CONQUISTADO POR UN SUEÑO CAPÍTULO 10-2ª PARTE

Aldair quiso morir cuando la escuchó hablarle así, no podía ser que ella le odiase, no ahora que comenzaba a importarle. La siguió con la mirada mientras se alejaba de él, podía soportar que pensara que era un ladrón, que era un embustero, pero no que utilizó su cuerpo para conseguir la reliquia familiar, porque la había deseado con tanta desesperación que pasó todo el día condolido, porque por primera vez los celos le desgarraron pro dentro, porque acababa de poseerla y ya soñaba con volver a tenerla entre sus brazos... Cerró los puños con rabia y el músculo de su mejilla palpitó al apretar los dientes con saña. Tenía que creerlo y que los fuegos del infierno se apagasen si no lo conseguía. En dos zancadas estuvo a su lado y apoyando las manos sobre sus hombros la giró, recibiendo a cambio una mirada asustada.

—¿Qué haces?

—¡Esta vez vais a escucharme!

—Ya oí suficiente —recalcó con un toque de pánico en la voz.

—No, ni siquiera he comenzado a hablar —aseguró tensó—, y borrad esa expresión de terror de vuestro rostro.

—No te tengo ningún...

—Así lo espero —aseveró en un tono bajo—. ¿Queréis saber por qué yací con vos?

—Yo no...

—Respuesta errónea —gruñó—, os lo diré.

Asiéndola por la frágil muñeca y casi a rastras la llevó junto al espejo que estaba colocado en un rincón del dormitorio, la puso frente a él y se posicionó tras ella.

—Decidme mi señora –le sujetó la barbilla obligándola a contemplarse—. ¿Qué veis?

Liana observó el reflejo de Aldair rodeándole la cintura con un brazo, tan enorme y echando chispas por los ojos, abrió la boca, pero no emitió sonido alguno.

—¿No decís nada? –sin perder el contacto por si decidía escapar, la soltó  de su abrazo y llevó las manos a las caderas ascendiendo lentamente hasta el nudo de la cinta de su albornoz–, yo os lo diré pues.

Liana trató de cubrirse cuando él tiró del cinturón y la prenda se abrió por el centro mostrando buena parte de su cuerpo desnudo, pero él se lo impidió sujetándole las muñecas, con un rápido movimiento agarró las solapas tirando de ellas hasta que el albornoz se deslizó por sus hombros y con un suave crujir cayó al suelo. Parpadeó ante la imagen de su desnudez, sólo el frío dorado del colgante y el rojo fulgor que emitía el rubí bajo la luz de la lámpara era su vestimenta,  alzó la vista hacia él para ver sus ojos brillar intensamente y percibió como el rubor la envolvió de la cabeza a los pies.

—Apreciad lo que yo vi –el cálido aliento de Aldair sobre su mejilla le hizo sentir escalofríos–, lo que me torturó durante horas.

—Aldair, por... —calló cuando sus dedos comenzaron a acariciar los laterales de su cuello.

—Shh, sólo tenéis que contemplar vuestra belleza —descendió por los satinados hombros, los brazos y sus costados sin apenas rozarla—. Mis palabras eran ciertas al decir que erais una diosa.

La vergüenza la embargaba, quería escapar de allí, sin embargo cuando las grandes manos se posaron en sus caderas, un calor abrasador comenzó a instalarse en su bajo vientre. Alzó la mirada para encontrar la suya a través del reflectante cristal y casi sollozó al ver la pasión que esta destilaba. Nunca un hombre la había mirado de ese modo, jamás ninguno la había hecho sentir como él lo hacia. Temblando de deseo apretó los muslos tratando de contener el ardor que la consumía, la humedad que emanaba desde el mismo centro de su ser.

Emitió un jadeo cuando las curtidas palmas acunaron sus pechos como si fueran lo más delicado del mundo, se mordió el labio inferior para no gritar cuando con una pasmosa calma sus pulgares rozaron los enhiestos y endurecidos pezones.

—Sois bella Liana, mucho –musitó con voz ronca, abandonando con desgana uno de sus senos y descansando la abierta mano sobre el medallón que reposaba sobre su acelerado corazón—, la más hermosa que he visto jamás.

—Oh Dios mío –exclamó al sentir la palma descender entre el valle de sus pechos hasta su vientre plano, mientras continuaba torturando dulcemente el endurecido pezón con la otra.

Aldair no podía dejar de tocarla ni tampoco de admirar su azorada imagen, la cálida piel estaba sonrojada, los párpados entornados y los labios entreabiertos esperando ser besados. Su miembro palpitó al dejarla frente al espejo, endureciéndose hasta el punto del dolor mientras ella se dejaba palpar a placer, viendo como se excitaba con sus palabras y sus caricias. Con las pupilas tan dilatadas que apenas dejaban el verde de su iris, continuó su descenso hasta cubrir con la mano su monte de Venus.

