Nunca debió frenar a su cabalgadura, dejarla pastando atada a una rama y regresar sigilosamente al lugar. Ansiaba verificar que los rumores que escuchaba cuando se acercaba lo suficiente a la fortaleza eran ciertos, el amor que Liana de Edimburgo profesaba a Aldair McRea era sólo una leyenda, curvó una maliciosa sonrisa al imaginar a su amaba despreciar al bastardo de su esposo y ver como retornaba derrotado al cobijo del castillo.
La sangre abandonó su tez cuando la turbadora realidad le fue mostrada. ¡Por todos los demonios! Lo último que esperaba era ver como la mujer que se había adueñado de su alma y que le obsesionaba hasta el delirio robándole el sueño, no sólo accedía a que su odioso enemigo la manosease a placer, sino que parecía disfrutar cuando él tomaba posesión de su cuerpo. Quiso desenvainar su espada, salir de su escondite y hacerle pagar con su vida por haber osado poner sus mugrientas zarpas sobre ella, pero quedó paralizado en el sitio mordiéndose el labio inferior hasta sentir el sabor ferroso de su propia fuerza vital, a la vez que apretaba los puños con fuerza clavándose las uñas hasta que un caliente líquido se deslizó entre ellos.
Luchando contra la rabia y la desilusión de ver a Liana abandonada en los brazos del Laird, apartó la vista de la pareja. El suave chapoteo lo obligó a mirar otra vez, Aldair la tomaba en el agua sin ningún reparo. No podía soportar observar ni un instante más como el sagrado templo de la mujer que idolatraba era mancillado por ese sucio miserable, Liana era su Caer y él su Aengus y ningún Ethal le impediría que el bello cisne fuese suyo.
Respiró hondo para desentumecer los agarrotados músculos y tapándose los oídos para evitar escuchar los gemidos de placer que salían de sus bocas, se obligó a darse la vuelta y regresar al lugar que desde hacía unos meses era su hogar.
Debía poner en funcionamiento el plan que le había llevado hasta allí, su cometido era obtener el poder total y absoluto, lo demás vendría acto seguido y sin ningún esfuerzo, hasta Balor resultaría un tierno infante a su lado con lo que tenía destinado para el infame señor de los McRea.
Llegaron al castillo a lomos de Dúshlán, cuando los primeros rayos del astro rey despuntaban perezosos coloreando el horizonte. Aldair no podía dejar de acariciar a la mujer que placidamente se acomodaba en su regazo, a pesar de la intensa noche de pasión compartida, era tanto el tiempo sin sentir su contacto que ahora era incapaz de desprenderse de él. Sonrió cuando la yema del índice de Liana descendió nuevamente por su torso hacia su ombligo erizándole el vello de la nuca, al parecer ella también estaba aquejada por las mismas fiebres del deseo, frunciendo el ceño la acomodó mejor entre sus piernas, no sólo su tacto lo hacía enardecerse, el roce de su trasero contra su pelvis con el suave trote del semental lo estaban volviendo loco, sin detenerse tomó su rostro y con ardor buscó la boca femenina que se abrió para él.
Cuando accedieron al patio con los labios fundidos y ajenos a la actividad que se desarrollaba en él, rápidamente asió las riendas para mantener al animal quieto y falicitar que su Laird descabalgara, pero al parecer este no se había percatado de su presencia, con las mejillas coloreadas por la vergüenza clavó sus grisáceos ojos en el suelo y esperó pacientemente a que sus amos cesasen de besarse.
Para alivio del joven, Una conocida y socarrona voz rompió el encanto en que se habían sumergidos los amantes.
—Primo ¿acaso no oléis algo raro? –preguntó Kai aspirando fuertemente en dirección a la pareja.
—Recordad que estoy resfriado y ese sentido me abandonó hace unos días.
—Es un tufillo dulce y empalagoso.
—Ahora que lo decís..., creo percibir algo –aseguró Mervin aspirando con energía, consiguiendo con ello estornudar repetidas veces.
Aldair puso los ojos en blanco, con pereza se separó de su amada y desmontó intentando aguantar la risa. Ese par no tenía remedio, a veces eran como un dolor de muelas, sin embargo otras eran como un remedio para dicho suplicio. Ayudó a Liana a bajar posando las manos en su cintura y atrayéndola hacia él la deslizó muy despacio por su cuerpo, haciéndola partícipe de su agitado estado, hasta que los pies tocaron el suelo.
—Intento recordar como se llama ese aroma –Kai fingió pensar en ello llevándose los dedos a las sienes y estrechando los ojos.
—Creo saberlo.
—No, dejadme, lo tengo justo aquí –se señaló la punta de la lengua—. Era... ah si, amor.
—Bravo –aplaudió el gran descubrimiento.
—Agradezco la ovación, mas es un placer hacer uso del don natural que poseo.
—Para que veáis que la dádiva viene de familia –dijo Mervin dejando caer un brazo encima de sus hombros—, voy a predecir quienes son los poseedores de dicho perfume.
—Primero dejadme que yo os demuestre que también gozo ese poder –intervino Aldair.
