CONQUISTADO POR UN SUEÑO-CAPÍTULO 7

Al oír un suave golpe en la puerta se incorporó en la cama apoyándose en un codo, quizá si se mantenía callada se marchase, no quería verlo ni hablar con él, sobre todo porque le avergonzaba su histérico comportamiento de unos minutos antes.  Volvió a escuchar de nuevo el repiqueteo en la madera, estaba claro que no pensaba irse. Estiró el brazo y encendió la lamparita de la mesilla.

-¿Qué quieres? –inquirió molesta.

-Vengo a disculpadme con vos por mi proceder de antes.

-No hay nada que perdonar.

-Si lo hay, yo…

-Vete a dormir –le interrumpió-, es tarde y tengo sueño.

Pensó que se había ido hasta que oyó de nuevo su apagada voz.

-Como deseéis, señora.

Se había dirigido hacia sus aposentos con el fin de poder hablar con ella y lograr que lo perdonara por su lamentable actuación, ya que le hizo daño de manera inconsciente y lo que más deseaba era apartar la aflicción de su rostro. Con los nudillos llamó a su puerta, pero al parecer debía dormir porque no contestó, insistió una vez más y entonces escuchó su respuesta, por el tono de su voz supo que continuaba disgustada y que por mucha intención que tuviese de disculparse le negaría el acceso. Decía estar necesitada de descanso, pero sabía que no deseaba encontrarse con él. Cabizbajo se dio la vuelta y regresó al salón. Rogó tener más suerte al día siguiente, ya no sólo por llevar a cabo su cometido sino para aligerar su conciencia.

Se revolvió, enterró la cara en la almohada y gimió frustrada. Mierda, ahora tendría que conversar con él, porque ese tono de voz tan apenado le desgarró por dentro y no la dejaría conciliar el sueño. Enfadada consigo misma, echó para atrás la manta, se puso las zapatillas y de camino hacia la puerta se colocó la bata atándosela a la cintura con un doble nudo. La luz de las farolas entraba atenuada a través de la gran ventana iluminando la habitación, no tuvo dificultad de encontrarlo tumbado cuan largo era en el sofá, frunció los labios al ver como sus piernas colgaban por uno de los extremos, un dos plazas era demasiado pequeño para un hombre de su envergadura y dormir así debía ser francamente incómodo. Siguió avanzando hasta ponerse a su altura, el estómago dio un vuelco al encontrarse con sus verdes y abatidos ojos sobre ella.

-Será mejor que ocupes mi cama, yo me quedaré aquí.

-Sois muy amable, pero no podría quitaros nunca vuestro lecho -se incorporó con rapidez quedando sentado frente a ella con la colcha cubriéndole la cadera.

-Es sólo un préstamo.

-Os agradezco el gesto, mas no puedo aceptar.

Liana lo estudió brevemente, estaba visto que no iba a desistir de su empeño de pernoctar en el sofá, dejó de insistir e inhaló con fuerza para armarse de valor.

-Verás... sobre lo de antes... soy yo la que debe pedirte perdón.

-¿Vos? –interrogó con el ceño fruncido.

-Sí, no debí pegarte -se sentó a su lado con la vista fija en el regazo, la vergüenza le impedía mirarle a los ojos-. Es la primera vez que hago algo así y encima sin ningún motivo, porque no sabías que esa niña era mi tía ¿verdad?-, preguntó elevando la cabeza esperando su respuesta, al verlo negar volvió a bajarla sonrojada mordiéndose el labio nerviosa-. ¿Me perdonas?

-Sólo si vos me perdonáis a mí –le levantó la barbilla con el nudillo girándole el rostro hacia él, mientras con el pulgar se maravillaba de su suavidad.

-Lo haré si dejas de hablar de esa manera –se recostó sobre el alto respaldo.

-Comienzo a sospechar que tenéis mala memoria –sonrió siguiendo el ejemplo de ella-, ya os aseguré que no sé hacerlo de otra forma-, torció la cabeza para poder seguir contemplándola, el alborotado pelo le hacía parecer una niña traviesa resaltando más el brillo de sus inmensas y somnolientas pupilas.

-Muy bien, por ahora te voy a seguir el juego. Cuéntame algo más sobre ti.

-¿Guardaréis vuestro mal genio a buen recaudo?

-Yo no tengo mal genio –recalcó dándole una palmada en su hombro.

-¿Decíais? –interpeló soltando una carcajada y cuando ella le imitó, los dos se encogieron de las risas. Aldair volvió a mirarla seriamente cuando lograron calmarse-. ¿Estáis segura que queréis oír mi historia?

-Sí, lo estoy –se acomodó mejor en el sofá colocando un cojín tras su espalda.

-Vengo de las hermosas e indomables Tierras Altas, soy el Laird del clan McRea.

-¿Eres un Laird? ¿Tú? –parpadeó impresionada por la información.