—Podéis acusarme de lo que queráis, pero no admito que cuestionéis mi deseo por vos –susurró con voz ronca mordisqueando el lóbulo de su oreja—, porque os deseé desde el mismo instante en que os vi.

Instintivamente abrió las piernas al verlo jugar con los rizos de su pubis, contuvo el aliento y se mordió la tierna carne del interior de los carrillos expectante.

Ansiosa por sentir su masculina desnudez, llevó uno de sus inertes brazos hacía atrás y con un firme tirón desprendió las sábanas que le impedían el pleno acceso a él. Le flaquearon las rodillas cuando el endurecido pene le rozó el trasero, se pegó más a él jadeando de anticipación. El ronco gemido junto a su oreja hizo que se fijase en ese rostro que le devolvía la luna de cristal, una pequeña gota se deslizaba por la rígida mandíbula, palpitante por la presión de sus dientes mientras sus ojos la devoraban desprendiendo llamaradas de deseo.

Casi grita de desesperación cuando apartó la mano de su entrepierna y la posó sobre la pelvis.

—¿Veis lo que hacéis conmigo? –preguntó con la respiración entrecortada, realizando pequeños círculos sobre su sudorosa piel—. Si dudáis de mi pasión pedidme que pare.

—Tócame.

—¿No tenéis dudas? Aún estáis a tiempo.

—Por favor –rogó agarrando con fuerza la ancha muñeca, tirando de ella hasta enterrar la mano entre sus piernas–. Tócame.

Aldair gruño satisfecho al percibir como la cálida humedad de Liana le impregnaba los dedos, los muslos se separaron al tiempo que se pegaba más a él, su verga vibró entre sus redondeadas nalgas estimulada por esos ahogados jadeos que le volvían loco. Cuando ella le enlazó el cuello con uno de sus brazos ofreciéndole cada centímetro de su agitado cuerpo y vio la súplica abrasadora de sus profundos iris, resbaló las yemas separando los pliegues y buscando su centro de placer. Con toda la calma y delicadeza que le fue posible lo rozó percibiendo los temblores que la sacudieron, lentamente palpó hasta encontrar la ardiente entrada e introdujo dos dedos en su interior, el eco de sus gemidos recorrieron la habitación exaltándolo. Cuando sus vidriosas miradas volvieron a encontrarse, era tanto el deseo que ambas reflejaban que no hicieron falta palabras.

Aldair sacó y metió rápidamente los dedos curvándolos en su abrasadora intimidad, la mano de Liana se cerró en su nuca tirándole del cabello totalmente ida. Encendido por la violenta reacción de la mujer, continuó con los pausados movimientos sin dejar de embeber su imagen abandonada a la pasión. Percibió que Liana se acercaba irremediablemente al clímax cuando sus rodillas se doblaron y las uñas se le clavaron en el antebrazo, aceleró el ritmo, penetrándola más profundamente cuando comenzó a estremecerse.

Liana gemía, boqueaba y se revolvía bajo los dedos torturadores, la bola de fuego que comenzó a formarse dentro de ella estalló arrasándola de dentro a fuera en crecidas oleadas. Gritó el nombre de Aldair y apretó con fuerza los muslos aprisionándolos en su interior, se convulsionó con tanto ímpetu que creyó que se rompería en pedazos. Sin dejar de acariciarla le susurró que alzara la vista hacia el espejo, se mordió el labio al ver a la desconocida y enardecida mujer que le devolvía el cristal.

Aldair la sujetó contra si obligándola a abrir los ojos, quería verla tocar las nubes, que supiera quien la había llevado hasta allí. Estuvo a punto de perder el sentido cuando con las pupilas opacadas bramó su nombre con la voz desgarrada por el éxtasis.

Cuando sus pies volvieron a tocar la tierra y con la respiración más controlada trató en vano de darse la vuelta en sus brazos. Aldair continuaba excitado y duro contra su espalda y por el tiempo que llevaba en ese estado seguro estaba dolorido, ella quería devolverle parte de aquel gozo que le había brindado.

—No mi señora –su voz era tan grave que con aquel sonido volvió a estremecerse.

—Yo quiero...

Chilló cuando la arqueó hacia delante, agitó las manos en el aire creyendo que iba a caerse cuando el abrazo de él se hizo más poderoso, dejó de manotear cuando notó el cálido aliento rozarle los hombros antes de que los labios se posaran en su nuca. La lengua de Aldair zigzagueó a lo largo de su columna estremeciéndola al percibir como recorría cada una de las pequeñas vértebras.

