó a él—, no me compares con un cerdo al que le importa una mierda pasar la noche con una buena chica si con ello consigue un puñado de dólares, ¿qué crees que pensará cuando se entere?
—Si abres la boca te juro que será lo último que hagas en tu jodida vida —amenazó quitándoselo de encima.
—Te lo advierto, déjala en paz —bramó señalándole con el índice—, no se merece lo que has hecho y no permitiré que le causes más daño.
—Que te jodan Lewis.
—Que te jodan a ti y a tu conciencia.
—Mi conciencia está tranquila —masculló sin mucha convicción.
—La mía no lo estaría si estuviera en tu posición, pero está claro que somos muy distintos, sobre todo de un tiempo a esta parte en la que apenas te reconozco.
—Sigo siendo el mismo de siempre.
—Mi compañero de antes era un pequeño cabrón, ahora es el más grande de todos, ¿por qué?
—Deja de beber, Theo.

Este movió la cabeza disgustado y se metió en las dependencias, dejándole a solas con sus pensamientos. Alzó la vista fijándola en un punto en el horizonte.

ó ó ó ó ó

Aún no entendía como había sido capaz de terminar el centro que le habían encargado, tenía las palabras “tú y yo” dando vueltas en su cerebro como si fuera una lavadora centrifugando y sólo quería que terminase de una vez para poder tenderlas, que se aireasen y así dejaran de molestarla.

Examinó el conjunto floral y asintió encantada con su trabajo. Había hecho lo que le habían solicitado, un sencillo ramo que expresase el amor y la alegría por ese primer aniversario y en la que hubiese alguna margarita, la preferida de su mujer. El hermoso jacinto amarillo presumía galante en el centro del manojo dejando claro que su amor le hacía feliz, rodeado de múltiples y olorosos jazmines recalcaba que él quería ser todo para ella, aunque sin duda ya lo era y por último las dispersas margaritas violetas afirmaban que su esposa era lo que más había amado nunca.
Suspiró pesarosa, ella nunca recibiría algo así.

—¿Qué estaba haciendo Theo aquí? —interrogó Charlie abriendo de golpe la puerta.

La atronadora pregunta la dejó temblorosa y con el susto en el centro de la garganta impidiéndole hablar.

—¿No vas a contestarme?
—Bue... —carraspeó—, buenas días a ti también.
—Déjate de pamplinas y responde.
—No creo merecerme esos gritos, O´Sullivan —indicó calmadamente, aunque por dentro no se sentía así, llevaba más de un día sin saber nada de él y ahora aparecía con esas ínfulas. Esto era el colmo.

Charlie exhaló lentamente intentando tranquilizarse. Lo cierto es que no se merecía esa actitud ni entendía el por qué de ella. Se acercó hasta el mostrador y apoyó las palmas encima.

—Tienes razón, Rae, perdona.
—Vale y en cuanto a tu pregunta, no entiendo a qué viene.
—Quiero saber, sólo eso.
—¿Con qué derecho?
—Con el derecho que me da el haberte fo... de haberte hecho el amor —terminó musitando mientras deslizaba la mirada por el cuerpo que se dejaba ver tras el tablero.

El rostro de Rachelle se cubrió de un vivo rojo al recordar el intenso momento vivido y Charlie tuvo que presionar los dedos con fuerza en la madera exasperado de repente por tanta timidez.

—Dímelo Rae —susurró clavando los ojos en los zarcos de ella.
—Me pidió salir —confesó con el mismo tono.
—No habrás accedido ¿verdad?
—Sí.
—Si ¿qué?
—Saldré con Theo.
—¡Maldita sea! —exclamó pegando un puñetazo sobre el delicado ramo aplastándolo.
—Charlie... —bajó la vista hacia el arreglo del que unos minutos antes se sintiera tan orgullosa para ver un amasijo de hojas y pétalos.
—Seguro que puedes hacer otro antes de salir con ese gilipollas —le lanzó un par de billetes—, por el destrozo y por tu tiempo—, escupió abandonando el recinto.

Continuará...







miércoles, 6 de abril de 2011

EL PRECIO DEL AMOR - CAPÍTULO 4



Se desperezó ronroneando y con la alegría palpitando dentro del pecho. Abrió de golpe los zarcos orbes al comprender a que se debía dicha euforia.

—Charlie —musitó suavemente saboreando el nombre.

Miró a su izquierda esperando encontrarlo durmiendo, pero lo halló vacío, pasó la palma por el lugar y se extrañó ante el frío tacto de la tela. Quizá se estaba duchando o en la cocina preparando el café.

