CONQUISTADO POR UN SUEÑO CAPÍTULO 8 - 1ª PARTE

Supo en el mismo instante en que cruzó la Royal Mille camino a Waverley donde cogerían el autobús 35 que los llevaría a su destino, que era un error no ir a    Ocean Terminal en su utilitario. Pero ya era demasiado tarde, tenía claro que un hombre como ese, ataviado con esa prenda que le sentaba a las mil maravillas y que tanto mostraba de si mismo llamaría la atención sin proponérselo, así que soltando un bufido le cogió de la mano y a empujones apartó al grupo de turistas japonesas que se acercaron gritando como locas para hacerse una foto con él, llevándose consigo unas cuantas palabras que muy probablemente no serían piropos hacia su persona y continuó sin soltarse en ningún momento, casi a la carrera.

Aunque Aldair parecía incomodo, no se quejó cuando el tercer grupo de chicas lo rodearon como si se tratara de un actor de cine pidiéndole que sonriera mientras él parpadeaba cada vez que saltaba el flash de la cámara de turno. Una vez en el bus, la cosa no mejoró, no había mujer que no le pusiera ojitos y pestañearan descaradamente, e incluso algún que otro hombre tuvo la desfachatez de recorrerlo no precisamente con disgusto. Él por su parte, ajeno al interés que despertaba, se dedicó la media hora que duró el viaje a observar por la ventanilla, abriendo mucho los ojos cuando veía algo que le llamaba la atención, en exclamar improperios cuando algo no le gustaba y en carcajearse cuando era todo lo contrario, parecía un niño en un parque de atracciones. Liana no sabía si llorar o reírse de lo cómico de la situación, cualquier otro se hubiese dedicado a flirtear con todos aquellos admiradores.

Liana lo había arrastrado a la calle nada más terminar de desayunar, aunque a regañadientes porque a él lo que más le apetecía era regresar al lecho y tratar de convencerla que era más placentero acabar de “conocerse” que cualquier otra cosa, aun así la acompañó sin rechistar.

Ya en el exterior respiró profundamente y lo que se introdujo en sus pulmones no tenía nada que ver con el limpio aire de su tierra, pero si hasta incluso se podía paladear.

 Apenas habían recorrido unos metros, mezclándose entre la gente, cuando un grupo de mozas llegó corriendo hasta ellos y lo rodearon entre grandes gritos, colocándose a su alrededor entre risas, pudo sentir numerosas manos por la espalda y los brazos mientras las jóvenes cambiaban su posición una y otra vez con unas maquinitas minúsculas que despedían unas incomodas luces, peleándose por colocarse a su lado y mirándole con un descarado deseo reflejado en unos rostros bonitos, pero con unos rasgos extraños que nunca antes había visto. Se alegró cuando Liana sacó a relucir su carácter y sujetándole con fuerza de la mano lograron dejar atrás a todas esas hembras y aunque fueron interceptados en más ocasiones —donde disfrutó viéndola refunfuñar—, pudieron subir al fin en el enorme coche rojo en el que pudo disfrutar de nuevo de todos los cambios que se produjeron en esa ciudad con el correr del tiempo.

Lo deslumbraron los jardines y algunos edificios, aunque otros lo disgustaron mucho, así como la forma de vestirse de algunas personas pues no entendía como a nadie le gustaba ir con los cabellos de color azul o verde, ni como algunas mujeres podían caminar encima de unos zapatos que se alzaban precariamente por los talones, o ir con esas vestimentas ajustadas que parecían cortar la respiración a pesar de que para la vista resultaba bastante atractivo vislumbrar las curvas de las siluetas femeninas.

Sin apenas disimulo giró la cabeza para echarle un buen vistazo a su acompañante, iba ataviada con uno de esos pantalones que conseguían hacer volar su imaginación y con una prenda que se pegaba a su busto resaltando cada uno de sus encantos, sonrió satisfecho algo que ella también hacía, pero en este caso parecía de diversión y que intentaba enmascarar cubriéndose con los dedos apoyados en la sien mientras el codo descansaba en la otra mano. Aunque muchas cosas de esta época le resultaban totalmente desconcertantes, otras eran sencillamente sublimes, decidió deslizando los ojos por aquel tentador cuerpo resistiendo la tentación de preguntarle el motivo de su regocijo, pues tenía el presentimiento que se debía a él.

