sábado, 28 de mayo de 2011

El PRECIO DEL AMOR -CAPÍTULO 11- 2ª PARTE


Se encerró en la trastienda para lamer las ultimas heridas de las que había sido victima, jamás ni en los más pesimistas de sus pensamientos hubiese imaginado que Charlie fuera capaz de humillarla más de lo que ya lo había hecho. Si sólo se lo hubiesen contado sin haber visto con sus propios ojos aquella foto en la página Web, habría dicho que era mentira, a pesar de lo de la apuesta lo habría defendido a capa y espada, pero todo estaba claro ahora despiadadamente claro admitió apartándose una lágrima que rodaba por su mejilla.

Lo cierto es que aún conociéndole de toda la vida, con sus actos le resultaba un total desconocido. ¿Quién era aquel monstruo que se ensañaba con ella de aquella forma tan cruel? ¿Dónde estaba el hombre, que a pesar de ignorarla como mujer, siempre había estado a su lado como amigo? Sacudió la cabeza, quizá nunca existió ese ser maravilloso del que se había enamorado, quizá siempre había sido esa bestia sin corazón ni escrúpulos la que se paseaba delante de ella con sus vaqueros y sus camisetas ajustadas y la ceguera del amor no le permitió ver.
Pasó el dorso por los ojos y se secó la humedad, <<ni una lágrima más>> se dijo a si misma con la espalda pegada a la pared, <<no se merece ni una sola de ellas, ni uno solo de mis pensamientos>>, con mucho esfuerzo se tragó los sollozos. <<Mátalo, sácalo de tu corazón, de tu vida para siempre>>, se ordenó con determinación. <<Arráncalo de ti aunque eso acabe contigo>>. Continuaba con su retahíla de auto consejos cuando un golpe seco seguido de los chillidos de Amy la alertaron, se puso en pie y salió de su escondite.

 Llevó las manos a la boca para ahogar un grito al ver a los dos hombres enzarzados en una pelea. Una vez era Theo el que pegaba con saña, al segundo era golpeado por Charlie con el mismo ensañamiento, mientras su amiga danzaba a su alrededor en un vano intento por detener aquella contienda.
Quiso aullar, hacer algo para detener aquella locura, pero no fue capaz de moverse del sitio, como si toda ella se hubiese convertido en una pétrea figura contemplando el intercambio de insultos y puñetazos.
La suplicante voz de su amiga la trajo de vuelta a la realidad, la vio abrazarse al rubio policía que pareció calmarse un tanto ante los lamentos de la chica, resbaló la vista entonces hacia el piso, con cierta dificultad Charlie comenzaba a incorporarse, por un instante sus retinas se encontraron, antes de que volteara la cabeza hacia su compañero observándose como leones dispuestos a volver a la carga.

—¿Qué os creéis que estáis haciendo?

 Pestañeó al ver la rabia que destilaban los dos pares de ojos al mirarla. Con una calma que no poseía se acercó a ellos y los contempló, Charlie tenía el labio partido y por la rojez que bañaba su pómulo y el parpado estaba segura que en unas cuantas horas su rostro estaría salpicado de moratones. Por su parte Theo no presentaba mejor aspecto, la ceja hinchada y la sangre que manaba de su nariz, manchando su camiseta rasgada, le daba un aspecto deprimente.

—Esta es mi tienda —alzó la palma al ver que iban a hablar y echó un vistazo para ver como algunas de las flores estaban tiradas por el suelo, aplastadas e inservibles, y que junto con algunos de los jarrones de plástico habían pasado a mejor vida—, no un cuadrilátero de boxeo.
—Fue culpa de él —señaló Amy sin soltarse de la cintura de Lewis.
—No me importa de quien fuera la culpa —interrumpió dando un paso hacia ellos indicando la salida—, quiero que os vayáis ahora mismo.
—Rachelle —exclamó Theo desenvolviéndose del abrazo de Amanda— lo siento de veras, por favor perdóname—, rogó apartándole con dos dedos un mechón que caía por su frente.

Charlie oteó encajando los dientes como los pálidos iris de Rach se alzaban y se clavaban en los del otro destilando dulzura, odió que ella le mirara de esa manera como cuando…, apretó los puños hasta que sintió las uñas clavarse en sus palmas cuando una extraña idea cruzó por su cerebro cegándolo. Rachelle y Theo juntos. No, era una idiotez, una verdadera estupidez si de algo estaba seguro era que ella lo amaba desde hacía una eternidad y el amor no moría de un día para otro. Las pupilas del gilipollas brillaron cuando ella con su pañuelo le limpió, con suma delicadeza, el rojo fluido para acto seguido pasarle las falanges por la maltrecha mandíbula. ¿O si? Tragó saliva por que a pesar que no estaba enamorado, ese gesto le produjo un extraño desasosiego, como si unas tenazas le agarraran las tripas y se las retorcieran, instintivamente llevó una mano a la zona dolorida como si ese gesto le pudiera aliviar de algún modo. El brillo cegador en los hermosos orbes pasó a convertirse en una acuosa tristeza cuando se fijó en él, el rostro resplandeciente que había sonreído tímidamente a Theo era ahora una mascara de hielo que lo miraba con asco, la sonrojada boca era una fría y fina línea que expresaba desagrado y volvió a dolerle todo el interior. La pasión que una vez viera reflejada en ella se había convertido en una gelidez que le congelaba las entrañas. Sintiendo como la bilis subía hasta su epiglotis se armó de valor y tendió una palma hacia ella.

—Rae —su nombre brotó  desgarrado cuando la vio dar un paso atrás antes de darle la espalda—, Rae, por favor.

Se encogió por dentro cuando al volver la vista hacia él lo vio parpadear y fijarse en ella, con el asombro dibujado en sus facciones como si la viera por primera vez. Su alma quedó traspasada al ver la consternada cara, con la duda y el desasosiego reflejados en su oscura mirada. Su parte enamorada la empujaba a acercarse, abrazarlo fuerte, escuchar y creer lo que tuviera que decirle, pero fue su parte herida la que se impuso y se apartó cuando el estiró el brazo hacia ella, le destrozó ver la angustia que cruzó su semblante y escuchar el tono desolado con que pronunció su nombre casi termina con ella, se giró quedando casi pegada al torso de Theo para evitar correr a sus brazos.

—Vete —musitó roncamente—, no quiero volver a verte nunca más.
—Por favor —suplicó—, escúchame y luego me marcharé.
—No.
—Sólo te pido 5 minutos de tu tiempo.
—No, nada de lo que puedas decirme justifica tu actitud —respiró profundamente—, jamás podré perdonarte lo que me has hecho.

El silencio se impuso en el local, solo la exhalación fuerte del hombre al que acababa de echar a la calle rompió la tensión, luego unos pasos le hicieron mirar por encima de su hombro para verle dirigirse a la salida con andares cansinos, la cabeza gacha y los omoplatos hundidos. Incapaz de seguir viéndole partir de aquel modo giró la testa y apoyó la frente en el pecho duro que tenía ante ella, al instante los fornidos brazos masculinos la rodearon regalándole el consuelo que necesitaba.

Desde el umbral se revolvió para echar un último vistazo, la escena que divisó le rompió por dentro, Rachelle se abrazaba a Lewis como una vez lo había hecho con él. La rara sensación vivida unos minutos antes volvió a asaltarlo mientras lo ojos empezaban a escocerle y una palabra empezaba a martillearle el cerebro. Celos. No, no estaba celoso y lo sabía, no eran los malditos los que estaban haciendo que todo su ser temblara como una hoja. Perdida, esa era el vocablo adecuado, había perdido a su Rae para siempre. ¿Su Rae? Movió la cabeza y con una última ojeada a la pareja cerró la puerta.