Agarrándola por los muslos le clavó los dedos en la trémula carne a la vez que le abrió las piernas y quedó paralizado, una pequeña marca idéntica a la de la runa que cayó a sus pies el día que los druidas marcaron el comienzo de su incierto futuro, destacaba orgullosa en su nalga izquierda. Rozó con la yema del dedo la diminuta V ladeada, no cabía duda que estaba escrito en las estrellas, ella era su destino. Con un sonido ronco la penetró hasta el fondo. Creyó desmayarse de satisfacción al sentirse ceñido por ella.

Con mucho cuidado y sin abandonar el suave y ardoroso refugio posó la callosa palma entre los omoplatos empujándola hacia abajo, cuando la tuvo a su merced comenzó a embestirla con calma, saliendo casi del todo para volver a clavarse en sus profundidades. Liana arqueaba la espalda y lo buscaba adaptándose al ritmo de sus envites, restregaba las nalgas contra su entrepierna con anhelo envolviéndola en la húmeda seda. Jadeó y empujó con más fuerza cuando los músculos internos lo acariciaron, aprisionándolo.

Extasiado por los sonidos que emitía hundió los dedos en sus caderas atrayéndola hacia él desesperado y ansioso por seguir llenándose los oídos con sus frenéticos gemidos.

Liana alzó la vista y entre la neblina de pasión que le envolvía el cerebro pudo verse reflejada en el espejo. Se asombró de la imagen lujuriosa que ofrecía, a cuatro patas con él tomándola por detrás. Observó el balanceo de sus senos y el medallón chocar contra su esternón una y otra vez a causa de las largas y profundas acometidas, en vez del pudor que la situación debiera producirle, se sintió poderosa ante su propia femineidad.

Se encontró con los verdes y flamígeros ojos de Aldair fijos en ella. Resolló ante la vigorosa figura masculina, con la frente perlada en sudor, los párpados entornados, los labios entreabiertos susurrando algo que se perdía en las brumas del deseo y los músculos del torso y de los bíceps tensándose con cada acometida. Apenas tuvo tiempo de humedecerse los labios con la lengua cuando él enredó la mano en sus cabellos y tironeó hacia atrás aumentando el ritmo de sus embestidas. Sin dejar de mirarlo crispó los dedos sobre el suelo y gimoteó cuando un nuevo orgasmo la asoló por completo, una milésima de segundo después él la sujetó con más fuerza mientras el cálido chorro de su semilla la inundaba.

El aguante de Aldair estaba casi al límite, pero desapareció por completo cuando contempló su lascivo reflejo, estaba tan bella, tan sensualmente hermosa, que sólo tuvo tiempo de apretarse contra ella con ímpetu antes de que el vertiginoso clímax lo sacudiera vaciándose por completo en su interior.

Aún sin aliento la tomó entre los brazos y tras acomodarla en el mullido lecho se tumbó a su lado sin decir una palabra.

Abrumado por las sensaciones y los sentimientos que continuaban golpeándolo cubrió su rostro con un brazo. Ahora que le había demostrado la veracidad de su deseo debía marcharse, buscaría refugio en las calles hasta que encontrara el modo de abordarla e insistirle que le devolviera la joya. ¡Por todos los demonios! ¿A quién quería engañar? La única prioridad en esos momentos era ella, porque Liana no era sólo una mujer más, desde el mismo instante que la poseyó supo sin ningún género de dudas que era su mujer. La única que deseaba a su lado.

Liana giró la cabeza hacia él, deslizó los ojos por su pecho reparando en la cicatriz que recorría su costado hasta el borde mismo del ombligo, bajó hasta las caderas, su pene ahora flácido descansaba sobre su musculoso muslo, sonrió maliciosamente al recordar lo que había pasado momentos antes. Quizá fuese un hombre fantasioso, pero mientras que lo que creciera en él no fuese la nariz todo iría bien. Sea como sea, lo que Aldair le había hecho sentir y lo que había visto reflejado en su limpia y extasiada miraba no fue un producto de ninguna mentira, de eso estaba segura al cien por cien. Se puso de costado y abrió una mano sobre su tórax.

—Dadme unos minutos, recogeré mi kilt y me iré –dijo fijando la mirada en ella.

—Aldair –deslizó un dedo por los planos pezones.

—Es lo que me pedisteis ¿no?

—Sí –sonrió somnolienta, descansó la cabeza sobre el duro torso–, pero mejor lo hablamos mañana.

La atrajo hacia él y cubrió a ambos con la colcha. No, tampoco se iría mañana, porque ella era suya y no la dejaría nunca, a no ser que..., un mal pensamiento que descartó de inmediato cruzó por su cabeza. Besó el cabello de Liana que ya dormía placidamente y cerró los párpados con un suspiro satisfecho.

 Continuará...

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