De pronto el auto se detuvo, sin perder la chispa en su mirada se acercó a él y lo instó a abandonar el habitáculo rodante.

—Vamos —dijo Liana cuando llegaron a su destino—. Carlos nos espera a las puertas de New Look.

— ¿Quién es ese Carlos? Y ¿Por qué vinimos a este sitio? —preguntó caminando a su lado y percatándose de la enorme cantidad de personas que los rodeaban.

—Pues, porque necesitas ropa —le miró de arriba abajo—, no puedes ir medio desnudo por ahí y aquí podremos comprarte todo lo que te haga falta con la ayuda de mi amigo.

Carlos Sandoval era muy especial para ella, a pesar que su aventura como pareja resultó un desastre, supieron superar sus diferencias como amantes y mantener una sólida amistad. Era un hombre muy atractivo, un poco más alto que ella, de cuerpo atlético, un rostro con marcados rasgos masculinos, tenía unos labios carnosos, una nariz perfecta, pero sin duda lo que más llamaba la atención eran sus ojos marrones claros y el cabello castaño oscuro repleto de rizos.

Una noche en un pub, una amiga común los presentó y desde el principio la atracción del uno por el otro se hizo patente, además era de Barcelona y su madre también era española —de Granada—,  estuvieron hablando horas y horas sobre España, las ganas que ella tenía de regresar de vacaciones, la comida, la gente… Al acabar la velada, la acompañó a casa y antes de despedirse con la promesa de que se verían al día siguiente le robó un beso.

 Así había comenzado una relación que duró poco más de 6 meses, justo hasta el día que Carlos y sus amigos comenzaron a tontear con la camarera del local que frecuentaban y a pesar de que él le aseguró que no era más que una chiquillada, ella se plantó mandándole a paseo. Sintió alivio cuando lo hizo y aunque sabía que le decía la verdad era la oportunidad que andaba buscando, hacía días que se percataba que aquella relación no la conducía a ninguna parte. El español era un buen tipo, le gustaba y le caía bien, pero no estaba enamorada de él.

A pesar del incidente, él nunca se apartó del todo de su lado, siempre estaba cerca cuando necesitaba un abrazo o consuelo en los malos momentos, haciéndola reír para que olvidara sus problemas. Dejó de ser su novio para convertirse en su mejor amigo. Por eso acudió a él una vez más, sabía que podía ayudarla con Aldair y que, como siempre, no le fallaría.

Cruzaron el vestíbulo del centro comercial y se dirigieron hasta donde había quedado con Carlos, este ya les esperaba apoyado despreocupadamente en una columna. En cuando llegaron a su lado tomó a Liana por los hombros y sin dejar de sonreír le besó ambas mejillas y estrechó contra él.

Aldair frunció el ceño y observó la escena, ese hombre la estaba besando delante de todo el mundo y a ella no parecía desagradarle ya que se aferró a él encantada, sin importarle si ponían en entredicho su virtud.

Tras saludar a Carlos, hizo las respectivas presentaciones. Ambos se estudiaron descaradamente y por un momento Liana sintió como el aire se espesaba a su alrededor por la tensión reinante, exhaló lentamente cuando estrecharon sus manos en un enérgico apretón. Su amigo se volvió hacia ella, con una espectacular sonrisa.

— ¿De dónde lo has sacado, cariño? —preguntó entre dientes con un deje cómico— No estarán filmando la segunda parte de Bravehearth ¿verdad? Porque parece sacado de las historias de Wallace.

—Es una larga historia, ahora te la cuento —respondió encogiéndose de hombros— pero démonos prisa, tenemos mucho que hacer.

—A tus órdenes —la enlazó por la cintura — ¿Qué necesitas exactamente?

—De todo —afirmó recorriendo a un impasible Aldair con la mirada— de todo.