Con incredulidad Amanda estudiaba a Theo y a su amiga que envueltos en un silencioso abrazo permanecían ajenos a su presencia en el centro de la floristería. Sí, aquellos dos parecían hechos el uno para el otro, era una lastima que hubiese tenido que ocurrir algo tan doloroso, para que se encontraran, pero si aquello era bueno para ambos se alegraba por ellos. Sin duda se merecía ser feliz y nadie mejor que un buen tipo como el macizo, y por otra parte él parecía haber encontrado en su amiga a la mujer ideal , tranquila, amorosa, decente…, todo lo que ella jamás sería. Con sigilo se fue alejando de ellos, viendo como las grandes manos masculinas recorrían la frágil columna femenina y sus jugosos labios besaban el sedoso cabello.

Al llegar a la salida los ojos de ambos se encontraron, Amy se detuvo en seco, ya no podía ver el destello de pasión que refulgía en ellos cuando la abordaba tímidamente en la calle. Se mordió el labio, inclinó la cabeza a modo de saludo y se marchó sintiéndose sola, muy sola. 





Continuará...





miércoles, 25 de mayo de 2011

EL PRECIO DEL AMOR - CAPÍTULO 11 - 1ª PARTE




Con una temblorosa Rachelle entre sus brazos, escuchaba la diatriba de Amanda que cada vez iba aumentando en rabia. Iba a pedirle que dejara de hablar y preparara algo caliente para su amiga cuanto el ruido de la puerta al girar sobre sus goznes detuvo la charla de la joven, alzó la cabeza para encontrarse con el causante de todos los males. No podía creer que después de lo que había hecho aún tuviera la desfachatez de presentarse en la floristería como si nada. El sonido de sus dientes rechinando se entremezcló con el crujir de sus falanges al cerrarse y abrirse imaginando la garganta de ese cabrón entre ellas. Relajó la mano en su costado y atrajo más a la chica contra él, si Charlie pensaba que iba a continuar con sus jueguecitos se había equivocado, ella no estaba sola.
Bajó la vista hacia ella al percibir el escalofrío que la recorrió, apenas podía ver parte de sus mejillas, pero por todos los diablos estas estaban aún más pálidas si cabía.
El leve movimiento de Amanda atrajo su atención, su cara estaba roja y los oscuros ojos despedían tanta furia que si las miradas matasen no dudaba por un instante que el hombre que los observaba sin pestañear yacería agonizante en el frío suelo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Theo con desdén cuando lo vio avanzar hacia ellos.

Mientras se acercaba contempló los tres rostros que tenía frente a sí, dos de ellos reflejaban ira y el tercero..., Dios, el dolor que atravesaba los rasgos de Rae le cortó la respiración y aunque intentó boquear para captar algo de oxígeno, este se le escapaba mientras intentaba definir que otras emociones se veían en ella.
La nuez de Adán subió y bajó al tragar saliva sonoramente.
Se detuvo al ver como su compañero regalaba a su amiga el consuelo de su abrazo, una punzada de aflicción le atravesó el estómago para bailar a un ritmo incipiente junto a un sentimiento de pérdida. Parpadeó para quitárselo de encima y continuó hacia el mostrador cuando la voz de Lewis retumbó por el establecimiento. Obvió la demanda y el tono con que había sido hecha y se centró en Rach.

—He venido a hablar contigo —dijo apoyando las manos en la barra.
—Ella no tiene nada que decirte —terció su colega.
—No estoy hablando contigo, joder —barruntó dando un golpe con la palma abierta—, deja de meterte donde no te llaman.
—Theo tiene razón —musitó con un hilo de voz—, no tengo nada que decirte.
—Al menos escúchame, por favor —casi suplicó.
—¿Te suena el dicho de una imagen vale más que mil palabras? —demandó asqueada Amy golpeando el portátil—, por desgracia es verdad.

Sus retinas siguieron el movimiento del impacto y de nuevo su glotis se obstruyó al tiempo que un sudor frío le recorría la espalda. Mierda, ahora comprendía esas emociones que pululaban por la pálida piel y el asco que reflejaban sus orbes al posarse sobre los suyos. Quiso darse de hostias porque una vez más él era el responsable del tormento que sufría al no haber eliminado su foto.


—Te juro que yo no subí esa...
—No, no quiero oír ninguna de tus mentiras —interrumpió apartándose de su paladín y dando la espalda a todos se dirigió a la trastienda.
—¡Rae!
—¡Déjala en paz!

Se encaminó tras sus pasos cuando el cuerpo de Amanda se colocó en su camino como una muralla. La joven cruzó los brazos sobre el pecho, al tiempo que con los ojos lo desafiaba a apartarla si se atrevía. Durante unos segundos le mantuvo la mirada a la altiva mujer, sin duda Amy tenía los ovarios bien puestos, pero no era suficiente para minar su determinación de hablar con Rachelle y rogarle por su perdón.
Levantó las manos y la agarró de los antebrazos para quitarla de su camino, cuando los dedos de su compañero se cerraron como un fuerte garfio sobre su muñeca.

—Si te atreves a lastimarla eres hombre muerto —susurró el rubio agente con los dientes apretados.
—No tengo intención de dañarla, sólo quiero que se haga a un lado —respondió observando aquellas falanges sobre su piel—, necesito hablar con Rae.
—Ella no quiere hablar contigo —instó Amy levantando la barbilla—, lárgate O’Sullivan, vete y déjala en paz, ya le has jodido bastante la vida.
—Eso no es asunto tuyo —levantó la vista hacia ella antes de señalar al hombre que había a su lado—, ni tuya.
—Lo es, ella es importante para nosotros y no vamos a permitir que le vuelvas a hacer daño —terció la chica sin amedrentarse—, así que ahí tienes la puerta.

La paciencia estaba tocando a su fin, ya llegó bastante alterado al establecimiento a causa de la jodida foto y ahora aquellos dos valedores le estaban tocando los huevos de mala manera con su actitud.
Joder necesitaba dialogar con Rae, contarle que era inocente de esa jugarreta e iba a hacerlo a pesar de la Juana de Arco que tenía delante. Sin pensarlo mucho volvió a sujetarla y de un tirón la hizo a un lado, oyó el gemido sorprendido de la mujer y casi sonrió de no ser porque justo cuando iba a continuar su avance un empellón lo hizo trastabillar, consiguiendo a duras penas no caer de culo.

—¿No te basta con usar y humillar a las mujeres, ahora también las agredes? —preguntó furibundo.
—Yo no... —se interrumpió sintiendo que la sangre le hervía en las venas por la falsa acusación, él podía ser un cabrón sin escrúpulos pero jamás pegaría a una fémina, nunca bajo ninguna circunstancia—. ¿De qué vas tú? ¿Quién coño te ha nombrado abogado defensor de estas dos?
—Estas dos tienen nombre —los puños del hombre se cerraron y abrieron compulsivamente al tiempo que se acercaba—, y te diré de qué no voy. No soy un hijo de puta que va usando a las hembras para alardear delante de unos cuantos gilipollas o ganarme unos pavos.
—No, ya lo veo —contestó curvando los labios en una despectiva sonrisa—, lo tuyo es mucho peor—, de soslayo indicó a Amy—, vas detrás de una zorra que se folla a cualquiera, mientras tu babeas por ella como un perrito faldero y ni se digna a darte una chuche por tus constantes meneos de rabo.