-¿Tan extraño os parece?

-Bueno, bien pensado das la imagen, así, tan enorme –hizo un gesto con sus manos abarcándole.

-¿Enorme? –se observó a sí mismo-, los hombres de mi pueblo somos así y sin querer ofenderos, vos si que sois alta-, comentó examinándola detenidamente.

-Sólo mido 1,75, nada extraordinario –se desperezó disimuladamente mientras sus ojos se llenaban de lágrimas por el bostezo retenido.

-Las mujeres de mi clan son más menudas.

-Gracias por ser tan sutil y levantarme el ego –sonrió levemente luchando contra el sueño.

-Parecéis cansada –comentó al verla tratar de mantener los ojos abiertos-, quizá sea hora de que regreséis a vuestra alcoba.

-Ummm, no –negó cubriéndose la boca tratando de camuflar el incordiante bostezo, apenas podía aguantar más, pero el sonido de su voz la tenía completamente atrapada-, continua por favor.

-¿Estáis segura? -sonrió al verla asentir con dificultad-, pues veréis, las muchachas tienen la piel más curtida, sus cabellos no suelen ser de ese negro tan profundo como el vuestro, además, sus melenas son largas y casi siempre las llevan recogidas en trenzas, lo que me recuerda a la esposa de mi amigo Niall, Brianna es su nombre, su cabellera es tan resplandeciente y exquisita como la vuestra–, aclaró cogiendo un mechón entre dos dedos-, pero mientras que la suya rivaliza con el fuego del sol al atardecer, la vuestra es como la noche sin luna. Estoy seguro que si os conocierais os haríais grandes amigas–, vio como los párpados de Liana se cerraban, sonrió con ternura-, sois muy parecidas, las dos tenéis un buen temperamento.

Quería seguir hablándole de su gente, de su pueblo..., deseaba contarle el motivo por el cual se hallaba ante su presencia y reclamarle el medallón. Observó como sus párpados se cerraron por completo, Liana parecía una buena chica y había dado buena cuenta de su nobleza al ofrecerle su techo, su comida y su perdón. No dudaba que tras ese genio que la caracterizaba se escondía un gran corazón y le entregaría el talismán en cuanto se lo demandara. Guardó silencio sin dejar de mirarla hasta que su respiración se volvió regular y pausada. Se puso en pie dejando que la colcha resbalara de su cuerpo, se inclinó con suavidad, pasó una mano tras sus hombros y la otra debajo de las piernas y la aupó pegándola a su pecho.

-¿Qué...? –susurró Liana traspuesta acurrucándose contra su hombro.

-Shh, dormid, os llevo a vuestro lecho para que descanséis mejor –sonrió complacido al sentir como su ligera carga se relajaba en sus brazos.

Empujó con la cadera la puerta del dormitorio para acabar de abrirla del todo, se acercó a la cama, la depositó con delicadeza sobre ella y la tapó. Apartó un mechón de su frente y con los nudillos acarició la tersa mejilla mientras estudiaba los serenos rasgos de su rostro. Había algo en esa muchacha que lo desconcertaba, quizá fuera ese temple que mostraba a la menor oportunidad, sí, seguramente se trataba de eso, porque no era la primera mujer bonita y con hermoso cuerpo que tuvo el placer de encontrar en su camino a lo largo de los años, aunque sí la única que no se amedrentaba ante él y eso era una grata novedad.

Liana se arrebujó y se aferró más firmemente a la calidez con que Morfeo la envolvía, su cuerpo parecía encajar perfectamente contra el suyo y la música que sonaba acompasada en sus oídos la adormecía placidamente, agradecida, dejó deslizar la mano por aquella caliente y dura piel sonriendo. Un momento, algo no iba bien ¿piel ardiente?, ¿cuerpo al lado del suyo? Abrió los ojos desmesuradamente al comprender de qué se trataba, su cabeza descansaba contra un amplio tórax y unos poderosos brazos la tenían fuertemente enlazada a él. El rubor cubrió sus mejillas, se mordió el labio inferior y alzó despacio el rostro para encontrarse con uno que le sonreía ampliamente.

Aunque su primera intención había sido regresar al incómodo tálamo que ella le preparó no pudo resistir la tentación de tumbarse a su lado en aquella mullida cama, serían sólo unas horas, un breve sueño reparador y antes de que despertara y se percatara de su presencia regresaría a su lugar, pero lo cierto es que apenas pudo conciliar el sueño, sobre todo cuando Liana al poco rato murmuró algo y se abrazó a él. La luz del amanecer lo sorprendió con los ojos abiertos, totalmente despejado y con temor a moverse por si se apartaba. Se estremeció cuando ella se restregó contra él y su cálido aliento le rozó la piel, su cuerpo comenzó a calentarse cuando aún dormida frotó la mejilla contra su torso, contuvo la respiración cuando su pene comenzó a hincharse al percibir la pequeña mano deslizarse sobre su brazo. La curiosidad se impuso cuando ella de repente se detuvo, bajó la vista para encontrarse con unos desorbitados ojos oscuros que lo miraban llenos de asombro y deseo.