Guiado por Carlos y Liana por el interior de aquel enorme edificio y aprovechando que iban más despacio, pudo contemplar a placer todo lo que le rodeaba. Se maravilló del colorido, el bullicio y la atmosfera reinante, la música sonaba desde alguna parte, había plantas en los rincones y muchas cabañas de cristal, donde la gente entraba y salía continuamente. Tropezó al subir a unas escaleras que te llevaban hacia arriba sin tener que mover los pies…, pero lo más extraño de todo era ver como las personas con las que se iban encontrando se giraban a su paso y que las mujeres le sonreían al pasar. Meneó la cabeza confuso pero siguió guardando silencio caminando tras ellos, frunciendo el ceño cada vez que aquel hombre posaba sus manos en Liana, —cosa que hacia con bastante frecuencia— no le gustaba ver tanta efusividad y menos aún que ella pareciera tan contenta con esos brazos a su alrededor.

Al llegar a la tienda elegida, una de ropa y accesorios masculinos, Carlos y ella se dedicaron a mirar las prendas. Una chica alta de cabello rubio y elegantemente vestida se acercó a ellos solícita.

—Discúlpenme, ¿puedo ayudarles en algo?

—En realidad, buscamos algo que pueda servirle a él —dijo Carlos señalándolo con la cabeza.

La chica se giró hacia donde le indicaban y observó con detenimiento al hombre que permanecía parado junto al mostrador, echó los hombros atrás y cerró la boca antes de que sus repintados labios se curvaran en una seductora sonrisa. Liana decidió que la expresión “comerse a alguien con los ojos” acababa de tomar una nueva dimensión. La vio dirigirse a él toda simpatía y juraría que sus caderas no se balanceaban de aquella manera tan ridícula cuando se acercó a ellos la primera vez. ¡Si incluso iba dejando un rastro de babas tras ella!

—Parece que tu amigo acaba de hacer una conquista —comentó Carlos.

—Sí, eso parece —masculló—. Pero no es mi amigo, apenas le conozco —aclaró con la voz más alta de lo que pretendía al ver como aquella coqueta se agarraba a su antebrazo y lo guiaba a los probadores.

Aldair se vio de pronto en un estrecho cubículo con un montón de prendas a su alrededor, camisetas, camisas, vaqueros…, muchos de esos nombres se los había dicho la muchacha que servicialmente se ofreció para ayudarlo si lo necesitaba y como no era costumbre en él negarse a una mujer fue a aceptar su propuesta, cuando Liana se le adelantó antes de que pudiera replicar con un seco y cortante no, así que la joven tras dedicarle una encantadora sonrisa desapareció de su vista.

Una vez solo, se despojó de su kilt y vio su cuerpo desnudo reflejado en el espejo frente a él, cogió uno de los pantalones y volvió a mirarse, no se imaginaba dentro de algo tan angosto, aun así de dispuso a vestirse con ello. Ya tenía una pierna dentro de la pernera cuando la voz de Carlos le llegó nítidamente.

— ¿Te has vuelto loca? ¿Cómo has podido meterlo en tu casa?

—Baja el volumen ¿quieres? No tiene a donde ir —se excusó ella—, además se lo debo, ya te dije que lo atropellé.

— ¿Y no pudiste meterlo en un hotel y desentenderte? —demandó enfadado.

—Pues va a ser que no, el doctor dijo que tenía que vigilarlo y eso hice.

—Maldita sea tu sensiblería —gruñó disgustado— algún día te costará un disgusto.

—Mira, te pedí que vinieras para que me ayudaras no para que me soltarás un sermón— replicó molesta.

— ¡Joder Li! ¿Cómo pretendes que me quede callado si me acabo de enterar que has metido a un desconocido en tu casa y que podría resultar ser cualquier cosa? —su voz sonó dura y llena de reproche—, ¿de verdad crees que no me voy a preocupar?

Liana iba a replicarle cuando la puerta del probador se abrió de repente y una mole humana empujó a Carlos aprisionándolo contra la pared.

Continuará...