La reacción de su colega no se hizo esperar sin mediar palabra le asestó un puñetazo en la mandíbula que lo hizo girar el cuello haciéndole ver las estrellas. Deseoso de volcar su ira y mostrarle lo que se estaba perdiendo del cielo, apretó la agarrotada mano en un puño y lo lanzó dándole de lleno en la boca del estómago, haciéndolo retroceder encogido por el improvisado impacto. Por un momento disfrutó observando como el rostro de su contrincante se quedaba blanco al faltarle el aire, supo que había sido un error regocijarse en su propio ego cuando un fuerte dolor le atravesó el vientre. El jodido rubiales peleaba bien.
Tomando una exigua bocanada de oxígeno arremetió, con la cabeza por delante, contra Theo que se estrelló contra el mostrador. Oyó el gemido de dolor de su compañero y alzó el brazo para romperle su bonita cara cuando alguien se aferró a él, con un manotazo se quitó de encima a Amanda que trataba de separarlos.

A pesar del lacerante malestar que le surcaba la espalda, al ver a la chica tropezar con sus propios pies tras el enérgico empujón, se incorporó y asió a Charlie por la camiseta, en el forcejeo varios de los búcaros cayeron vertiendo su colorido contenido por el piso. Mientras sentía como los pétalos de las flores caídas se aplastaban bajo sus suelas y deseoso porque fueran los huevos de aquel mal nacido los que estuvieran bajo sus plantas, oteó divertido como se impulsaba hacia él, en el último instante esquivó el impacto de los pálidos nudillos que en un nuevo lance trataban de alcanzarlo, lo sujetó del brazo y lo volteó inmovilizándole contra la pared.

—¿Qué pasa cabrón no sabes pelear con un hombre que tienes que maltratar a una mujer? —demandó Theo alzándole la muñeca.
—¿Y tu no tienes los suficientes cojones que mandas a “esa” para que te defienda? —masculló con la mejilla pegada al muro—, ¿o estás alardeando de virilidad para ver si consigues que abra las piernas de una puta vez?
—Porque sé que para ti es difícil diferenciarlas, te aviso que es  una dama, debes tenerla respeto, lo mismo que a Rachelle —enredó los dedos entre su pelo y le estampó la cara contra el estuco—. Y ahora escúchame, te vas a alejar de ella —ordenó jadeante.
—Rae es mía, hijo de puta —sentenció echando hacia atrás la cabeza y disfrutando con el chasquito que reverberó en sus oídos.

Sorprendido por el golpe dio un paso atrás y se llevó las manos a la nariz que sangraba copiosamente, el chillido asustado de Amy le hizo girar la testa para verla acercarse con semblante descompuesto, apartó la vista de ella y la centró en el bastardo que sonreía frente a él, furibundo cerró la palma y la lanzó con todas sus ganas hacia la faz maltrecha, casi jadeó cuando sus falanges chocaron contra el hueso de la mandíbula, pero dio el calambrazo que le atravesó el brazo por bueno al ver como el labio se abría dejando manar la fuerza vital de O´Sullivan.

—¿Tuya? —se carcajeó mientras agarraba nuevamente su fosa nasal—, olvídate de ella gilipollas, ella te detesta, te odia como jamás hizo con nadie.
—¿De veras? —interrogó paladeando el sabor ferroso de su propia sangre que le bañaba el paladar—, ¿qué eres su confesor?
—No idiota —maldijo por las punzadas que iba sufriendo—, soy el hombre que está a su lado, que sabe tratarla como lo que es, como se merece.

Sin una palabra de advertencia y embargado por una rabia que le corroía las entrañas ante lo que acababa de escuchar, se abalanzó como un tren en marcha cayendo los dos contra las frías plaquetas, al tiempo que golpeaba la estúpida faz y se deleitaba con el ruido de su espalda al ejercer como colchón. Mas su alegría duro poco al retorcerse Lewis para colocarse encima y presentarle el colorido puño a su ojo.

Quería continuar machacándolo y hubiese seguido sin descanso si no es porque una llorosa Amanda le agarró el brazo.

—Por favor —sollozó sorbiéndose los mocos—, parad, os vais a matar.

El terror en el bonito rostro —ahora salpicado por negros churretes de maquillaje— lo detuvo, miró al compañero que se retorcía debajo dispuesto a reanudar la lucha. La joven tenía razón iban a acabar el uno con el otro. Soltando la pechera se incorporó silenciando el quejido que pugnaba en su garganta por salir, con el dorso limpió la humedad que le resbalaba por el párpado, el muy capullo le había hecho una brecha en la ceja.
Masculló una callada maldición cuando un pinchazo atravesó sus costillas, al aferrarse Amy a él llorosa y preocupada. A pesar de las gratificantes atenciones sus orbes continuaron clavados en los de su colega, la frialdad y el odio destilaban en ellos y era consciente que los suyos reflejaban exactamente lo mismo.

 Continuará el sábado...




sábado, 21 de mayo de 2011

EL PRECIO DEL AMOR - CAPÍTULO 10 - 2ª PARTE



Tiró el bolígrafo sobre el montón de papeles que rebosaban sobre su escritorio, resopló y se repantigó en la silla. Cerró los párpados con fuerza y apretó el puente de la nariz tratando de aliviar la tensión de la que era preso desde que todo explotara.

Había intentado ver a Rae, visitó su casa ya que la floristería estaba cerrada con la esperanza de conversar, pero o bien no le abría la puerta o el bulldog de Amy aparecía ante él para llenarlo de improperios antes de darle con la madera en las narices. Jodida bruja, si ella no estuviera como el guardián del reino sin duda hubiese podido al menos hacer que lo escuchara.
Por otro lado la relación con su compañero era tan tensa que se podía cortar el aire cuando estaban juntos, como en la última patrulla que apenas si se dirigieron la palabra. Era una situación muy incómoda tener que trabajar con un hombre que lo más que le había dicho era: hijo de puta o cabrón insensible. Pero lo peor de todo era la cara de Rachelle el día que él mismo destrozó su mundo, no podía apartarla de sí, se le aparecía en sueños mortificándolo, arañándole la conciencia hasta dejarle regadíos de sangre en su alma. Joder podía soportar los insultos de la pequeña segurata, el silencio de Theo, las burlas de sus compañeros pero esa faz... eso no era capaz de hacerlo sin sentir asco de si mismo. Y dolía como el demonio contemplar esos ojos que una vez lo miraron destellando de pasión, con un amor que jamás había visto en ningunos otros, y que ahora lucían opacados y fríos.

La voz de J.J que pronunciaba su nombre al tiempo que se acercaba con largas zancadas por el pasillo, lo sacó de sus penosos pensamientos, elevó la vista y se acomodó rígido en la silla, por la forma de llamarle y el semblante adusto supo que no era portador de buenas noticias.

—¿Qué ocurre? —demandó mientras el otro tomaba aliento—, parece que vengas de hacer la maratón de Nueva York.
—Esta vez te has pasado —afirmó mirándolo fijamente—, ¿cómo has podido hacer algo tan bajo?
—¿De qué coño hablas?
—Joder Charlie, no disimules conmigo. De la foto que nos trajiste como prueba.
—¿Qué pasa con ella?
—¿La borraste?
—Eso no es asunto tuyo —respondió, no lo había hecho la conservaba en su móvil y en más de una ocasión se había sorprendido a si mismo contemplándola abandonada al sueño—,  así que deja de tocarme los huevos, tengo mucho trabajo por delante como para perder el tiempo con tus chorradas.
—¿Chorradas? —descansando las manos sobre el filo del escritorio se acercó hasta que apenas los separaban unos pocos centímetros—, tu juegas con la vida de otros, los expones y son mis chorradas.
—Mira, no sé qué mierda estás diciendo —le mantuvo la mirada—, pero…
—Joder —masculló cabreado interrumpiendo su desfachatez, rodeó la mesa y se abalanzó sobre el ordenador—, contempla tu obra.