Se volteó y ese simple movimiento le envió miles de agujas en el mismo centro de su ser. Restregó una pierna contra la otra regodeándose con el dolorcillo mientras recordaba, como si una película a cámara lenta se tratase, todo lo sucedido. Se cubrió el rostro muerta de vergüenza. Se había portado como una mujerzuela ¿qué pensaría de ella? De pronto sus labios se curvaron hacía arriba al rememorar el grave gruñido que salió de él sólo por sus besos. Sin duda se sintió complacido con su actitud, una conducta hasta entonces desconocida. Jamás se había mostrado así con los pocos hombres con los que tuvo relaciones, pero es que O´sullivan era el único capaz de despertar a la apasionada mujer que yacía en su interior y que hasta ahora dormía placidamente. El amor hacía esos milagros y ella estaba locamente enamorada de él.

Llevó la mano hacia los rubios rizos y la dejó allí, anhelando que fuese una grande y de largos dedos quien ocupase su lugar. Se mordió traviesa el labio inferior al pensar que quizá podían repetir la jugada esa mañana.

Extrañada al no escuchar nada, agudizó el oído y cuando ningún ruido se oyó y ni el delicioso olor del desayuno recién hecho le llegó, se levantó de la cama. Enrojeció al descubrirse desnuda y se cubrió rápido con la bata que reposaba sobre la silla, no estaba preparada para que le viese así a la luz del día.
Salió de la habitación y recorrió despacio los pocos pasos que la separaban del baño.

—¿Charlie? —le llamó abriendo la puerta con sigilo para encontrarlo vacío.

Temiendo lo peor se encaminó a la cocina recibiéndola la soledad de todas las mañanas. Bajó la cabeza apenada y con martirizantes pensamientos revoloteando en su mente al descubrir que se había ido sin tan siquiera despedirse. Seguro que tenía un buen motivo para hacerlo, él nunca le haría daño, porque ante todo era su amigo desde la infancia.

Saltó ante el sonido del teléfono y corrió para cogerlo ante de que colgasen. Era él, tenía que ser él.

—Rachelle al habla... ¿diga? —el silencio en la línea le puso los nervios de punta—, Charlie ¿eres tú?

Tras unos segundos que se hicieron eternos, le llegó una débil y macabra risa a través del auricular seguida de una voz que ella conocía demasiado bien.

—Hola pequeña.

Colgó temblando y presa del terror se dejó deslizar por la pared hasta sentarse en el helado suelo.

—No puede ser... él está... —se sobresaltó cuando el timbré repiqueteó taladrándole los sesos—. No me hagas esto—, sollozó histéricamente.

Enlazó las piernas con los brazos y descansó la frente sobre las rodillas para dar rienda suelta al llanto.

ó ó ó ó ó

¿Qué demonios hacía ahí de pie mirando la floristería que estaba al otro lado de la calle? Llevaba allí más de un año y apenas si se había dignado a echarle algún que otro vistazo, ¿por qué cojones ahora estaba parado como un pasmarote y con el ceño fruncido?
Sacudió la cabeza y se dio la vuelta para adentrarse en la comisaría, tenía cosas que hacer y bastante más interesantes que contemplar una cristalera llena de flores.

Con agilidad subió los escalones, atravesó la puerta y saludando al personal se fue derecho hacia el vestuario.
Puso los ojos en blanco cuando fue recibido por un sepulcral silencio, estaba claro que habían recibido el sms que les envío con un simple: “misión cumplida”.

—Buenas tardes, chicos —saludó alegremente dirigiéndose a su taquilla.
—Hola —respondieron solemnes todos a la vez.
—Hoy hace un magnífico día.
—¿Te lo parece? —preguntó el pelirrojo de J.J.
—Si ¿a vosotros no? —inquirió mirándoles.
—Depende –indicó Michael.
—El sol brilla fuera y hace una temperatura perfecta ¿qué más puedes desear para que lo sea? —interrogó aguantándose las ganas de reír.
—No seas cabrón y cuenta —exigió Ricky.
—Apoyo la moción —reafirmó Dylan.
—Nunca he sabido resistirme ante unas amables palabras —suspiró exageradamente—. Muy bien, aquí tenéis—, dijo lanzando el móvil al regazo de Martínez.

Todos se levantaron y se pusieron alrededor de él para ver con sus propios ojos la prueba de la apuesta.

—Hijo de puta, ¡te has atrevido! —bramó un alucinado Michael.
—Os dije que sería fácil —respondió encogiéndose de hombros—, y ahora quiero mi dinero.
—Vale tío —asintió Martínez sin despegar los ojos de la pantalla del teléfono—, pero antes cuéntanos ¿Qué tal se lo monta? ¿Es buena?
—Eso —insistió Dylan—, a ver empieza y no escatimes en detalles.