—Oh, creo que la emanación más intensa nos está hablando –exclamó Kai sorprendido.
—Yo también puedo adivinar que os pasará –indicó Liana riendo—, pero sólo porque conozco a mi chico, no por otra cosa.
—¿Habéis escuchado? –inquirió su primo mirándole—, esa cantarina voz pertenece sin duda a la esencia más afrutada.
—He aquí lo que vaticino –espetó el Laird cruzándose de brazos—. Durante un mes antes de vuestro entrenamiento limpiaréis las cuadras, quizá eso os despeje las fosas nasales.
—Pero...
—Ahora si nos disculpáis –enlazó a Liana por la estrecho talle echando a andar—, mi señora y yo debemos recuperar el tiempo perdido.
—¿Hablando? –demandó Kai con una sonrisa.
—No vas muy descaminado –ella volteó la cabeza y le miró parpadeando provocadoramente—, ya que la boca la utilizaremos.
Los dos hombres empezaron a carcajearse del pícaro comentario, tan estruendosamente que los aldeanos que estaban por los alrededores dejaron sus quehaceres para intentar averiguar el motivo de su alegría, al cabo de un rato como no vieron nada que les diese una pista, regresaron a sus faenas.
—¿Os dais cuenta de cuál será nuestro trabajo a partir de mañana? –preguntó Mervin sujetándose el estómago intentando calmar los calambres.
—Sí, pero mereció la pena ¿no os parece?
—Volvería a repetirlo sin dudarlo.
—Eso me lo reiterareis el próximo amanecer, cuando estemos hasta arriba de excrementos.
Ambos pusieron cara de asco y se animaron dándose pequeños golpes en la espalda mientras proseguían su camino.
Aldair cerró la puerta del cuarto con el talón, sin perder de vista a la mujer que retrocedía despacio mordiéndose sensualmente el labio inferior y que tampoco dejaba de observarle.
Aunque parecía agotada por el abrumador frenesí compartido durante las horas nocturnas, deseaba tomarla nuevamente, pues las veces que la había hecho suya en el río no bastaba para saciar el fuego que lo consumía tras largos días de abstinencia. No había mentido cuando aseguró a ese par de mentecatos que iban a recuperar el tiempo perdido.
Deslizó la vista por la suculenta figura que tan bien conocía y se relamió al pensar en el banquete que se daría con él.
Liana estaba disfrutando con la fogosa mirada que le estaba atravesando la ropa quemándole la piel. Dios, cuanto había añorado a ese cabezota y lo que le hacía sentir. Aún le costaba creer que por fin los sueños que le habían acosado noche tras noche se hicieran realidad escasas horas atrás y como estos superaron con creces sus fantasías nocturnas. Reculó con el corazón repiqueteando salvajemente al verle aproximarse como un feroz felino al acecho de su presa, mientras dejaba caer la espada sin ningún cuidado y se quitaba el plaid con diabólica lentitud. Frenó cuando sus piernas chocaron contra la cama.
—Estáis acorralada, señora –susurró con voz profunda soltando el sporran que cayó con un sonido sordo.
—¿Estás seguro? –inquirió a la vez que se subía con diligencia sobre el blando colchón.
—Completamente –afirmó haciendo desaparecer el corto espacio que les separaba.
Liana esquivó el agarre y con presteza se puso de pie en una esquina del lecho.
—El minino perdió reflejos –murmuró con un deje de diversión.
—Vuestro tigre está más espabilado que nunca –trepó al tálamo lentamente.
—Lograrás de grite de puro terror –rió pegándose a la pared.
—Chillaréis mi amor –sujetó su mano tirando de ella, obligándola a arrodillarse—, pero por algo distinto al miedo.
Rompió los pocos centímetros que los mantenían alejados rodeándole el talle con los brazos y acercando su boca a la de ella, apresó entre los dientes el sonrosado labio y cuando Liana dejó escapar un leve gemido lo soltó, calmando el mordisco con la punta de la lengua.
Enardecida por la húmeda caricia lo empujó hasta dejarlo tumbado y sentándose sobre él tomó la iniciativa devorándole la boca, aspirando el jadeo de sorpresa y de los feroces gemidos que le siguieron. Soltó un gruñido de disgusto cuando alguien llamó a sus aposentos, pero haciendo caso omiso continuó bebiendo de su abrasadora vitalidad.
Los insistentes golpes en la puerta y la llamada de uno de sus hombres, le hizo maldecir. Con un ágil movimiento se giró sobre si mismo dejando a su dulce atacante bajo su hercúleo cuerpo, cuando Liana protestó posó un dedo sobre los hinchados labios para que guardara silencio.
—Rezad para que sea importante –bramó mirando hacia el inoportuno sonido.
—El vigía me ha notificado que se acercan visitantes, señor.
Aldair cerró los ojos descansando su frente contra la de Liana.
—Debo atender mis obligaciones, m´eudial.
—Claro y yo contigo, que para eso soy la señora del castillo ¿o no?
—Si –sonrió satisfecho con su respuesta, al tiempo que levantaba los párpados perdiéndose en las oscuras pupilas—. Lo sois.