Un poco aturullado por la forma de comportarse de su colega —tanta belicosidad no era normal en él— se apartó para dejarle espacio delante del pc para que pudiera acceder con comodidad al teclado. Lo vio abrir el buscador y teclear frenéticamente el nombre de una página bastante visitada por hombres. Se le secó la boca y se le paró el corazón cuando tras unos segundos de espera la pantalla se llenó con la imagen de Rae y no cualquiera, sino con la de la foto que él mismo había tomado la primera vez que le había hecho el amor.

La silla golpeó el suelo cuando se incorporó, mesándose el cabello, sin dejar de mirar el monitor, aquello no podía ser verdad. Se revolvió hacia J.J esperando una respuesta, pero el hombre estaba tan confuso como él.

—¿Qué significa esto?
—No sé, dímelo tu —respondió el otro encogiéndose de hombros—, ¿me vas a decir que no sabías?
—Te juro que no he tenido nada que ver con eso y deja de comértela con los ojos ¡joder! —exigió apagando la pantalla.
—Es cierto que no fuiste tu —farfulló arrepentido.
—Pues claro que no, hostias —aclaró tomando la chaqueta del perchero—, voy a salir unos minutos, pero en cuanto regrese buscaré  al cabrón que hizo esto y tendrá que darme explicaciones—, aseveró alzando el puño.
—¿Dónde vas?
—Tengo que avisar a Rachelle y decirle que no es cosa mía.

Sin esperar réplica se dirigió a la salida, bajó los escalones y paseó arriba y abajo por la acera pensando como iba a contarle lo que estaba pasando, no podía soltárselo sin más, pero endulzarlo tampoco era una solución, indeciso se volvió a mesar el cabello y fue cuando vio las luces encendidas. Eso sin duda era una señal. Cruzó la acera, ya se le ocurriría algo cuando la tuviera delante.

óóóóó

La última persona que esperaba ver allí era a Lewis y encima abrazado a Rachelle. Una punzada de algo desconocido se le clavó en el estómago durante unos segundos. A pesar del golpe que dio la madera al cerrarse haciendo que la campanilla cimbrease peligrosamente, ellos continuaron enlazados, absortos uno en el otro, ajenos a su presencia. Con algo más que una molesta incomodidad royéndole las entrañas, carraspeó para hacerse notar. Fue Rae la primera en levantar la cabeza, tenía los ojos llorosos, pero dibujó una sonrisa y se acercó.

—Amy —alargó las manos hacia ella—, no te oí entrar.
—Ya lo vi —dijo respondiendo al saludo mientras dirigía una rápida mirada a Theo que permanecía unos pasos detrás.
—¿No deberías estar trabajando? —demandó inquieta—, ¿no me digas que no has ido por qué sigues preocupada?
—Lo estoy, pero por otros motivos —confesó apenada—, en realidad... he venido a seguir quitándote la venda de los ojos con ese cabestro con uniforme—, añadió echando chispas por los oscuros orbes.
—No quiero hablar de él.
—Pues me importa una mierda si quieres o no.
—Amanda —advirtió Theo acercándose a las chicas—, dejémoslo estar.
—No después de lo que ha hecho.
—Ya sabemos lo que hizo —terció el policía—, basta de hacer mala sangre, no necesita que se lo recordemos constantemente.
—Cállate, no tienes idea de la última machada de tu amiguito.
—Ese no es mi amigo, ella si lo es —aclaró pasando una mano sobre el hombro de Rae.
—Si, lo estoy viendo —masculló observando el movimiento de esos dedos sobre su cubierta piel.
—Entonces...
—Shh —levantó una palma para acto seguido bajarla, sujetar la muñeca de ella y llevarla hasta donde tenía el ordenador—. Lo siento cariño, pero tienes que ver esto.

Los cálidos brazos de Theo le habían dado el consuelo que necesitaba. Dejándose mecer en ellos y desahogando su pena sobre el duro tórax, poco a poco fue calmándose cuando una tos forzada la obligó a levantar la testa, allí contemplándolos con el ceño fruncido se encontraba Amy.
Curvó los labios con desgana y se acercó a ella para aliviar la inquietud que se dibujaba en su semblante. Le disgustó que ella, sabiendo como le dolía, sacara a Charlie a colación, pero la confusión apartó al inicial enfado cuando a pesar del vano intento de Theodore por acabar con el tema, Amanda la asió fuertemente y la condujo casi a rastras tras el mostrador.

Siguiendo a las chicas se acercó hasta el pc y observó a la malhumorada morena teclear, abrió la boca al ver el nombre de la página que ella escribía. Era una web exclusivamente masculina donde se exhibían mujeres ligeras de ropa, eso si es que llevaban alguna. Alzó la vista y clavó las interrogantes  y sorpresivas retinas en ella demandando una repuesta silenciosa, la vio encogerse de hombros y hacerle una irreverente mueca.

—Antes de que digáis nada, no, no he salido del armario —dijo mirando a uno y otro—, un compañero algo... juguetón y que te conoce—, advirtió fijando la vista en los zarcos iris—, me llamó nada más verlo.

Exhaló fuertemente antes de clickear en un enlace para dejar que la temida imagen ocupase la pantalla.

Sin dejar de parpadear contempló la foto que lentamente iba apareciendo. La figura semidesnuda de una mujer yaciendo en la cama le obligó a tragar saliva. No era cualquier hembra si no la que tambaleándose se había pegado a él y ahora temblaba contra su cuerpo tratando de no caer al suelo. El penoso sollozo que brotó de labios de Rachelle le rompió el alma y su mortal palidez le aceleró los latidos del corazón. Enlazó su cintura para fijar su estabilidad y para a través de su calor darle algo de la seguridad que necesitaba.

—No puede ser —balbuceó apresando entre sus puños la camisa del hombre que la consolaba—, no puede ser.

Un tanto arrepentida por haberle mostrado lo que escondía las entrañas de la red Amy cerró la página, quizá debiera haberlo hecho de otro modo, pero no deseaba cometer el mismo error que la vez anterior, no iba a volver a fallarle a su mejor amiga nunca más. Sintiendo que los ojos se le humedecían al ver el pesar en el níveo rostro dio un paso hacia la pareja.
Rach asemejaba a una muñeca rota y sabía que necesitaría todo el consuelo que ella o el apuesto policía que la sostenía pudieran brindarle.

—Te juro que le voy a cortar las pelotas y me voy a hacer unos pendientes con ellas —susurró acercándose—, prometo que...

Las palabras se vieron interrumpidas cuando de un empellón la puerta volvió a abrirse, seis pares de retinas se clavaron en el hombre que acababa de entrar.

Continuará...


viernes, 20 de mayo de 2011

¡¡¡ FELICIDADES ADE !!!

