Gruñó cuando el timbre del teléfono martilleó en sus oídos sacándola de su apasionado sueño. Obviando el insistente sonido apretó los párpados tratando de volver a dormir y retomar la aventura por donde la había dejado, justo cuando su sexy marido le arrancaba la ropa interior. Pero el maldito ring prevalecía por encima de todo, así que apartó las sábanas de un tirón de su cuerpo y salió de la cama.
—No es justo —murmuró observando la hora en el despertador, apenas eran las 9 de la mañana.
Caminó descalza hacia el aparato que continuaba con su repetitiva cantinela, al llegar junto a él se percató que había olvidado conectar el contestador, se llamó tonta por su despiste antes de contestar.
— ¿Si? —dijo con la voz adormecida.
—Hola dormilona —la voz cantarina de Nicky le llegó del otro lado.
—Dios, ¿nadie te ha dicho que es una indecencia llamar un sábado a estas horas? —preguntó bostezando—. Estaba durmiendo.
—Tu lo has dicho, estabas —rió divertida—, pero ahora estés despierta y hace un día magnífico, así que nos vamos al río.
—Me vuelvo a la cama.
—En menos de una hora estaremos ahí —añadió Nicky—, nosotras llevamos todo, tú vístete y espéranos.
—De veras que no…
—Una hora —advirtió la chica antes de colgar.
Sin preocuparse de calzarse se dirigió a la cocina y encendió la cafetera, mientras sacaba la bolsa de pan de molde y la mantequilla del frigorífico echó un vistazo al exterior. Miró el cielo limpio de nubes y el sol brillando con esplendor. Desde la calle le llegaba el sonido de la gente que se dirigía a sus trabajos y de otros que se preparaban para pasar el día en las montañas con su familia. Cuando el aroma del café inundó la habitación se apartó de la ventana y fue a apagarla.
Con una buena taza del humeante y negro líquido en una mano y una rebanada de pan untado con mantequilla y mermelada de moras en la otra, se encaminó hacia el salón y se sentó en el sofá, tenía que encontrar una excusa razonable para convencer a María y a Nicky. Les agradecía su apoyo y sus intentos de mantenerla entretenida, pero precisamente hoy no le apetecía ir a darse un baño, prefería quedarse sola. Estudió el desorden de la habitación. Eso era, decidió dando un mordisco a su tostada, les diría que tenía que limpiar, seguro que en cuanto viesen el desbarajuste que prevalecía en la sala les convencería rápidamente, seguro que sí.
Ligeramente recostado en el asiento del avión y en un ligero duerme vela Colt logró relajarse. No consiguió localizar a Bob antes de realizar el trasbordo aunque los pocos minutos que logró hablar con Sarah lo tranquilizaron un tanto al saber que pudo conversar con el ranchero y trasmitirle su pedido. Su amiga le comentó que Robert se haría cargo de todo. Abrió los ojos cuando alguien le sacudió el hombro, una joven azafata el ofrecía un cojín pero él lo rechazó. Miró su reloj, faltaba poco más de una hora para tomar tierra y desde allí otras 5 hasta Rothstone, un par menos si hubiese tenido su moto, suspiró cerrando los ojos nuevamente.
Haciendo caso omiso de todas sus excusas y réplicas se vio arrastrada, más que convencida, por aquellas dos desalmadas que cantaban destrozando a Elvis en los sillones delanteros del destartalado coche de María. Nicky volvió la cabeza un instante y le sonrió.
—Alegra esa cara, parece que vas a un funeral.
—No me hace gracia —contestó cruzando los brazos en actitud infantil.
—Nos vamos a divertir —dijo María sin apartar la vista de la carretera—, sol, agua y el Rey.
En poco más de media hora y cargadas con los cestos del picnic se encontraron en el porche de la pequeña cabaña. Megan sacó las llaves y abrió. Aunque había ido un par de veces con anterioridad para ventilar la casa y asearla tras permanecer todo el invierno cerrada, no pudo evitar que sus ojos se humedecieran cuando un mundo de recuerdos se le vinieron encima de golpe. Pestañeó y se volteó hacia las mujeres que colocaban todo sobre la mesa.
—Pongamos esto en la nevera —Nicky agitó un par de botellas de cerveza—, y vamos a darnos un chapuzón.
—Yo colocaré todo esto —se apresuró a contestar Megan acongojada—, id al agua, os acompañaré en unos minutos.