—Adelantaos mi señor –pestañeó presumida imitando su forma de hablar—. Debo ponerme presentable para causar buena impresión.
—Estáis exquisita –mordisqueó su barbilla—, un delicioso bocado.
—Detente o te juro que los pesados que decidieron venir tendrán que ser recibidos por alguno de los sirvientes –le empujó obligándolo a apartarse.
Aldair se separó a desgana, con parsimonia agarró el plaid que yacía en el suelo y lo atravesó sobre el pecho introduciéndolo por el cinturón para que quedara sujeto, sin apartar la vista de la mujer que lo miraba sonriendo tomó la espada y con paso cansino se dirigió a la salida, pero antes de cerrar le regaló una mirada llena de salaces promesas advirtiéndole con su bravío brillo que las cumpliría todas y cada una de ellas.
Con renuncia bajó las escaleras despacio, lo último que le apetecía era tener que ocuparse de esos forasteros, quienes sean que fuesen. Con la de días que tiene el año y habían tenido que elegir justo ese. Con un poco de suerte sólo estarían en Ceann—uidhe porque les pillaba en el camino y necesitaban descanso o abrevar a sus cabalgaduras, aunque se sentía disgustado la hospitalidad de las Highlands debía prevalecer, sólo esperaba que no se demoraran y continuaran en breve hacia su destino.
La imagen de su mujer rodeándole placenteramente con sus largas piernas le hizo soltar un soez improperio.
—Calmaos mi indómito amigo –musitó oteando hacia la elevación que se dibujaba en su kilt—, u os quedarais sin ser domado.
El comienzo de un llanto le instó detenerse frunciendo las cejas, estas volvieron a su posición natural cuando una melodiosa nana brotó de improviso llenando la estancia y aplacando el sollozo del bebé.
Con presteza y los labios curvados hacia arriba dejó atrás los últimos escalones hasta llegar al gran salón.
—Sólo podíais ser vos, mi querida Brianna, la dueña de esa maravillosa voz.
—Y sólo vos podéis estar tan sordo como para agasajarme por algo tan terrible –replicó la aludida dejándose abrazar.
—¿Cómo está mi sobrino? –preguntó acariciando la sedosa mejilla del niño.
—Creciendo por momentos, ya apenas puedo con él.
Un carraspeo les hizo levantar la vista hacia su enorme hermano, que con ambos puños en las caderas y el rostro encorajinado no perdía detalle de lo que acaecía.
—Sabéis lo mucho que me exaspera la confianza que tenéis con mí Brianna.
—Sabéis lo mucho que la quiero –replicó Aldair acercándose a Niall—, pero a vos os adoro más, así pues no os pongáis celoso amigo mío, que para vos también hay un apretujón.
Ambos se abrazaron riéndose y dándose enérgicas palmadas en las espaldas.
—No os hacía tan pronto de regreso.
—Hubiese querido esperar un poco más, pero ya sabéis como son las mujeres, sobre todo mi amada esposa –sonrió al ver la asesina mirada que ésta le dedicaba, en un gesto conciliador asió los dedos femeninos y llevándoselos a los labios depositó un tierno en ellos—, y como se empecinen en algo hay que claudicar.
—Para mi desgracia sé de lo que me habláis, así como también conozco el significado del término rendición.
—¿Ya habéis perdido alguna batalla? –interrogó divertido.
—Así es, el asedio por parte del enemigo era tan devastador que debía hacerlo pues estaba a punto de desfallecer.
—Tenéis muchas cosas que contarme –añadió con curiosidad.
—Que chismosos que sois –les recriminó Brianna—, y luego os atrevéis a señalar a las mujeres por serlo.
—¿Nosotros fisgones? —preguntaron ambos a la vez.
—Sí y además bobos, mas encantadores —aclaró con un guiño.
Los tres se echaron a reír, pero pararon en cuanto Aidan protestó gimiendo levemente. Ella comenzó a pasear acunándole y cantándole para que se volviese a dormir.
—Así pues las armas de Liana derribaron vuestras defensas —musitó bajito para que Brianna no le escuchara.
—Os pondré al tanto en cuanto haya ordenado que acomoden a vuestra esposa e hijo en una estancia —respondió Aldair con el mismo tono—, aunque os advierto que no todo es agradable.
El Laird hizo un ligero gesto y una de las muchachas que pululaban por los alrededores se acercó presurosa, tras darle las indicaciones pertinentes y con una reverencia esta se acercó a la señora de los McInroy y le pidió que la acompañara.
—Dejad de comeros a Brianna con los ojos -acaparó la atención de Niall que contemplaba ensimismado a su familia—, si estáis de regreso es porque habéis conseguido lo que os pedí.
—¿Acaso dudáis de mi eficacia?
—Jamás –negó con la cabeza—, pero ¿lo lograsteis?
—Me alegra ver la fe que tenéis en mí —golpeó su brazo—. Está allí, junto a la chimenea.
Aldair se giró y la alegría le inundó. Sí, este sin duda estaba siendo un magnífico día.
Continuará...