Muchísimas felicidades primiiii, espero que te guste este pequeño obsequio. Va de todo corazón.
Mariola

miércoles, 18 de mayo de 2011

EL PRECIO DEL AMOR - CAPÍTULO 10 - 1ª PARTE




Lo que de verdad le apetecía era desaparecer del mundo y arrancarse el corazón para que el dolor que la consumía acabara de una vez, pero estar encerrada en casa ovillada en el sofá dejando el tiempo pasar no mitigaría ni un ápice el vacío que la asolaba, así como ahogar las penas en grandes cantidades de chocolate tampoco era la solución. Tenía que obligarse a como diera lugar a seguir su vida y arrancarse a Charlie de dentro aunque fuera lo último que hiciera, aunque no fuera capaz de sentir nunca más, porque él había acabado con ella para siempre dejándola seca, yerma para volver a amar.

Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, y después de dos largos días, esa mañana había reunido el coraje necesario para ducharse, vestirse y abrir su establecimiento y se alegraba de ello. Ocupada en limpiar la tienda, en recortar hojas marchitas y en devolver el esplendor perdido a sus flores, el trato con los clientes como el viejo Tom, estaba logrando mantenerse entretenida  no pensar demasiado en el agente O’Sullivan ni en su rastrera traición.

El sonido del teléfono la sacó de sus cavilaciones, tiró la rosa podrida que tenía en la mano al cubo de la basura y tras limpiarla en el delantal agarró el auricular.

—Floristería La Inspiración de RAE ¿en qué puedo ayudarle?
—Hola pequeña —saludó una voz tras unos segundos de silencio—.  ¿Dónde has estado estos días?
—¿Quién es? —demandó apretando las falanges mientras un ligero escalofrío comenzaba a recorrerle el cuerpo.
—Sabes quien soy, mi dulce niña —aseguró el interlocutor—, mi pequeña y frágil Rachelle.

Comenzó a temblar descontroladamente y la respiración se le volvió agitada, boqueó tratando de tomar aire. Era imposible.

—Si esto es una broma no tiene gracia —gritó histérica—, voy a colgar y no vuelva a llamarme.
—¡Espera! —bramó—, escúchame, hay algo que debes devolverme. Un sobre marrón del tamaño de un folio.
—No sé de que me habla —respondió incrédula.
—Búscalo Rach —ordenó desde el otro lado de la línea, luego con un tono más calmado añadió—, no me obligues a hacerte daño.

Tras esas últimas palabras se cortó la comunicación. Boquiabierta miró el teléfono y lo soltó como si le quemara en las manos, con las rodillas como gelatina se agachó y se sentó en el suelo. Durante unos segundos sus ojos sólo vieron el oscilar del rizado cable balanceándose de un lado a otro, luego las lágrimas empañaron sus pupilas y se vertieron sin contención por sus mejillas. Se llevó las manos a las sienes y apretó con las palmas abiertas tratando de comprender. ¿Quién la odiaba de aquella forma para gastarle una broma tan macabra? ¿Qué había hecho tan mal para que la vida la tratara con tanto desdén?

óóóóó

Tras apurar su descanso y tomar un buen café acompañado de un delicioso donuts glaseado se encaminó de vuelta a la comisaría, ya iba a entrar en el edificio cuando se percató que “la Inspiración” estaba abierta, sonrió complacido porque Rachelle hubiese decidido salir del nido y volver a la rutina. Subió un nuevo escalón miró su reloj y se giró. Desandando el camino cruzó la calle y entró al local. Cerró la puerta tras él y escudriñó con la vista el establecimiento vacío, era extraño que no hubiese aparecido al oír el tintineo de la campanilla que colgaba en el marco. Quizá estuviera ocupada en la trastienda y por eso no le escuchó, iba a vocear su nombre cuando un apagado sollozo le llegó tras el mostrador, en dos zancadas recorrió el sitio y se posicionó junto a la barra. Se le encogió el corazón al verla sentada en el piso con la cabeza pegada a las rodillas sumida en un lastimero llanto. Apretó los puños y maldiciendo al hijo de puta de Charlie por hacerla sufrir de aquel modo se postró a su lado.

—Rachelle.
—Vete.
—Mírame.

Había advertido que alguien entraba, pero no estaba en condiciones de atender a ningún cliente, con la esperanza que se marchara al no verla decidió aguardar en su escondite. Oyó los pasos acercarse y detenerse frente a ella. Escuchó su nombre emanar de la boca de Theo y apenas pudo contestar, mas ante el susurrante reclamo alzó la vista para suplicarle que la dejara sola, pero se vio incapaz de emitir ni un solo vocablo al verlo de rodillas y con la preocupación surcando la atractiva faz. Suspiró cuando él con toda la ternura del mundo apartó la maraña de cabello que como una cortina caía sobre su cara, se dejó hacer cuando las grandes palmas la aferraron por los brazos instándola a ponerse en pie, sin soltarla la guió hasta una silla y la sentó.

Una vez la hubo acomodado en el asiento volvió a postrarse frente a ella, acunando su rostro entre las manos la obligó a que se centrara en él, lentamente recorrió con los pulgares los tersos pómulos arrastrando con ellos el llanto que los empapaba. Deslizó las yemas por la satinada piel antes de pasarlas por los temblorosos labios y fijar sus retinas en las celestes de la chica. Había tanto dolor en ellas que se le partió el alma. Sin pensarlo acercó la cabeza y rozó sutilmente la boca femenina con la suya, una leve caricia que supo que había sido un gran error cuando se levantó volcando la silla y lo observó como si de repente le hubiera salido rabo y cuernos, antes de hablarle con denotado rencor. Confuso se puso en pie.

—¿Eres el siguiente? —preguntó llena de rabia apartándolo de un empellón—. ¿Cuánto ha sido esta vez?
—Rach —parpadeó atónito ante la demanda.
—¿Quién viene después, Michael, J.J, Dylan? —interrogó con la visión empañada—. ¿Por qué yo? ¿Qué os hice para que me hagáis esto?
—¿De qué hablas?
—Dime ¿Cuánto te ofrecieron?
—No me ofendas —masculló con los dientes apretados agarrándola por los antebrazos—, no me compares con ese hijo de puta—, de un tirón la atrajo hacía él y la estrechó en un abrazo—, nunca haría algo tan rastrero como lo que te hizo Charlie, nunca.

Cuando los labios de Theo rozaron los suyos botó del asiento, la idea que él la usara como un juguete le llenó el cerebro. Soltó lo que tenía en la mente sin pensar, con el miedo a ser la víctima de una jugarreta por parte de los policías. Se arrepintió casi al instante al ver el gesto adusto y sorprendido del hombre. Entre la neblina de la cortina de agua que se iba formando tras sus párpados, comprobó como cada sílaba que lanzaba era como una bofetada para él, pero no podía callar, sus nervios estaban a flor de piel, la traición del que consideraba su amigo la destruyó por dentro y la extraña llamada había terminado con su cordura. Cuando la estrechó contra su pecho mientras le aseguraba que jamás actuaría como Charlie, se abrazó a él aspirando la seguridad que emanaba. Precisaba del consuelo y el calor que le brindaba, necesitaba poder apoyarse en alguien para borrar la soledad y los miedos que la asolaban. Sin dudarlo creyó en la sinceridad de Theo, escuchando sus dulces palabras se apretó contra él dejando que las falanges que ascendían y descendían por su espalda arrastraran con ellas el pesar, al menos por unos minutos.

Apretó los ojos con rabia, estaba molesto por lo que segundos antes ella le escupiera, pero después de todo no podía culparla por desconfiar de él después del trato por parte de su compañero, haciendo que le estallase en las narices la cruda realidad. Involuntariamente apretó el abrazo al percibir como la humedad empapaba la tela de su camisa y le quemaba la dermis. No sabía por qué pero anhelaba con toda su alma borrar el daño causado a esa mujer, no entendía que le estaba pasando mas le afligía profundamente el dolor de Rachelle, como si las heridas infligidas a ella sangraran dentro de él.