Haciendo caso omiso de las interrogaciones que los demás planteaban tomó el celular y se dirigió hacia uno de los baños, entró y echó el cerrojo. Escuchando de fondo las risas y los comentarios soeces que sus colegas vertían sobre Rachelle bajó la vista hacia la pantalla, la foto de ella en la cama le llenó las retinas, confiada, entregada y él... Asqueado por lo que acababa de hacer pulsó el botón para que el salvapantallas con el logo de la policía ocupara el lugar de la mujer a la que acababa de exponer a la vista de unos idiotas. No se sentía especialmente orgulloso y en cualquier otro caso jamás se hubiese atrevido a tocarle ni un solo cabello —aparte de ser su amiga, Rae no era precisamente el tipo de hembra que se llevaba a la cama—, pero cuando la necesidad apremia uno es capaz de hacer cualquier cosa.
Abandonó el habitáculo tratando de no escuchar las burdas palabras que le llegaban del grupo de hombres reunidos más allá, se sentó en una de las sillas y comenzó a cambiar su ropa de calle por el uniforme, más de una vez tuvo que apretar los puños para no ir y romperle la cara a alguno de los muchachos que continuaban con sus gilipolleces mientras reunían el montante de la deuda. Tras vestirse, guardó la mochila con la ropa y los zapatos en la taquilla y se dirigió hacia ellos.

—Aquí tienes tigre —Ricky le tendió un fajo de billetes que él guardó con presteza—, te lo has ganado.
—Desde luego —terció Dylan dándole una palmadita en la espalda—, hay que tener muchos huevos para liarse con la floristera.
—Quien sabe, lo mismo la chica no es tan mansita como la pintan —rió otro—, quizá me anime y pruebe yo también. ¿Qué dices O’Sullivan, merece la pena?
—Me largo —tragó saliva y contó mentalmente hasta diez para no agarrar al inútil de Michael y estamparlo contra la pared más cercana—, nos vemos y cuando queráis perder un poco más de vuestros ahorros ya sabéis donde encontrarme.

Después de guardar el dinero con el resto de sus cosas salió. Apenas había dado unos cuantos pasos cuando se encontró de frente con Theo Lewis, el chico lo miró con cara de pocos amigos pero guardó silencio al pasar a su lado.

—¿Un mal día?
—Que te den —respondió agriamente.
—Yo también me alegro de verte —saludó con sorna ante el ácido comentario—, espérame fuera.
—¿Estás satisfecho? —demandó el joven dándole la espalda—, sí,  supongo que si.
—¿De qué hablas?
—He estado antes ahí dentro —indicó la puerta cerrada—, sabía que eras un cabrón sin sentimientos, pero te juro que se me revolvió el estómago al oír a esos hablar de esa chica como si fuera poco menos que una furcia.
—No es asunto tuyo —sentenció con los dientes apretados.
—Si tú lo dices —miró por encima del hombro antes de abrir y cerrar la hoja tras él.

Más enfadado de lo que ya estaba se dirigió hacia su escritorio para terminar parte del papeleo inconcluso, <<joder ¿qué coño le importaba a Lewis sus cosas?>>. De mala manera agarró uno de los dossiers y lo abrió, lo único que le faltaba que aquel imbécil se convirtiera en la voz de su conciencia. Pasó los ojos por los renglones sin enterarse de nada de lo que había escrito en ellos, lo cerró y lo lanzó sobre la mesa antes de repantigarse en la silla, apretó los párpados y se masajeó las sienes. Esperaba sinceramente que nadie más fuera del grupo se enterara de aquello, con Theo era más que suficiente, claro que conociendo a los chicos no podrían mantener las bocazas cerradas.

ó ó ó ó ó

Tras colocarse un chándal viejo y con una taza de humeante café en la mano, se dejó caer en el confortable sofá que presidía su salón, estaba un tanto dolorida después del desenfreno vivido la noche anterior, se sonrojó una vez más al recordar su comportamiento, aunque era la manera en la que él se había ido lo que más le avergonzaba además de dejarla un tanto confusa. Era realista, no esperaba una relación duradera ni palabras de amor eterno, Charlie no era del tipo de hombre que se comprometía, mas si esperaba que al menos se hubiese despedido. El sonido del timbre la sobresaltó y la hizo dirigir una temerosa mirada hacia el teléfono. Dejó el mug en la mesita y se levantó. Por la mirilla contempló a Amy, quitó la cadena de seguridad y abrió. Con la misma ropa de la noche anterior entró como una exhalación en la casa, cerró y agarrándola del brazo la arrastró hacia el salón.