-Buenos días, bella dama.

-¿Qué...? –carraspeó intentando encontrar la voz-, ¿qué haces aquí?

-Me ofrecisteis vuestro lecho ¿recordáis? –alzó un ceja burlón.

-Recuerdo que dijiste que no lo aceptabas –dijo intentando separarse de él, consiguiendo que el agarre se acentuase más todavía.

-Cierto, mas anoche cambié de opinión –sus ojos chispearon divertidos.

-También recuerdo que si lo hacías, yo dormiría en el sofá.

-Algo que yo no hubiese consentido –inclinó la cabeza hasta que sus labios quedaron a escasos centímetros.

-Tú...   

La boca de Aldair se tragó su protesta al cubrirla con la suya, empujó su lengua para entrelazarla lentamente con la de ella obligándola a dejar de pensar y rindiéndose a su poder, sin dudarlo salió en su busca acompañándolo en la erótica danza que él había iniciado.

Por un instante, Aldair pensó que ella interrumpiría el contacto, pero cuando su lengua se introdujo con fiereza en la humedad de su boca, no le dio oportunidad de cambiar de opinión, rodó encima de ella, profundizando el beso cuando los brazos de Liana se deslizaron por encima de sus hombros y le rodearon tras la nuca.

Gimió al aplastarse contra su anhelante cuerpo haciéndole apreciar la dureza de su palpitante erección y atrapando con sus labios los suspiros de Liana. Aquella mujer sabía maravillosamente a miel, uno de los manjares que más le placían y como si le hubiesen servido un tazón del dorado alimento, quiso saborearla e impregnarse el paladar con su dulzor, que se deshiciera bajo sus labios y se entregara a la pasión que lo consumía por hacerla suya.

Creyó volverse loca cuando comenzó a besarla con tanto ardor, jadeó sin control y alzó las caderas al percibir el enorme y erecto miembro presionar contra su mojada pelvis. Dobló la rodilla tratando de sentirlo lo más cerca posible, deseosa de que aquella verga ahora dura y palpitante la colmara por completo, era con lo que había fantaseado desde que el día anterior la viera reposar bajo aquel deslucido kilt. Se entregó enteramente a las sensaciones que la embargaban cuando un atisbo de lucidez abrió una brecha en la bruma de su deseo. “¿Qué estás haciendo?” le preguntó una molesta vocecita, “apenas lo conoces de ayer”. La cordura se instaló en ella enfriándole la sangre.

-Espera... -balbuceó sin apenas aliento y empujándole hacia atrás.

-¿Esperar? –demandó con voz áspera, depositando pequeños mordiscos a lo largo de su cuello-, estoy hambriento señora y vos sois un bocado demasiado exquisito.

-Por favor –suplicó-, para.

Aldair alzó la cabeza y la miró extrañado, el deseo que hace unos instantes se reflejaba en su mirada apenas se veía ahora eclipsado por las dudas.

-¿Qué sucede? –interrogó con un deje de preocupación-, ¿os he incomodado?

-No, simplemente no puedo hacer esto –contestó perdiéndose en sus verdes iris-, joder deja de mirarme así, ¿no entiendes que no te conozco de nada? ¿Qué no hace ni 24 horas que te atropellé?

-Esto es una buena forma de conocernos mejor ¿no os parece? –preguntó haciendo rotar su cadera contra la de ella.

-Oh, sí..., quiero decir no –se apresuró a aclarar exhalando con dificultad-. Vamos a olvidar que esto a ocurrido ¿si? Así que sepárate de mí y vayamos a desayunar.

Aldair se apartó lentamente, lo último que quería era molestarla, pero si aquella fierecilla creía que esto se quedaría así estaba muy equivocada, había probado sus ardientes labios y la sed que despertó en él volvería a ser saciada pronto, muy pronto. Se levantó de la cama y se cruzó de brazos observándola.

Liana todavía no podía creer que hubiese tenido el valor de decirle que se separase de ella y fuesen a desayunar. Se dio la vuelta y se quedó paralizada al verlo frente a ella totalmente desnudo y excitado, tragó saliva sonoramente para evitar ahogarse con su propia saliva llamándose tonta y dándose de guantazos a sí misma. “Uff, tienes delante de ti el mejor desayuno de la historia de la humanidad y vas y lo cambias por un café con tostadas. Lo tuyo no tiene nombre Liana.”

-Por mi... mi bien mental –balbuceó pues de repente la garganta la tenía seca-, será mejor que vayamos a comprarte algo de ropa.

Sin volver a mirarle o se daría de cabezazos contra la pared por idiota, salió a trompicones de la habitación escuchando la grave carcajada a su espalda.