—De acuerdo —respondió María que se percató de la tristeza de su amiga.
En cuanto hubieron salido, Megan se dedicó a recorrer las pocas habitaciones, el dormitorio donde habían hecho por primera vez el amor, el baño donde lo observaba afeitarse desde la ducha, la cocina en la que él le preparó tantos platos, el salón con su sofá gastado donde se besaron hasta desgastarse los labios, sus ojos volaron hacia la repisa donde descansaban algunas de sus tallas, se acercó y tomó la pantera que tanto le gustó la primera vez, la acarició con un dedo y luego la colocó en su sitio. Estaba tan lejos y al mismo tiempo todo él se encontraba impreso en aquellos muebles y paredes. Sí no fuera tan terco, tan orgulloso…, si no fuera tan Colt no lo amaría como lo hacía. Se restregó las mejillas con el dorso de la mano y se dispuso a meter las botellas y otros alimentos a enfriar. Era mejor que dejará de lamentarse y bajara a la ribera del río o aquellas dos irían a buscarla.
Apenas el avión aterrizó y los auxiliares de vuelo abrieron las portezuelas, Colt se dirigió todo lo rápido que fue capaz hasta la cinta de equipajes. Un cuarto de hora más tarde rechinaba los dientes al ver salir una tras otras las maletas, todas excepto la suya, cálmate se dijo 5 minutos después al observar una valija roja brillante pasar por enésima vez delante de él, ya estaba a punto de gritar de frustración cuando la suya apareció entre las cintas de plástico. La agarró casi al vuelo cuando la tuvo lo suficientemente cerca y se encaminó a la puerta, haciendo caso omiso de las protestas de la señora que empujó al pasar.
El sofocante calor reinante en aquellos lares le golpeó el rostro en cuanto abandonó las instalaciones y la brisa caliente le calentó los pulmones en la primera inhalación, pero no le importó, asiendo con fuerza el asa de su equipaje se dirigió a los taxis aparcados en fila india en las inmediaciones, ya casi estaba llegando cuando alguien pronunció su nombre. Se giró para encontrarse con Robert Spencer que se acercaba llamándolo a gritos.
—Gracias a Dios que llegué a tiempo —dijo casi sin resuello tendiéndole una mano.
—¿Qué haces aquí? —demandó un extrañado Colt correspondiendo al saludo.
—Decidir si te llevo a Rothstone antes o después de partirte la cara —contestó con una sonrisa—, creo que después. Vamos tengo el coche allí.
—¿Cómo sabías que llegaba hoy? —interrogó caminando a su lado.
—He estado en contacto con la señora Parker —explicó abriendo el maletero para guardar el equipaje—, ella me informó.
—Robert —se detuvo frente al hombre que se disponía a ocupar su sitio frente al volante—. ¿Cómo esta Megan?
Al ver la angustia y la fatiga por la preocupación y el largo viaje, Bob estuvo a punto de flaquear y contarle la verdad, pero recordando las noches en vela, los llantos y el dolor de Megan, decidió que era mejor que aquel cabronazo sufriera un poco más. Se encogió de hombros y entró en el coche sin responder.
—Por favor —suplicó Colt colocándose en el asiento del copiloto—, dime que está bien, que se recuperará.
—Dentro de lo que cabe está bien –asintió sin mirarlo—, y sí, se recuperará, es cuestión de tiempo.
—Gracias a Dios —el suspiró de alivio que surgió de su interior hizo que Bob comenzara a arrepentirse de aquella comedia-. ¿Fue muy grave?
—Una herida profunda y sangrante —replicó consciente que ambos hablaban de cosas distintas—, en el pecho, pero Megan es joven, fuerte y sana, si todo sale como esperamos en poco tiempo volverá a ser la de siempre.
Colt no preguntó nada más, al enterarse de donde se había producido la herida el corazón le dio un vuelco y la garganta se le cerró presionada por un lacerante nudo que le obligó a tragar varias veces para poder respirar. Su mujer se iba a poner bien, debía hacerlo.
Robert condujo en silencio durante kilómetros. En más de una ocasión estuvo tentado de parar en el arcén y explicarle la realidad de los hechos, sobre todo en una que miró de soslayo a su mudo acompañante y lo vio con la cabeza apoyada en el respaldo, los ojos apretados y las pestañas brillando por la humedad de las lágrimas que mantenía a raya. No le cabía duda que Colt quería a su esposa. Aunque no compartía su forma de actuar, poniéndose en su pellejo podía llegar a entenderlo, incluso a admirarlo, se necesitaba mucho valor para abandonar lo que se ama cuando más lo necesitas.