Alzó la testa al escuchar que alguien entraba en el establecimiento, fijó la vista en la persona que acababa de llegar y que con los ojos llenos de incredulidad los miraba sin pestañear. 

Continuará el próximo sábado... 


sábado, 14 de mayo de 2011

EL PRECIO DEL AMOR - CAPÍTULO 9



Por décima vez volvió a pulsar el número memorizado en el móvil y tal y como sucedió las veces anteriores no recibió respuesta alguna. Se estaba empezando a preocupar, era demasiado extraño que no cogiese ni tan siquiera los fijos que tenía en casa y en la tienda. La bola que se le empezó a formar en el estómago se retorció pinchándole el intestino como si le hubiesen crecido púas. Algo le había pasado.
Miró el reloj, iban a ser las 13.00, perfecto, hasta dentro de tres horas no entraba a trabajar, tiempo de sobra para averiguar que sucedió. Sin más preámbulos se puso las botas, el chaquetón, tomó el bolso que colgaba del perchero en el recibidor y salió rauda hacia la floristería.

Recorrer las escasas tres calles que le separaban de su meta se le hizo eterno y más cuando el pálpito que había tenido se acentuaba con cada paso que daba.
Ahogó un gemido cuando se paró delante del escaparate y comprobó que su interior estaba vacío y con el cartel de cerrado puesto, aun así caminó hacia el frente y se pegó al cristal con las manos haciendo de visera a ambos lados de su rostro.

—¿Qué te pasó Rachelle?
—Averiguó la verdad —le contestó una voz detrás suya.
—Theo —se volteó con la respiración agitada—, que sus... espera ¿qué has dicho?
—Lo sabe todo.
—¿Te refieres a la apuesta? —preguntó sabiendo cual sería la respuesta.
—Me temo que si.
—Oh, Dios mío —musitó cubriéndose la boca.
—Se enteró ayer y de la forma más cruel posible —tomó aire y lo soltó despacio—, escuchó la verdad de los propios labios de ese bastardo de O´Sullivan.
—Mi niña —sollozó.
—Estoy preocupado, Amanda, no sabes lo mal que estaba.
—Debo ir a verla —dijo echando a correr y rezando para que no hubiese hecho ninguna locura.

óóóóó

Desde la otra punta de la cama y con una energía de la que carecía, lanzó uno de los almohadones contra el teléfono para hacer callar el insistente repiqueteo que no había dejado de incordiarla desde hacia varias horas. Volvió a cerrar los ojos cuando escuchó el golpe del aparato al chocar contra el suelo y permitió una vez más que las lágrimas fluyesen sin control empapando la sábana. Deseó poder ahogar su destrozada alma en las saladas gotas para así dejar de sufrir.
Resultaba aterrador como unas lacerantes palabras la habían devuelto al pasado, sintiéndose de nuevo como esa chiquilla que padecía su apocamiento con pesar y un temor constante a las burlas, volvía a sentirse desamparada como un corderito en medio de una manada de lobos y esta vez nadie iría a auxiliarla. Una gélida soledad la envolvió, sí, estaba sola porque la única persona en quien realmente confiaba también la había abandonado. La traición de Amy pesaba sobre ella como una losa.
No podía entender que la que consideraba su hermana hubiese hecho algo tan rastrero, debía haber una explicación o tal vez la vivaracha Amanda, que hasta hacía pocos días se esforzaba por alegrarle la existencia, se había cansado de sus lamentos.

Jadeó cuando la primera punzada de la jaqueca hizo aparición, no quería pensar, no quería sufrir más, sólo deseaba arrancarse la capa de desolación que la ceñía opresivamente despojándola del aire, desterrar el recuerdo de lo ocurrido a las puertas de la comisaría.
Se llevó los dedos a las sienes masajeándoselas para intentar aplacar el dolor que no sólo la estaba devorando sino también cortándole en trocitos el corazón al empeñarse, con hiriente insistencia, en recordarle la frase que había acabado con su vida: “No os voy a negar que Rae se lo monta bien, pero si queréis que me la vuelva a follar tendréis que subir la apuesta, el dinero que me distéis el otro día fue una limosna.” Sollozó. ¿Cómo pudo tratarla con tanta crueldad? Señor, le consideraba su amigo y sin embargo ni el peor de sus enemigos le había hecho tanto daño. Lo más trágico era que el cariño de tantos años y el amor que sentía por él deberían de haberse evaporado, pero persistían como el vaho que salía de sus pulmones en una noche invernal. Tenía que arrancárselo de cuajo, hacer que llegase el verano y el aliento volviese a ser invisible. Se ladeó sobre el lado derecho y se cubrió con la colcha para que las mordaces lágrimas quedasen ocultas bajo la oscuridad de la prenda.

Apretó los párpados con fuerzas al escuchar el timbre de la puerta. Quiso gritar al que estaba al otro lado que se marchase y la dejase a solas con su aflicción, pero además de que tenía la garganta tan irritada como los ojos por las horas de llanto, se encontraba sin energía. Se encogió haciéndose un ovillo cuando el sonido de las llaves al introducirse en la cerradura le confirmó de quien se trataba.

—¿Rachelle? ¿Estás en casa?

Se lamentó de no haber puesto la cadena, por lo menos eso hubiese evitado su intrusión. No quería verla, no ahora.

—Cariño ¿estás bien? —preguntó Amy ya junto a ella.
—Vete —contestó con un hilo de voz.
—Siento mucho lo que ha pasado —se sentó en la cama—, ven y déjame abrazarte—, rogó intentado despejarle el rostro.
—No —sujetó con más ahínco el cobertor—, márchate.
—No pienso irme, soy tu amiga para lo bueno y para lo malo y ahora me necesitas.
—¿Mi amiga? —demandó con desdén—, permíteme que lo dude.
—¿Cómo puedes dudar de nuestra amistad? —inquirió con el ceño fruncido.
—Tal vez porque estabas al tanto de lo que pasaba, del ridículo que estaba haciendo y no dijiste nada —se removió un tanto alejándose de ella—. ¿Por qué no me lo contaste?

Amy se encogió ante el desdeñoso reproche y el ronco y lastimero tono de la pregunta. Llevó una mano hacia la cubierta cabeza y se la acarició.

—Perdóname, sé que no me porté bien, pero es que se te veía tan ilusionada.
—Eso no justifica tu... deslealtad.
—¿Llamas deslealtad el querer evitar que sufrieras? No te dije nada porque tenía la esperanza de que jamás lo fueses a averiguar.
—Me enteré... y... el dolor no sería tanto si la que consideraba parte de mi familia... me hubiese puesto sobre aviso —aclaró entre hipidos.
—Supe de la jugarreta cuando ya te habías acostado con él, en cuanto lo descubrí volví aquí dispuesta a ponerte al tanto, pero entre que no sabía como soltar algo así y recordar tu cara de felicidad mientras me contabas lo sucedido entre estas cuatro paredes restó el poco valor que tenía —se detuvo un instante—, luego pensé que una vez logrado su objetivo él te dejaría en paz y con el tiempo tu lo olvidarías. Jamás pensé que se atrevería a alardear por ahí de algo tan mezquino.
—Yo confiaba en ti.
—Tienes que creerme Rae. Te juro que mi intención era que guardases esa noche en tu interior como si fuese un gran tesoro —afirmó llevándose las palmas al pecho—. Por favor, perdóname—, suplicó apoyando la frente sobre el agitado hombro—. Me cortaría el cuello antes que hacerte daño. Eres mi mejor amiga.
—Y tú la mía —musitó descubriéndose la cabeza.
—Oh Rachelle, que idiota fui —sollozó tumbándose a su lado sin dejar de abrazar el tembloroso cuerpo—, quise ahorrarte pesares y te generé más.
—No pasa nada.
—Si que pasa, porque crees que te apuñalé por la espalda.
—Lo pensé —admitió afligida.
—Nunca haría eso, te quiero con locura, eres como una hermana para mí y si ahora me dices que me odias lo comprendería, pero no podría soportarlo.
—¿Odiar a la única persona que me echó una mano justo cuando me estaba hundiendo? —demandó rodeándola con sus brazos—, eso nunca.
—¿Lo prometes?
—Lo juro.
—Ay Dios, que suerte tengo al tenerte en mi vida —dijo con la alegría reflejada en su cara y depositando un beso en la húmeda mejilla.
—La afortunada soy yo.
—Las dos.