—Tienes que contármelo todo —dijo ansiosa.
—Buenos días, traidora —tomó la taza abandonada y se acomodó nuevamente en el tresillo—, si quieres uno hay recién hecho en la cocina, ya sabes donde está, a no ser que estés muy agotada—, insinuó mirándola de arriba abajo.
—Lo siento mucho Rach —musitó posando una palma en su rodilla—, aunque en realidad deberías darme las gracias.
—¿Cómo?
—Me dijeron que te fuiste de “Las Brujas” con un hombre — inclinándose hacia delante la apremió—. ¿Quién es? ¿Dónde fuisteis?
—Bueno si es verdad —replicó bebiendo un sorbo—, Charlie O’Sullivan  me acompañó a casa.
—¡El poli buenorro por el que llevas años suspirando!
—Yo no...
—Vale —interrumpió—. ¿Qué pasó?

Rachelle permaneció callada, desde luego no iba a contarle lo que había sucedido en su cama horas antes.

—Oh Dios mío —gritó Amy exaltante—, te has sonrojado, ¿te besó?—, al ver el tono carmín de la piel de su amiga volvió a gritar—, ay, te has acostado con él.
—No quiero hablar de eso.
—Por supuesto que quieres —exclamó frotándose las manos—, tienes que contármelo todo, ¿es tan grande como dicen? ¿Y tan apasionado?...

Tras un buen rato de risas, acaloramientos y una explicación que más o menos satisfizo a la inquisidora, esta se marchó prometiéndole que estarían en contacto.
Pasó el resto de la jornada en la soledad de su casa, rememorando su aventura en brazos de Charlie al tiempo que de vez en cuando ojeaba el teléfono esperando que nunca llegó.

ó ó ó ó ó

Amy frunció el ceño al ver a Theo Lewis, estuvo a punto de cruzar la acera pero él ya la saludaba con la mano, así que compuso una sonrisa forzada y continuó. No es que le cayera mal o le resultara desagradable, de hecho era muy simpático y atractivo, era sólo que ese hombre había equivocado la vocación, más que dedicarse a la ley y el orden debería haberse hecho sacerdote ya que daba los mejores sermones del mundo.

Los nervios le atenazaron el estómago en cuanto vislumbró a Amanda, sin duda era la mujer más bonita que había visto en la vida. Odió la timidez que lo envolvió al verla, mas se obligó a saludarla. Cuando ella estuvo a su altura ya le temblaban las rodillas y le sudaban las palmas.

—Hola Theo.
—Ho…, hola —balbuceó aspirando el suave perfume que emanaba.
—¿Qué tal estás? —preguntó por decir algo.
—Bien y ¿tú?
—Genial, bueno y ahora tengo que irme nos vemos —se dispuso a continuar su camino cuando la aferró por la muñeca.
—¿Y Rachelle?
—En casa —contestó mirando hacia donde la sujetaba.
—¿Cómo se lo ha tomado? Debe estar destrozada, no debe ser muy agradable saber que la han utilizado.
—¿De qué hablas? —interrogó incrédula.
—Yo... esto... —oteó su reloj—, vaya tengo que irme, llego tarde, nos vemos—, indicó dando marcha atrás.
—Quieto —exclamó sujetándole con fuerza por los brazos—, o empiezas a largar por esa boca o te juro que eres hombre muerto.
—¿Estás segura que quieres escucharlo?
—Theodore Lewis o me cuentas... —se detuvo al ver el rostro confuso y contrito del guapo policía—, Rach es mi mejor amiga, necesito saber qué pasa con ella.

Maldijo su inquieta lengua al contemplar la tristeza reflejada en la hermosa tez, ¿cuando aprendería a callar a tiempo?

—O’Sullivan apostó con los muchachos que se la llevaría a la cama —murmuró quedamente—, y hoy va fardando de su machada.
—Pero... —parpadeó incrédula—. ¿Estás seguro de lo que dices?

Al verlo asentir, se giró y corrió hacia la casa de su amiga, era mejor que supiera por ella lo que estaba ocurriendo antes que le llegara la información por otras fuentes, al llegar al portón se detuvo, paseó de arriba abajo, buscando las palabras con las que enfrentarse a Rachelle. <<¿Qué hacer?>> Pensó mordiéndose el labio, lo tenía tan claro hacia unos segundos y ahora... Señor, no tenía alma para romperle el corazón de aquella manera y más sabiendo el profundo amor que Rae le profesaba a ese bastardo de Charlie. Alzó la cabeza y con un suspiro de culpa y cobardía echó a andar deshaciendo sus pasos, tratando de encontrar la forma de explicarle la horrible verdad antes de que fuera demasiado tarde.

 Continuará...



DIPLOMA CONCURSO BELLAS Y BESTIAS CON "EL BESO DE LA MUERTE"

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