Se detuvieron un par de veces para tomar café y repostar; en uno de los pueblos Colt visitó uno de los almacenes y se compró un bastón, le dolía las piernas y temía que en algún momento le fallaran las rodillas. Agradeció que Robert no lo asaltara a preguntas y como al parecer ambos tenían pocas ganas de conversar se dedicó a observar el paisaje que iba cambiando delante de él, a lo lejos las enormes montañas dejaban ver sus imponentes siluetas y al otro lado esperaba su Megan.
—¿Cómo te encuentras? —interrogó Bob incómodo por el silencio—, Megan nos contó.
—Estoy bien —interpeló sin apartar la vista de los grandes bosques.
—Lo cierto es que tienes un buen aspecto —asintió el hombre antes de tomar un desvío—, pensé que te encontraría en una silla de ruedas y con una botella de oxígeno.
—Dame tiempo —murmuró sin diversión.
— ¿Por qué te fuiste de ese modo? —Disminuyó la velocidad al entrar en una carretera peor asfaltada—. ¿Por qué no dijiste nada a nadie? Creí que éramos amigos.
—Tal vez debí llamarte —susurró—, pero quería cortar todo lazo con mi esposa, deseaba que se olvidara de mi, que me odiara y si te contaba la verdad estaba seguro que tarde o temprano…
—Gracias por tu confianza —lo interrumpió con desdén.
—No era cuestión de confianza —explicó clavando los ojos en él—, sé lo que aprecias a Megan y que al verla sufrir le hubieses dicho la verdad.
—Por supuesto —afirmó con burla—, aunque tal vez no te has parado a pensar que le hubiese podido ayudar conocer la verdad, tal vez habría soportado mejor el dolor al saber que estabas enfermo, en vez de huir como un cobarde.
—No trato de justificarme, ni espero que me comprendas —sonrió con tristeza—, fue por amor Bob, sería un cobarde si la obligara a permanecer a mi lado a la fuerza, si le negara la oportunidad de encontrar a alguien que la haga dichosa, que le de lo que desea, lo que necesita—, respiró profundamente—. La amo tanto que prefiero que sea feliz al lado de otro que desgraciada al mío.
—Puedo entenderte, quizá no esté de acuerdo con las formas —detuvo el coche justo a las afueras del pueblo—, pero hay algo que no comprendo ¿por qué regresaste ahora?
—Que no quiera que esté a mi lado no significa que no la ame, que no me preocupe —se pasó la mano por el cabello y fijó la vista en el cartel que daba la bienvenida al lugar—, cuando me enteré de lo que había pasado no pensé en nada, sólo supe que ella me necesitaba a su lado, que yo no sería capaz de sobrevivir si algo malo llegara a sucederle.
— ¿Y qué piensas hacer? —giró la llave en el contacto y puso el coche en marcha-. ¿Vas a quedarte o huirás como un perrito asustado en cuanto veas que está bien?
—No lo sé —observó las casas cada vez más cerca y la sensación de regresar al hogar se hizo fuerte en él—, por una parte me gustaría quedarme y por otra siento que si lo hago la encadenaré a un enfermo.
—No soy amigo de dar consejos, pero contigo haré una excepción —tomó el desvío hacia su rancho—, acepta el regalo que te ofrece la vida y disfrútalo mientras tengas tiempo.
Ninguno de los dos dijo nada más hasta que llegaron al rancho. Bob le insistió para que tomara una ducha y descansara un rato antes de ir a ver a Megan. Agotado por el viaje, las sensaciones y las dudas consideró que era una buena idea lo del baño, así aprovecharía para afeitarse y cambiarse de ropa. Ahora que sabía que la vida de Megan no corría peligro podía esperar unos pocos minutos más antes de verla.
Sentadas en el porche dejando que la suave brisa secara sus cabellos y su piel, las tres muchachas disfrutaban de una taza de café. Mientras Nicky y María reían sobre algo que la primera había dicho, Megan permanecía callada y perdida en sus pensamientos meciéndose en el balancín. Miró a la pelirroja cuando está le preguntó algo.
—Lo siento no estaba escuchando —se disculpó al ver el mohín que esta hacía.