La chispa de felicidad que había brotado en los zarcos iris, se apagó de pronto bajo la incipiente acuosidad.

—¿Por qué me hizo esto? ¿Por qué?
—Porque es un cabrón que debería ser castrado y entregado a los cerdos, aunque los pobres acabarían enfermando, así que mejor lo tiramos al contenedor de la basura —al ver como una ligera sonrisa se formaba en la triste faz, continuó—, claro que como aparezca alguno con el síndrome de Diógenes lo mismo se lo lleva a su casa y lo deja como lámpara para la mesa del salón.
—Estás chiflada —declaró con una trémula risa.
—Si y como tú también lo estás, sugiere alguna idea para evitar que suceda ese desatino.
—Ahh... ¿quemarlo?
—Que lista ella, así tenemos una excusa para poder llamar a los bomberos, mmm, me gustó ese plan tuyo.
—Amy ¿qué haría sin ti?
—Recuperar la cordura y eso no puede ser —le guiñó un ojo.
—Daría cualquier cosa por estar de verdad loca, así todo sería un producto de mi mente y no la cruel realidad —se lamentó apoyándose en el torso de Amanda.
—Shh, cálmate.
—No puedo... se rió de mi, el que consideraba mi amigo se burló de mis sentimientos delante de sus compañeros.
—Que hijo de puta.
—Sólo fui una apuesta..., una denigrante apuesta.

Sabiendo que ahora mismo el dolor que padecía Rachelle no podía curarse con palabras, se limitó a acunarla mientras su jersey absorbía las atropelladas lágrimas.

óóóóó

Aceleró haciendo chirriar las ruedas al tiempo que deseaba que a la Honda le creciesen alas.
Salir de la comisaría y comprobar que la floristería aún seguía cerrada le había puesto nervioso, ¿dónde estaba? Esa tienda era su mundo. Maldito si no le cabreaba estar inquieto y que Rae no le cogiese el teléfono. Llevado por la impotencia y por el miedo que se había enredado en sus tripas, estampó un puñetazo en el tanque de gasolina para enseguida volver a sujetar el manubrio.

No se iría de esa casa sin haber hablado con ella y explicarle su deplorable comportamiento, aunque en estos instantes el motivo no le parecía lo suficientemente bueno como para haberla tratado así. Mierda, nunca debió aceptar esa apuesta, no merecía que jugasen con sus sentimientos y más sabiendo lo profundos que eran. Los garzos ojos no sólo lograban que uno quisiese sumergirse en ellos, sino que expresaban con diáfana sinceridad lo que su corazón sentía. Volvió a golpear el depósito cuando su estómago se quejó presionado por la conciencia.
La escena del día anterior se le representó en cámara lenta, rebobinando una y otra vez entre la gilipollez que soltó, sólo para vacilar ante sus compañeros, y la expresión del adolorido rostro.
<<Tengo que hacerme perdonar, no puedo perder su amistad>> pensó mientras aparcaba y se quitaba el casco de camino al portal.

Estaba a punto de llamar al telefonillo cuando la puerta se abrió saliendo unos risueños adolescentes que ni se dieron cuenta de su presencia. Se introdujo con rapidez en el interior y subió las escaleras corriendo, porque con su buena suerte seguro que si llamaba al ascensor era capaz de quedarse atascado con él dentro. Una vez en el piso, se acercó lentamente hasta la caoba madera y exhaló antes de llamar. Contó hasta treinta y al no recibir respuesta, insistió golpeándola con los nudillos a la vez que se hacía escuchar.

—Sé que estás ahí Rae —avisó—, ábreme, tenemos que hablar.

Apoyó el oído, pero aunque sólo obtuvo silencio sabía a ciencia cierta que ella estaba dentro.

—Me conoces y no me iré sin haberlo aclarado todo —aporreó con más fuerza—. El escándalo me importa una mierda y sé que a ti no. ¡Abre de una jodida vez!

Se quedó con el puño en el aire cuando su exigencia se cumplió de repente, sólo que quien estaba al otro lado no era la persona que quería ver.

—Gracias a ti, ahora mismo a Rachelle todo se la pela —escupió señalándole.
—Contigo no tengo nada que hablar, déjame pasar —indicó dando un paso adelante.
—Por encima de mi cadáver —masculló poniéndose delante.
—No me toques los huevos.
—Yo a ti no te toco ni pagándome, bueno, a no ser que quieras apostarte algo.
—Apártate, joder —exhortó cogiéndola de los hombros para echarla a un lado.
—Suéltala –conminó una ronca voz tras ellos.

Los brazos cayeron inertes cuando su mirada se posó sobre la dueña del mandato y el corazón se le encogió hasta apenas percibir sus latidos. No le cabía duda que le había hecho daño, pero contemplarlo le rompió por dentro.

—Rae...

Esta avanzó pausadamente hasta posicionarse frente a él y siguió andando haciéndolo retroceder, al presionar con su palma sobre el paralizado tórax. Se dejó llevar como si fuese un muñeco de trapo porque las energías le habían abandonado.

—Ayer te dije que desaparecieses de mi vida ¿te acuerdas? —preguntó quedamente.
—Si, pero tenemos...
—Sigo pensando lo mismo —retrocedió—, has muerto para mi—, musitó cerrando de un portazo y descansando la espalda contra la puerta se dejó caer lentamente, mientras la humedad reaparecía a través de los plegados párpados.  

Contempló la barrera que tenía frente a sus narices, podría patearla hasta que ella volviera a abrir y obligarla a que lo oyera, pero la terrible sentencia que acababa de escupirle eran como un puñetazo en pleno estómago que le vació los pulmones, dejándole con la sensación de que sus palabras se habían hecho realidad.

 Continuará...


Como sabéis ha habido problemas con blogger y todos los comentarios se han perdido, no obstante hemos leído todos los publicados antes de que desaparecieran y queremos agradecer a todas el apoyo que nos brindáis capítulo a capítulo.


sábado, 7 de mayo de 2011

El PRECIO DEL AMOR. Capítulo 8. 2ª Parte.



Theo no soltó a Rachelle ni aún cuando oyó sonar el móvil que avisaba de la entrada de un nuevo cliente, sin dejar de repasar la columna de la joven, alzó la vista dispuesto a decirle a quien fuera que regresara más tarde, se quedó helado al ver a Charlie en el umbral, era la ultima persona que esperaba.

—¿Qué haces aquí? —escupió con asco.
—Rae —llamó haciendo caso omiso de la pregunta—, tengo que hablar contigo.