—No me digas —masculló Nicky—, seguro que estabas pensando en Colt, Dios chica, olvídalo de una vez.
—No puedo —bajó la cabeza dejando que el cabello cubriera su rostro.
—Tienes que poder —le insistió—, ese hombre es la causa de todas tus desgracias, por su culpa has llorado como nunca antes, has dejado de comer y dormir, si no te quiere a su lado pégale una patada en el culo y busca a otro, hay miles que darían su brazo derecho por estar contigo.
— ¡Está enfermo! —lo defendió con decisión.
— ¡Y una mierda! —exclamó la joven poniéndose en pie y señalándola con un dedo—, esa es una excusa como cualquier otra, eres una tonta si realmente crees todas esas mentiras que te dijo.
—No son mentiras —sollozó—, ojalá lo fueran.
— ¡Nicky! —Gritó María—, deja de decir esas crueldades.
—Vale me callaré —dijo entrando en la casa.
María se acercó a una llorosa Megan y se sentó a su lado, la rodeó cariñosamente con un brazo y esperó pacientemente que dejara de llorar.
—No hagas caso a esa loca —le susurró bajito—, deben habérsele derretido las neuronas de tanto sol.
—Sé que Colt no se ha portado bien conmigo pero…
—Lo amas —la mexicana acabó la frase por ella.
—Sí.
—Bueno, verás como todo se arregla —se levantó—. Voy a ver que le ocurrió a esa tonta.
Dentro de la casa Nicky caminaba como un gato enjaulado, se había comportado como una idiota con su amiga, lo sabía, pero entre los nervios de su próximo viaje y al ver a Megan consumirse de ese modo la terminaron de desquiciar, además estaba aquel gilipollas de Bob que la había liado para que la llevaran a la cabaña con la intención de darle una sorpresa y llevaban más de medio día allí y no había aparecido. Alzó la cabeza hacia la recién llegada que la miraba enfadada.
—Lo siento.
—No es conmigo con quien debes disculparte sino con ella —afirmó señalando hacia fuera.
Ambas mujeres abandonaron la cabaña y se dirigieron hacia donde una solitaria Megan que miraba hacia el frente con la vista perdida. Nicky se agachó a su lado y le tomó la mano.
—Perdóname, me he comportado como una imbécil —señaló la chica—, sé que no es de mi incumbencia y no debí haberte hablado como lo hice, pero me duele ver como te dejas ir por culpa…
—No importa —contestó—, sé que tienes toda la razón, pero no puedo cambiar mis sentimientos de un día para otro y menos sabiendo que él me ama, que me dejó porque no quería hacerme daño.
— ¿Y por qué no te clavó directamente un puñal en el corazón? —bufó Nicky-, quizá es más sucio pero mucho más efectivo.
—Sé que debe parecer cruel, pero su comportamiento…, aunque parezca extraño me hizo amarlo mucho más —levantó la vista hacia una Nicky que la contemplaba como si se hubiese vuelto loca—, cuando vi el estado en que se encontraban aquellas personas, entendí el valor del acto que Colt había hecho, comprendí lo mucho que realmente me amaba.
—Megan —Nicky miró a María que permanecía muda.
—Si me hubiera permitido hablar con él, decirle que no me importaba nada que no fuera cuidarlo y estar a su lado cada día del resto de nuestras vidas —continuó apartándose una solitaria lágrima—, si me hubiese dejado al menos intentarlo, pero no me dio ni una sola oportunidad.
—Tal vez tengas una —susurró María junto a ella—, quizá ahora si quiera escucharte o tú lo obligues a ello.
Alzó la cabeza hacia ella sin entender, la joven miraba más allá de la pequeña barandilla que cubría toda la cabaña con una sonrisa curvando sus sensuales labios, siguió su dirección y parpadeó incrédula. No podía ser. Se puso en pie lentamente sin apartar la vista del hombre que se había detenido donde acababa el sendero y clavaba los ojos en ella. Arrastrando los pies bajó los dos escalones de madera y sin poderse aguantar echó a correr hacia él.
-Colt ¡oh Dios mío has vuelto! —lloraba y reía al mismo tiempo acortando las distancias que los separaban.
En cuanto estuvo a su lado se aferró a él sin darle oportunidad a rechazarla, enterró la cabeza en su pecho y sonrió cuando sintió como sus fuertes brazos la rodeaban.
Continuará...