Aturdida separó la frente del duro torso y miró por encima del hombro al hombre que acababa de llegar, al que tenía que olvidar y odiar con todas sus fuerzas. Lo vio avanzar hacia ellos dando largas zancadas, oyó a duras penas como pronunciaba su nombre y que tenía que decirle algo, pero no podía, no quería escuchar nada que proviniera de él.

—Vete.

Se paró en seco al percatarse de la palidez que envolvía a su amiga, de los enrojecidos ónices, de los regueros de humedad que descendían por sus mejillas, ríos de dolor que él había causado. Involuntariamente apretó los puños clavándose las uñas.

—Ya la has oído —intervino Theo—, lárgate O’Sullivan.
—¡No te metas en esto! —gritó exasperado—, nadie te dio vela en este entierro —mirando a Rachelle añadió—. Necesito que me escuches.
—Ya oí lo suficiente —recalcó girándose.
—¿Por qué no te marchas Charlie, no ves que molestas? —reclamó Lewis.

Iba a replicar cuando la puerta se abrió nuevamente, el anciano Tom, aun con el pomo en la mano los miraba fijamente, calló el insulto que tenía en la punta de la lengua, no era ni el lugar ni el momento idóneo para dar explicaciones ni mucho menos para discutir con su quijotesco compañero, pero encontraría la ocasión para que lo oyera y desde luego para pararle los pies a ese galán de pacotilla.

Bajo el arco de madera contempló a su joven y querida amiga, le partió el alma verla tan triste. Bajo las capas de tela y un muro de timidez, se escondía una gran chica, dulce y simpática, que no se valoraba lo suficiente. Era una pena que por miedo a ser dañada no permitiera que otras personas llegaran a conocerla tal y cual era, claro que tras soportar años de burlas por su sobrepeso la entendía perfectamente. Que crueles podían ser los adolescentes y cuanto daño podían causar con sus idioteces.
Miró a los dos hombres que estaban con ella en esos momentos. Conocía a ambos desde que eran unos chavales de rodillas raspadas y cara llena de mocos y barro. Theodore Lewis, un buen chico de corazón grande y buenos sentimientos siempre dispuesto a ayudar. Charles O’Sullivan, travieso y revoltoso hasta la saciedad, pero también había sido un buen chico a pesar que le gustaba robar la tarta de manzana de su Grace. Sonrió recordando. Siempre había sentido debilidad por ese larguirucho desgarbado que creía cometer un acto delictivo llevándose a hurtadillas el pastel que su adorada y llorada esposa y él dejaban sobre el alfeizar de la ventana de la cocina. La vida no le dio hijos pero si Dios le hubiese bendecido con la paternidad hubiese querido que se parecieran a aquellos dos buenos hombres.
Apartando los momentáneos recuerdos, se acercó a Rachelle que le dedicó una de sus tiernas sonrisas antes de agachar la cabeza en un vano intento de ocultar lo que ya viera al llegar, una cara pesarosa y una mirada opacada por las lágrimas. Con dos dedos le levantó la barbilla y contempló el bonito rostro..

—¿Qué sucede? —miró a uno y otro de los agentes antes de centrar toda su atención en ella— ¿Qué te tiene así?
—No es nada —replicó forzándose a curvar los labios—, ahora mismo preparo su pensamiento.
—Espera —la retuvo un instante más— ¿no te habrán molestado estos dos sinvergüenzas con alguna de sus bromas?
—No claro que no.
—¿Chicos?
—Nunca le haría daño a Rachelle señor Anderson —respondió Theo clavando desafiante los ojos en su compañero.
—No han hecho nada malo, son mis amigos y ellos “jamás” -subrayó el vocablo dirigiendo una rápida y acusadora mirada hacia Charlie—, harían nada que pudiera herirme.
—¿Estas segura?
—Sí, solo es un mal día, y ahora déjeme ir a por su flor o Grace me culpará si llega tarde —dándole una palmadita en la arrugada mano se separó de él y fue a la trastienda.

A pesar de las palabras de Rach, Tom no mordió el anzuelo, pues percibía claramente que algo ocurría, la tensión entre los dos hombres se podía cortar con un cuchillo. La rigidez de Charles ante las últimas palabras de la chica y la celeridad con que fijó su mirada en el suelo a la vez que la de Theodore despedía dardos envenenados contra él, se lo confirmó, pero estaba claro que aquello no era asunto suyo, así que guardó silencio mientras esperaba a que la joven regresara con la planta. Cuando apareció, con una sonrisa tomó la pequeña maceta, pagó el importe y abandonó la floristería no sin antes deslizar un nudillo por su níveo pómulo.

Una vez el anciano se hubo marchado, fue hasta la entrada y abriendo les indicó a los dos que salieran, no estaba siendo cortés pero tampoco tenía ganas de ser amable ni de soportar a Charlie frente a ella un segundo más. Le dolía mirarlo, rebosaba amor por él, al tiempo que su corazón sangraba con su traición. Curvó forzadamente los labios a Theo cuando al pasar por su lado depositó un tierno beso en su mejilla y prometió llamarla. El otro por su  parte permanecía quieto en el mismo lugar.

—Estoy esperando que te vayas para cerrar.
—Rachelle.
—Tengo cosas por hacer.

Caminó hacia la salida con paso cansado, se detuvo a su lado pero ella ni se dignó a mirarle, no podía culparla por ello, pero no evitó que eso le enfureciera.

—Vas a oírme —dijo agarrándola con fuerza por un brazo obligándola a levantar la testa.
—Suéltame —contestó entre dientes sacudiéndose para librarse del amarre—, me haces daño.
—Disculpa —uno a uno fue levantando los dedos dejándola libre.
—Te agradecería que te marcharas —se frotó la enrojecida piel—, y que no volvieras nunca.
—Me voy, pero esto no acaba aquí, lo sabes ¿verdad?

La contempló un segundo más y enfiló hacia la calle cabizbajo, ¿que esperaba después de haber jugado con sus sentimientos, que ella se sentara tranquilamente y escuchara cualquier excusa que quisiera darle? Apenas dio unos pasos cuando se giró para encontrar la puerta cerrada y el establecimiento casi a oscuras. Continuó andando, pasó sin detenerse junto a su compañero que como un guardián permanecía parado unos metros más allá.

La vida empezó a golpearlo unas semanas antes y valientemente había ido asimilando puñetazo a puñetazo sin protestar, sin emitir una sola queja, pero no iba a permitir que le jodiera del todo, no iba a abandonar sin pelear y a pesar de que Rae hubiera dicho que no quería volver a verlo tendría que hacerlo. Ella había permanecido durante muchos años a su vera y seguiría haciéndolo, se negaba a que sucediese lo contrario.

óóóóó

Apenas salió echó el cierre y apagó gran parte de la iluminación dejando la estancia en penumbra. Se sentó tras el mostrador y con la yemas rozó allí donde él la sujetara, aun le ardía la dermis. Apretó los párpados y se mordió el labio inferior. Tenía que olvidarse de él, pero ¿Cómo obligabas a tu corazón a vaciarse de sentimientos? ¿Cómo le ordenabas dejar de latir sin morir?
 Se sobresaltó cuando el teléfono comenzó a sonar, alargó la mano hacia el auricular y la encogió sin llegar a descolgar. Se quedó mirando el aparato repiquetear incesantemente mientras un escalofrío le recorría la espalda, saltó del taburete tomó su bolso, con manos temblorosas desconectó el resto de las luces, cerró ahogando así el taladrante timbre y corrió al refugio de su hogar. 

Continuará...


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